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– No se sabe a ciencia cierta, pero en cualquier caso no resulta fácil ir hasta allí.

– Esa casa, ¿está podrida también?

– ¿Cómo podría pudrirse una casa de piedra?

– Me refería a las vigas.

– Ah, sí, por supuesto.

En mi opinión, intenta intimidarme, pues no tiene ninguna intención de llevarme hasta allí o de presentarme a un cazador.

– Pero ¿cómo sabes tú que el fusil sigue colgado en la pared? -he preguntado yo de nuevo.

– Eso dicen, alguien ha debido de verlo. También cuentan que el anciano padre Shi era muy extraño. Su cuerpo no se descompuso y las bestias salvajes no se atrevieron a tocarlo. Estaba tendido cuan largo era en su cama, en los huesos, seco, con su fusil colgado en la pared.

– Eso es imposible, hay demasiada humedad en la montaña, el cadáver seguramente se ha descompuesto y el fusil ha debido de transformarse en un amasijo de chatarra herrumbrada.

– No lo sé, pero eso es lo que se viene diciendo desde hace mucho tiempo.

Él sigue diciendo lo que se le antoja sin tener en cuenta mi opinión. Las llamas relucen en sus ojos. Éstos me parecen llenos de malicia.

Vuelvo a la carga:

– Tú no lo has visto, ¿no es así?

– Algunos lo han visto. Parecía dormir. En los huesos, seco, con su fusil colgado en la pared -prosigue en el mismo tono-. Era un buen entendido en magia. No sólo los hombres no se han atrevido a coger su fusil, sino que incluso las bestias no se han atrevido a tocar su cuerpo.

Este cazador había sido ya deificado. La historia y los rumores se mezclaban, había nacido una leyenda popular. La verdad no existe más que en la experiencia e incluso sólo en la experiencia personal, y aun en este caso, una vez que ha sido contada, se convierte en historia. Es imposible demostrar la verdad de los hechos y tampoco es preciso hacerlo. Dejemos a los hábiles dialécticos debatir sobre la verdad de la vida. Lo que importa es la vida en sí misma. Lo que es real es que estoy sentado al amor del fuego, en esta habitación renegrida por el humo del aceite, que veo esas llamas danzando en sus ojos, lo que es cierto soy yo mismo, es la sensación fugitiva que acabo de experimentar, imposible de transmitir al prójimo. Fuera, se ha levantado la niebla, las oscuras montañas se han difuminado, el murmullo del raudo río resuena en ti y eso basta.

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