Con entusiasmo, un mando yi del distrito pone a mi disposición un pequeño jeep para llevarme a Yancang a visitar la gigantesca tumba, que se alza hacia el cielo, del antiguo rey de los yi. Se trata de una colina redondeada con la cima cóncava, de unos cincuenta metros de alto. En la época de la «revalorización de las tierras para la revolución», las gentes se volvieron como locas. Para hacer cal, se llevaron las tres hiladas de piedras funerarias que rodean la colina, desenterraron y rompieron las urnas, para sembrar luego maíz en este espacio despoblado. Actualmente, sólo unos pocos y desmedrados hierbajos, inclinados por el viento, crecen aún allí. Según los investigadores yi, las terrazas de los muertos del antiguo país de Ba, de las que contamos con un testimonio en los documentos chinos de los Anales del país de Huayang, se asemejan mucho a esta tumba que se alza hacia el cielo. Estaban consagradas al culto de los antepasados y destinadas a la observación del cielo.
Afirma que los antepasados de los yi son originarios de la región de Aba en el noroeste de Sichuan y que tienen antepasados comunes con los antiguos qiang. Ése es precisamente el lugar de nacimiento de Yu el Grande, descendiente de los qiang. Comparto, por consiguiente, su punto de vista. Los qiang y los yi están muy próximos por su color de piel, su rostro y su constitución física; puedo atestiguarlo dado que acabo de volver de esas regiones. Me da una palmada en la espalda para invitarme a tomar algo en su casa. Nos hemos hecho amigos. Le pregunto si es cierto que, entre los yi, hay que beber siempre aguardiente mezclado con sangre para sellar una amistad. Él asiente: hay que matar un gallo y mezclar su sangre con el aguardiente. Por lo que a él se refiere, ya la ha puesto en la olla, así que la tomaremos mientras comamos. Acaba de mandar a su hija a Pekín para que estudie allí. Me la recomienda con el ruego de que la tome bajo mi cuidado. Él ha escrito también un guión cinematográfico. Si pudiera ayudarle a encontrar un estudio de realización, sería capaz de desplazar allí a todo un regimiento de jinetes yi para que participasen en el rodaje. Intuyo que pertenece a la clase de los aristócratas propietarios de esclavos, los yi de piel oscura. No me desmiente. Me cuenta que el año pasado fue a los montes Daliang. Llegó a remontarse hasta la décima o incluso varias decenas de generaciones -ya no recuerdo- de antepasados de la rama que tiene en común con un mando local yi.
Le pregunto si, en la sociedad yi de otro tiempo, la jerarquía de los clanes era muy rigurosa. A un muchacho y una muchacha de un mismo clan que deseasen casarse o que tuvieran relaciones sexuales,- ¿se les mataba por ello? ¿Y ocurría lo mismo con los primos hermanos? Si un esclavo yi blanco mantenía relaciones sexuales con una aristócrata yi de piel oscura, ¿debía ser el muchacho condenado a muerte y la mujer obligada a suicidarse?
– Es exacto -dice él-, pero ¿acaso no ocurre lo mismo entre vosotros los han?
Tras pensarlo un poco, caigo en la cuenta de que lo que dice es cierto. He oído decir que las condenas al suicido podían ser ejecutadas bajo forma de ahorcamiento, envenenamiento, harakiri, ahogamiento, salto al vacío. Las penas de muerte consistían en el estrangulamiento, el apaleamiento, el ahogamiento con una piedra atada al cuerpo, la caída desde lo alto de una roca, el ser pasado a cuchillo y el fusilamiento. Le pregunto si puede confirmarlo.
– Más o menos, pero ¿no ocurre lo mismo entre vosotros los han?
Tras pensarlo un poco, confieso que tiene razón.
También quisiera saber si se practicaban torturas más crueles. El hecho de cortar los talones, por ejemplo, o de cortar los dedos y las orejas, sacar los ojos, reventar la pupila, agujerear la nariz.
– Sí, todo eso existió en el pasado, por supuesto, poco más o menos como durante la Revolución Cultural.
Tiene razón, ¿a qué viene tanto asombro por mi parte?
Cuenta que, en los montes Daliang, conoció a un antiguo oficial del Kuomintang que seguía presentándose como licenciado de tal promoción de no sé qué año de la Academia Militar de Huangpu y como coronel de no recuerdo qué regimiento del ejército nacionalista. Tras ser hecho prisionero y reducido a la esclavitud por el jefe de una tribu, se escapó, y posteriormente fue capturado de nuevo. Le llevaron a un mercado, encadenado de la clavícula, y vendido por cuarenta cartuchos de plata a otro amo. Con la llegada del Partido Comunista, su condición de antiguo esclavo le libró de toda persecución, pues nadie conocía su historia. Ahora, dado que vuelve a hablarse de una nueva alianza entre el Partido Comunista y el Kuomintang, se ha atrevido a contarla. Han querido nombrarle miembro de la Conferencia Consultiva del pueblo chino, pero él ha declinado el ofrecimiento. Cuenta ya setenta años y tiene cinco hijos, de los tiempos en que era esclavo. Su amo le proporcionó dos mujeres, que le dieron nueve hijos, cuatro de los cuales fallecieron. Vive todavía en las montañas y no tiene ningunas ganas de saber lo que ha sido de su primera mujer y de sus hijos. El mando me pregunta si escribo novelas. ¡Está dispuesto a ofrecerme esta historia gratis!
Tras la comida, cuando salgo de su casa, la callejuela está sumida en la oscuridad; el cielo se recorta entre dos hileras de tejados en un largo rectángulo gris oscuro. En un día de mercado, la calle estaría llena de yi con la cabeza tocada con turbantes y de miao con su pañuelo anudado a la cabeza, pero esa calle apenas se diferenciaría de cualquier otra del interior del país.
De camino al centro de acogida donde me hospedo, paso por delante de un cine. No sé si están proyectando alguna película. Un llamativo cartel, que representa a una mujer espléndida de turgente pecho, es iluminado por un proyector. En el título de la película debe figurar un nombre de mujer o la palabra amor. Es todavía pronto, no tengo ningunas ganas de volver a mi habitación con cuatro camas vacías. Vuelvo sobre mis pasos para ir a casa de un amigo que acabo de conocer. Ha estudiado arqueología en la universidad. No sé cómo llegó aquí y tampoco se lo he preguntado. Él me ha dicho simplemente de mala gana que no tenía el doctorado hecho.
Según su punto de vista, la etnia yi vive principalmente en la cuenca del Jinshajiang y de su afluente el Yagongjiang. Sus antepasados son los qiang, que fueron emigrando paulatinamente aquí al desaparecer el sistema esclavista de la llanura central de la época de los Shang y de los Zhou. En la época de los Reinos Combatientes, cuando el reino de Qin y el de Chu se batieron en el actual Guizhou, sus antepasados volvieron a emigrar hacia el Yunnan. Éste es un hecho atestiguado fehacientemente por el texto antiguo en lengua yi, los Anales yi del suroeste. Sin embargo, el año pasado, descubrió a orillas del lago Cao más de cien herramientas de piedra que datan del Paleolítico, y posteriormente, en el mismo lugar, unas herramientas del Neolítico cuyo pulimento se asemeja mucho al de las herramientas del emplazamiento de Hemudu en el curso inferior del Yangtsé. También han sido sacados a la luz vestigios de edificaciones que se asemejan a casas construidas sobre pilotes en el vecino distrito de Hezhang. Piensa, por ello, que en el Neolítico existía una relación entre el lugar donde nosotros estamos y la cultura de los antepasados de las tribus baiyue.
Cuando me ve llegar, saca de debajo de una camita de niño una cesta llena de piedras, creyendo que vengo a ver las herramientas que ha encontrado. Nos miramos riendo. Le digo:
– No he venido por las piedras.
– ¡Es cierto, las piedras no son lo prioritario, vamos, ven, ven!
Deja al punto la cesta detrás de la puerta y llama a su mujer:
– ¡Trae de beber!
Yo le digo que acabo de beber.
– ¡No te preocupes, si te emborrachas, puedes pasar la noche aquí!
Debe de ser del Sichuan. Al oír su manera de hablar, me siento próximo a él y adopto su acento. Su mujer prepara inmediatamente unos platos para acompañar un aguardiente con un aroma maravillosamente aterciopelado. Desbordante de entusiasmo, mi amigo se lanza a grandes discursos: sobre los fragmentos de fósiles de machairodm extraídos de las zonas pantanosas del lago Cao, que se venden como huesos de dragón; sobre los mandos locales capaces de reunirse una mañana entera para decidir la simple compra de un ábaco.
«Antes de comprarlo, conviene pasarlo un instante por el fuego para ver si las bolas son de cuerno de buey o bien de madera pintada.»
«¿Es auténtico o de imitación?»
Nos reímos los dos hasta quedarnos sin respiración. Nos duele la tripa, nadamos en plena euforia.
Cuando salgo de su casa, me parece tener los pies de una ligereza desacostumbrada, típica de las altiplanicies. Sé que he bebido justo lo necesario, sin pasarme. Más tarde, me acuerdo de que he olvidado coger de su cesta un hacha de piedra utilizada por los descendientes del hombre de Yuanmou. * Él había exclamado mientras me mostraba las piedras de la cesta colocada tras la puerta:
– ¡Coge tantas como quieras, son talismanes transmitidos de generación en generación!