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– Si fuésemos militares discutiendo sistemas de armamento, un punto equivale a una bomba atómica.

– Tengo entendido que si alguien pudiera saber por anticipado las decisiones de la Reserva sobre los tipos, se haría archimillonario.

– En realidad -manifestó Tiedman-, saber por anticipado las acciones de la Reserva respecto a los tipos de interés es, a todos los efectos y propósitos, algo inútil.

«Madre de Dios.» Sawyer cerró los ojos, se dio una palmada en la frente y echó la silla hacia atrás hasta que estuvo a punto de caerse. Quizá lo mejor fuera pegarse un tiro con su vieja pistola y acabar para siempre con este sufrimiento.

– Perdone la expresión, pero entonces ¿a qué coño viene tanto secreto?

– No me malinterprete. Las personas inescrupulosas pueden aprovecharse de mil maneras con el conocimiento de las deliberaciones de la Reserva. Sin embargo, tener una información previa de las acciones de la Reserva no es una de ellas. El mercado tiene una legión de expertos dedicados exclusivamente a estudiar la Reserva y que conocen tan bien su trabajo que siempre saben por anticipado si vamos a bajar o a subir los tipos y en qué porcentaje. El mercado siempre sabe lo que haremos. ¿Lo ha entendido bien?

– Muy bien. -Sawyer exhaló un suspiro. De pronto se irguió en la silla-. ¿Qué pasa si el mercado se equivoca?

El tono de Tiedman demostró que estaba muy complacido con la pregunta.

– Ah, ese es un asunto completamente distinto. Si el mercado se equivoca, entonces se pueden producir terribles cambios en el panorama financiero.

– Por lo tanto, si alguien sabe por anticipado que se producirá una variación por sorpresa, se embolsaría una bonita suma, ¿no es así?

– Yo diría que bastante más. Cualquiera con información anticipada sobre una variación de tipos por sorpresa podría ganar millones de millones segundos después de anunciarse la decisión de la Reserva. -La respuesta de Tiedman dejó a Sawyer sin habla. Se enjugó la frente y silbó por lo bajo-. Existen muchísimas maneras de hacerlo, Lee, y donde más se gana es con los contratos en eurodólares que se negocian en el mercado monetario internacional de Chicago. La ventaja es de miles a uno. También está la bolsa. Cuando suben los tipos, la bolsa baja y al revés, así de sencillo. Se pueden ganar miles de millones si acierta, o perderlos si se equivoca. -Sawyer siguió sin decir palabra-. Lee, creo que todavía le queda una pregunta pendiente.

Sawyer sujetó el teléfono con la barbilla mientras se apresuraba a tomar unas notas.

– ¿Sólo una? Tengo un centenar.

– Creo que esa pregunta hará superfluas todas las demás.

Aunque Tiedman parecía jugar con él, Sawyer advirtió en el fondo un tono muy severo. Se obligó a pensar. Casi soltó un grito cuando se dio cuenta de cuál era la pregunta esperada.

– ¿Las fechas que me dio, cuando variaron los tipos, fueron todas «sorpresas» para el mercado?

La respuesta del banquero se hizo esperar.

– Sí -contestó por fin, y Sawyer casi notó la tensión que llegaba desde el otro lado de la línea-. En realidad, fueron las peores sorpresas para los mercados financieros, porque no ocurrieron como resultado de las reuniones habituales de la Reserva, sino por las acciones unilaterales de Arthur como presidente de la Reserva.

– ¿Podía subir los tipos por su cuenta?

– Sí, la junta puede otorgar ese poder al presidente. Se ha hecho a menudo a lo largo de los años. Arthur abogó mucho por conseguirlo. Lamento no habérselo dicho antes. No me pareció importante.

– Olvídelo -dijo el agente-. Y con esas variaciones de tipos, quizás alguien consiguió más millones que estrellas hay en el cielo.

– Sí -susurró Tiedman-. Sí. También está la realidad de que otros perdieron al menos la misma cantidad de dinero.

– ¿Qué quiere decir?

– Verá, si usted tiene razón sobre que a Arthur lo chantajeaban para manipular los tipos, los pasos extremos que dio, variar los tipos hasta en un punto de una sola vez, eso me lleva a creer que se pretendía hacer daño a otros.

– ¿Por qué?

– Porque si la meta sólo era beneficiarse de un ajuste en los tipos, no hacía falta una variación tan grande para conseguirlo, siempre que la variación, arriba o abajo, fuera una sorpresa para los mercados. Sin embargo, si se quiere hundir las inversiones de otros que anticiparon un cambio en otra dirección, un ajuste de un punto en sentido inverso es catastrófico.

– Caray. ¿Hay alguna manera de averiguar quién se llevó los palos?

– Lee, con las complejidades de los movimientos de dinero en la actualidad, ninguno de los dos viviríamos lo suficiente para averiguarlo.

Tiedman hizo una pausa muy larga: Sawyer no sabía qué más preguntar. Cuando el banquero volvió a hablar, su voz sonó de pronto muy cansada.

– Hasta que hablé con usted, nunca consideré la posibilidad de que la relación de Arthur con Steven Page pudiera haber sido utilizada para hacer semejante cosa. Ahora me parece bastante obvio.

– Recuerde que no tenemos ninguna prueba de que hubiera sido víctima de un chantaje.

– Mucho me temo que nunca conseguiremos saber la verdad -señaló Tiedman-. Y menos con Steven Page muerto.

– ¿Sabe si Lieberman se reunió con Page en su apartamento?

– No creo que lo hiciera. Arthur me comentó una vez que había alquilado una casita en Connecticut. Y me advirtió que nunca lo mencionara delante de su esposa.

– ¿Cree que era donde Page y Lieberman se citaban?

– Tal vez.

– Le diré adonde quiero ir a parar con todo esto. Steven Page dejó una considerable fortuna cuando murió. Varios millones.

– No lo comprendo -afirmó el banquero, atónito-. Recuerdo que Arthur me comentó más de una vez que Steven siempre estaba corto de dinero.

– Sin embargo, no hay ninguna duda de que murió siendo un hombre muy rico. Me pregunto si Lieberman pudo haber sido la fuente de su riqueza.

– Es muy poco probable. Como le acabo de decir, Arthur creía que Steven distaba mucho de ser una persona adinerada. Además, me parece imposible que Arthur pudiera transferir grandes cantidades a Steven Page sin que se enterara su esposa.

– Entonces, ¿por qué correr el riesgo de alquilar una casa? ¿No podrían haberse citado en el apartamento de Page?

– Lo único que le puedo decir es que nunca me habló de que hubiera visitado el apartamento de Page.

– Bueno, quizá la casita fue idea de Page.

– ¿Por qué lo dice?

– Si Lieberman no le dio a Page el dinero, algún otro lo hizo. ¿No cree que Lieberman hubiera sospechado algo si entraba en el apartamento de Page y encontraba un Picasso en la pared? ¿No hubiera querido saber de dónde provenía el dinero?

– Desde luego.

– En realidad, estoy seguro de que Page no chantajeó a Lieberman. Al menos, no directamente.

– ¿Cómo puede estar seguro?

– Lieberman tenía una foto de Page en el apartamento. No creo que guardara la foto de un chantajista. Además, encontramos un montón de cartas. Eran cartas románticas, sin firma. Era obvio que Lieberman le tenía aprecio.

– ¿Cree que Page las escribió?

– Hay una forma de saberlo. Usted era amigo de Page. ¿Tiene alguna muestra de su escritura?

– Todavía conservo varias cartas manuscritas que me escribió cuando trabajaba en Nueva York. Se las mandaré. -Tiedman hizo una pausa y Sawyer le oyó escribir una nota-. Lee, usted ha demostrado cómo Page no pudo robarle el dinero. Entonces, ¿dónde consiguió su fortuna?

– Piénselo. Si Page y Lieberman mantenían una relación, eso sería un excelente material para el chantaje, ¿no le parece?

– Desde luego.

– ¿No podría ser que alguien, una tercera persona, alentara a Page para que mantuviera una relación con Lieberman?

– Pero si los presenté yo. Espero que no me esté acusando de ser el autor de esta horrible conspiración.

– Usted los presentó, pero eso no significa que Page y el que lo financiaba no ayudaran a que ocurriera. Se movían en los círculos apropiados, hacían campaña de los méritos de Page.

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