¿Y qué pasó después?
Después hubo que cortar el arroz tardío. Una vez terminado el último campo, apareció la escarcha. Los aldeanos comenzaron a hacer las compras para la fiesta de Año Nuevo, había que limpiar la muela para moler la harina de arroz. La madre del Peludo descubrió unas ampollas en la espalda de su marido, que empujaba la muela con el torso desnudo. No se atrevió a hablar de ello con nadie, excepto con su cuñada. ¿Quién hubiera dicho que ésta, al día siguiente, vería aparecer unos granos en el pecho de su marido? El mal se extendía y a las mujeres les fue imposible guardar ya el secreto. Incluso Sun Cuarto vio salir en sus piernas bubones purulentos. Evidentemente, el Año Nuevo transcurrió en medio de una gran tristeza, las mujeres estaban preocupadas y sus maridos llevaban envuelta la cabeza o el rostro. En invierno, esto no resultaba demasiado molesto, pero cuando llegó el tiempo de la labranza a comienzos de primavera, no era nada cómodo llevar la cabeza y el rostro vendados. Los hombres, que normalmente no se preocupaban mucho por su aspecto físico, vieron cómo se les caía la piel a tiras, o caérseles el pelo, o aparecerles ampollas. Al Sexto Tío le salió incluso una pústula en la punta de la nariz. Todo el mundo estaba en las mismas, no había nada que decir y la tierra tenía que ser rastrillada. Tras el trasplante del arroz, fue posible respirar por fin un poco. Pensaron, pues, en esa zorra de la que no se sabía si aún vivía. Pero todo el mundo decía que si uno se sentaba en la silla de un leproso, corría el riesgo de coger unos furúnculos en el trasero y nadie se atrevía ya a salir de su casa.
Bien empleado les estuvo a esos hombres, dice ella.
La primera en dirigirse a los campos para escardar, con el rostro embozado con un pañuelo, fue la mujer de Sun Cuarto. Los viejos dijeron: «Quien siembra vientos, recoge tempestades». Pero ¿qué hacer? Incluso la mujer del viejo Lu no se libró de ello, le salieron unos abcesos en el pecho que se pusieron a supurar. Los muchachos y muchachas aún solteros difícilmente habrían podido escapar a aquella calamidad de no haberse exiliado muy lejos a otras aldeas.
¿Has terminado?, pregunta ella.
Sí, se acabó.
Ella dice que esta historia le resulta insoportable.
Porque es una historia de hombres.
¿Existen historias de hombres y de mujeres?, pregunta ella.
Tú dices que naturalmente que existen historias de hombres, historias que los hombres cuentan a las mujeres, e historias de hombres que a las mujeres les gusta escuchar, tú le preguntas cuáles quiere escuchar ella.
Ella dice que tus historias son cada vez más perversas, cada vez más triviales.
Tú dices que ése es precisamente el mundo de los hombres.
En tal caso, ¿qué pasa con el mundo de las mujeres?
Sólo las mujeres conocen el mundo de las mujeres.
¿No existe ningún medio de ponerlos en comunicación?
Son dos aproximaciones distintas.
Pero el amor permite ponerlos en comunicación.
Tú le preguntas: ¿crees en el amor?
Si no crees en él, ¿para qué amar?, te replica ella.
Yeso significa que ella quiere seguir creyendo en él..Si no queda más que el deseo sin amor, ¿qué interés puede tener la vida?
Tú dices que ésa es la filosofía de una mujer.
Deja de una vez de hablar de las mujeres, las mujeres, las mujeres también son seres humanos.
Fueron moldeadas por Niu Gua * con arcilla.
¿Esa es tu opinión de la mujer?
Tú dices que no haces más que exponer los hechos.
Exponer es también una forma de opinión.
Tú dices que no tienes ganas de polemizar.