Sentado, de charla, no conviene criticar los defectos ajenos.
En el camino, contemplas las aguas puras de los ríos maravillosos.
Pasas por detrás de estas columnas. Hay allí escritas otras dos sentencias:
Cuando partas, no olvides los deseos que te susurran, al oído. Date la vuelta y contempla el emplazamiento del fénix en la Montaña del Alma.
Al punto el entusiasmo te transporta. La barcaza ha debido de llegar: los hombres que toman el fresco se han marchado, palanca al hombro. Únicamente se ha quedado un anciano.
– Por favor, anciano, este par de frases…
– ¿Te refieres a estas sentencias? -rectifica el anciano al punto.
– Sí, anciano, ¿podría decirme quién es el autor de estas sentencias? -sigues preguntando respetuosamente.
– ¡El gran maestro licenciado Chen Xianning! -responde él diligente, en un tono de manifiesto reproche. Abre una boca que deja ver algunos raros dientes negruzcos.
– Nunca he oído hablar de él. -No puedes sino confesar abiertamente tu ignorancia-. ¿En qué universidad enseña ese maestro?
– Es normal que no le conozca, pues vivió hace más de mil años -responde él en un tono de profundo desdén.
– No se burle usted de mí, anciano -dices tú para tratar de justificarte.
– ¿Acaso eres miope? -dice él señalando el saledizo de la viga.
Levantas la cabeza hacia una viga horizontal que no ha sido repintada. En efecto, es posible leer una inscripción en tinta encarnada: Edificado el primer día del mes de la primavera del año Gengjia, décimo año de la era Shaoxing de los Song, restaurado el veintinueve del tercer mes del año Jiaxit, decimonoveno del reinado de Quianlong de los Qing.