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– Al parecer le gustan las candilejas.

Rowe bebió un sorbo y se secó los labios con mucha delicadeza.

– Su forma de enfocar los negocios y su limitado conocimiento de lo que hacemos encanta a los reporteros -comentó con desdén.

– Personalmente, me gustó lo que dijo sobre el futuro -manifestó Jackson, que se sentó junto a Rowe-. Mis hijos están muy metidos en la informática, y tiene toda la razón cuando dijo que ofrecer un mayor acceso a la educación, sobre todo a los pobres, significa mejores empleos, menos delincuencia y un mundo mejor. Comparto su opinión.

– Muchas gracias. Yo también lo creo. -Rowe miró a Sawyer y sonrió-. Aunque me parece que su compañero no opina lo mismo.

Sawyer, que había estado atento a la multitud, le miró con una expresión dolida.

– Eh, que yo estoy en favor de todo lo positivo. Sólo pido que no me quiten el papel y el lápiz. -Sawyer señaló con la taza de café al grupo de CyberCom-. Se lleva bien con esa gente, ¿verdad?

– Así es -respondió Rowe, más animado-. No son tan progresistas como yo, pero están muy lejos de la postura de Gamble: el-dinero-es-lo-único-que-cuenta. Creo que aportarán a este lugar un equilibrio muy necesario. Aunque ahora tendremos que soportar a los abogados reclamando su libra de carne mientras preparan los documentos finales.

– ¿Tylery Stone? -preguntó Sawyer.

– Efectivamente.

– ¿Los mantendrá a su servicio después de que acaben las negociaciones?

– Eso tendrá que preguntárselo a Gamble. Es lo que le toca como presidente de la compañía. Ahora si me perdonan, caballeros, tengo que irme. -Rowe dejó la silla y se alejó deprisa.

– ¿Qué mosca le ha picado? -le preguntó Jackson a Sawyer.

Sawyer se encogió de hombros.

– Más que mosca creo que es una avispa. Si fueras socio de Nathan Gamble lo entenderías mejor.

– ¿Y ahora qué?

– Ve a buscar otra taza de café y alterna un poco, Ray. Intentaré hablar con Rowe un poco más. -Sawyer se perdió en la muchedumbre y Jackson se encaminó hacia el bufé.

Sawyer tardó más de la cuenta en abrirse paso entre los invitados, y cuando volvió a ver a Rowe, éste dejaba la sala. El agente se disponía a seguirlo pero en ese instante alguien le tiró de la manga.

– ¿Desde cuándo un burócrata del gobierno se interesa por lo que ocurre en las grandes finanzas? -le preguntó Gamble.

Sawyer miró una vez más hacia la puerta; Rowe ya había desaparecido. El agente se volvió hacia Gamble.

– No hay que desaprovechar ninguna ocasión cuando se trata de dinero. Bonito discurso. Me emocionó.

Gamble soltó una estruendosa carcajada.

– Y una mierda. ¿Quiere algo más fuerte? -Señaló el vaso de Sawyer.

– No, gracias, estoy de servicio. Además, es un poco temprano para mí.

– Esto es una fiesta, señor agente del FBI. Acabo de anunciar el mejor y más grande negocio de mi vida. Yo diría que es un buen motivo para emborracharse, ¿no le parece?

– Si le apetece… No es mi negocio.

– Nunca se sabe -replicó Gamble, provocador-. Vamos a caminar.

Gamble guió a Sawyer a través del estrado, y siguieron por un pasillo hasta una pequeña habitación. El empresario se sentó en un sillón y sacó un puro del bolsillo.

– Si no se quiere emborrachar, al menos fume conmigo.

Sawyer aceptó la invitación y los dos hombres encendieron los puros.

Gamble sacudió lentamente la cerilla como si fuera una banderita antes de aplastarla con la suela del zapato. Miró a Sawyer con atención entre las nubes de humo.

– Hardy me ha dicho que piensa trabajar con él.

– Si quiere saber la verdad, no es algo que me quite el sueño.

– Hay cosas mucho peores.

– Con toda franqueza, Gamble, no creo que me hayan ido mal las cosas.

– ¡Mierda! -exclamó Gamble con una sonrisa-. ¿Cuánto gana al año?

– Eso no es asunto suyo.

– Tranquilo. Yo le diré cuánto gano. Venga, dígamelo.

Sawyer hizo girar el puro entre los dedos antes de darle una chupada. En sus ojos apareció una expresión risueña.

– De acuerdo, gano menos que usted. Eso le dará más o menos una idea.

Gamble se rió.

– ¿Por qué le interesa saber cuál es mi sueldo?

– La cuestión es que no me interesa. Por lo que sé de usted y sabiendo lo que suele pagar el gobierno, estoy seguro de que no es bastante.

– ¿Y? Incluso si ese fuera el caso, no es su problema.

– Mi trabajo no es tener problemas sino resolverlos. Para eso están los presidentes, Sawyer. Miran el cuadro general, o al menos se supone que lo hacen. Venga, ¿qué me dice?

– ¿Qué quiere que le diga?

Gamble le dio una chupada al puro con una expresión de picardía.

De pronto, Sawyer se dio cuenta de adonde quería ir a parar Gamble.

– ¿Me está ofreciendo un empleo?

– Hardy dice que usted es el mejor. Yo sólo contrato a los mejores.

– ¿Cuál es exactamente el cargo que quiere que ocupe?

– Jefe de seguridad, ¿cuál si no?

– Creía que Lucas tenía ese trabajo.

Gamble se encogió de hombros.

– Yo me ocuparé de él. Además, él forma parte de mi servicio personal. Por cierto, a él le cuadrupliqué el sueldo del gobierno. Pienso ser todavía más generoso con usted.

– Por lo que veo, culpa a Lucas por lo que ocurrió con Archer.

– Alguien tiene que ser el responsable. ¿Qué me dice?

– ¿Qué pasa con Hardy?

– Ya es mayorcito. ¿Quién dice que no puede pujar por sus servicios? Si acepta trabajar para mí, quizás a él no lo necesite mucho.

– Frank es un buen amigo mío. No pienso hacer nada que le perjudique. Yo no actúo de esa manera.

– No crea que por eso se va a hundir en la miseria. Ha ganado mucho dinero y casi todo mío. Pero bueno, usted sabrá lo que hace.

– Si quiere que le diga la verdad -dijo Sawyer mientras se levantaba-, no creo que usted y yo lleguemos a sobrevivimos el uno al otro.

– Es probable que en eso tenga usted toda la razón -señaló Gamble.

Al salir del cuarto, Sawyer se encontró frente a frente con Richard Lucas, que estaba apostado junto a la puerta.

– Hola, Rich, desde luego, no paras ni un minuto.

– Es parte de mi trabajo -contestó Lucas con un tono brusco.

– Bueno, para mí es usted de los que van para santos. -Sawyer señaló con la cabeza hacia la habitación donde Gamble fumaba el puro y se alejó.

Sawyer acababa de llegar a su despacho cuando sonó el teléfono.

– ¿Sí?

– Es Charles Tiedman, Lee.

– Pásame la llamada. -Sawyer apretó el botón que apagaba el piloto rojo del teléfono-. Hola, Charles.

– Lee, le llamo para responder a su pregunta -dijo el banquero con un tono seco pero cortés.

El agente buscó en su libreta hasta dar con la página donde tenía apuntados los puntos más importantes de su anterior conversación con Tiedman.

– Usted iba a averiguar las fechas en que Lieberman varió los tipos.

– No quería enviárselas por correo ni por fax. Aunque técnicamente es algo del dominio público no estaba muy seguro de quién podía verlas aparte de usted. No hay ninguna necesidad de remover las cosas sin motivo.

– Lo comprendo. -«Dios, estos tipos de la Reserva están obsesionados con el secreteo», pensó Sawyer-. Ya puede dictármelas.

El agente oyó el carraspeo de Tiedman.

– Los tipos se cambiaron en cinco ocasiones. El primer cambio se produjo el diecinueve de diciembre de 1990. Los demás ocurrieron el 28 de febrero del año siguiente, el veintiséis de septiembre de 1992, el quince de noviembre del mismo año y, el último, el dieciséis de abril de 1993.

Sawyer acabó de escribir las fechas antes de formular una pregunta.

– ¿Cuál fue el efecto neto después de las cinco variaciones?

– El efecto neto fue subir medio punto el tipo de interés de los fondos de la Reserva. Sin embargo, la primera bajada fue de un punto y la última subida de cero setenta y cinco.

– Supongo que eso debe ser mucho de una vez.

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