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– ¡Largo, despeja!

Tú, en cualquier caso, no eres perro. Continúas avanzando para poder dirigirle la palabra:

– ¿Qué, anciana, está haciendo pasta de queso picante?

Sin responderte, ella te dirige una mirada y se pone de nuevo a moler pimiento picante fresco.

– Disculpe, ¿hay por aquí algún lugar llamado la Roca del Alma?

Sabes perfectamente que sería inútil preguntarle sobre un arduo asunto como la Montaña del Alma, por lo que le explicas que vienes de una aldea situada más abajo, la aldea de la familia Meng, y que alguien te ha hablado de una tal Roca del Alma.

Ella interrumpe su labor y te mira fijamente. De hecho, es sobre todo a tu amiga a quien ella examina, luego vuelve la cabeza y te pregunta en tono de gran misterio:

– ¿Busca tener un hijo, no es así?

Ella te coge furtivamente de la mano para atraerte hacia sí, pero le preguntas sin comprender:

– ¿Qué relación existe entre esta roca y el hecho de querer un hijo?

– ¿Qué relación, dices? -exclama ella con voz aguda-. Son siempre las mujeres las que van allí. ¡Van a quemar incienso cuando no consiguen tener un hijo varón!

Y se echa a reír ahogadamente, como si le hicieran cosquillas.

– ¿Y esta joven quiere tener un hijo varón?

Agresiva, la anciana se dirige a ella.

Tú le explicas:

– Estamos de viaje, vamos un poco por todas partes.

– Pero ¿qué hay de interesante aquí? Estos últimos días ha ocurrido lo mismo, han venido varias parejas de la ciudad. Han alborotado la aldea.

No puedes evitar preguntarle:

– ¿Qué han venido a hacer?

– Llevaban un aparato eléctrico, que no paraba de berrear y resonaba por toda la montaña. En la era se apretaban abrazados unos con otros, sin parar de menear las caderas. ¡Qué vergüenza!

– Ah, bueno, ¿buscaban también ellos la Montaña del Alma?

Tú estás cada vez más interesado.

– ¡La montaña de la desgracia dirás! Ya te lo he dicho, es allí donde las mujeres que quieren un hijo varón van a quemar incienso.

– ¿Por qué no pueden ir los hombres hasta allí?

– Si no le temes a la negra, puedes ir allí. ¿Quién te lo impide?

Ella tira otra vez de ti, pero tú dices que sigues sin comprender.

– ¡Te verás manchado por la sangre!

No sabes si la vieja te pone en guardia o bien te maldice.

– Ella dice que es tabú para los hombres.

Quiere justificar lo que dice la anciana.

Tú dices que no existe ningún tabú.

– Ella se refiere a la sangre menstrual de las mujeres -te dice al oído, como si quisiera incitarte a que os fuerais.

– Pues bien, ¿qué pasa con la sangre menstrual de las mujeres?

Tú dices que te importa un comino esa sangre.

– Vamos a ver lo que hay en esa Montaña del Alma.

Ella dice que ya basta, que no tiene ganas de ir allí. Tú le preguntas de qué tiene miedo, ella dice que tiene miedo de las palabras de la anciana.

– Pero ¿cómo van a existir tales prácticas? ¡Vayamos allí! -le dices tú.

Y le preguntas el camino a la vieja.

– No hacéis bien, vais a atraer a los demonios.

La anciana está a tus espaldas. Esta vez está claro que se trata de unas imprecaciones.

Ella dice que tiene miedo, que tiene como un presentimiento. Tú le preguntas si tiene miedo de encontrarse con una bruja. Y añades que en esas aldeas de montaña todas las ancianas son unas brujas y las jóvenes unas zorras.

– ¿También yo, en ese caso? -te pregunta ella.

– ¿Por qué lo preguntas? ¿No eres una mujer?

– ¡Y tú un demonio! -dice ella con ánimo vengativo.

– A los ojos de las mujeres, todos los hombres son unos demonios.

– ¿Así que estoy con un demonio? -pregunta ella levantando la cabeza hacia ti.

– El demonio se lleva a la zorra -dices tú.

Ella suelta una alegre carcajada. Pero te suplica de nuevo que no vayáis allí.

– ¿Qué pasará si vamos allí? -preguntas deteniéndote-. ¿Atraeremos la mala fortuna? ¿Provocaremos una catástrofe? ¿Qué hay que temer?

Acaramelada contra ti, dice que contigo está tranquila, pero tú adviertes que una sombra cruza por su rostro. Te esfuerzas por disiparla hablando en voz muy alta.

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