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Ella ríe a carcajadas.

A continuación, dices que no piensas que el arte sea sagrado, el arte no es más que una manera de vivir. La gente tiene maneras distintas de vivir, el arte no puede reemplazarlo todo.

– Eres verdaderamente inteligente -dice ella.

– Y tú tampoco eres tonta -dices tú.

– Hay algunos que sin embargo lo son.

– ¿Quienes?

– Los pintores sólo saben mirar con los ojos.

– Los pintores tienen su propio modo de percepción; en relación con los escritores, privilegian la vista.

– ¿La vista permite comprender el valor interior de un individuo?

– Aparentemente no, pero el problema es saber a qué llamamos valor. Eso depende de la gente, cada uno tiene su propia manera de ver las cosas. Un valor distinto sólo es interesante para las personas que tienen el mismo sistema de valores. No quiero hacerte cumplidos sobre tu belleza, no sé si tu belleza es también interior. Pero lo que sí puedo decir es que resulta muy agradable hablar contigo. ¿Acaso el hombre no anda siempre en busca de alguna cosa agradable en la vida? Sólo los idiotas persiguen lo que no es alegre.

– También yo me siento muy feliz contigo.

Diciendo esto, coge maquinalmente una llave de encima de la mesa y se pone a jugar con ella. Tú tienes la impresión de que no es en absoluto feliz. Te pones entonces a hablar con ella de esta llave.

– ¿De qué llave? -pregunta ella.

– Esa llave que tienes en la mano.

– Pues bien, ¿qué tiene de particular?

Tú dices que la habías perdido.

– Está aquí, ¿no? -Y muestra la llave que tiene en la mano.

Tú dices que creías haberla perdido, pero que de hecho está en su mano.

Ella deja la llave sobre la mesa y se levanta de repente diciendo que ha de irse.

– ¿Algo urgente?

– Sí, tengo cosas que hacer -dice. Luego añade-: Estoy casada.

– Felicidades.

Tú te sientes un poco desamparado.

– Vendré de nuevo a verte.

Es para consolarte.

– ¿Cuándo vendrás?

– Cuando esté contenta. No vendré cuando esté triste para evitar contagiarte mi tristeza, pero tampoco va a hacer falta que esté demasiado contenta.

– Como quieras, lo comprendo.

Añades que querrías estar seguro de que volverá.

– ¡Volveré para hablar contigo de la llave que has perdido!

Con un movimiento de la cabeza, se echa los cabellos sobre los hombros, ríe pícaramente y baja corriendo la escalera.

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