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– Háblame de ella, háblame de esa loca.

Explicas que las mujeres de la aldea no conseguían dominarla, que fue necesario que varios hombres se abalanzaran sobre su cuerpo y le sostuvieran los brazos para poder atarla. A partir de ese día se volvió loca y predijo las catástrofes y los cambios que habían de abatirse sobre la aldea. Anunció, por ejemplo, que la madre de Ximao enviudaría, y así fue.

– También a mí me gustaría vengarme.

– ¿Vengarte de quién? ¿De tu amigo? ¿O bien de la chica que tenía relaciones con él? ¿Quieres que la rechace después de haberse divertido con ella? ¿Como hizo contigo?

– Decía que me amaba. No hizo más que juguetear un poco con ella.

– ¿Es joven? ¿Más bonita que tú?

– ¡Tiene la cara llena de pecas y una gran boca!

– ¿Es más seductora que tú?

– ¡Él dijo que ella iba detrás de los hombres, que no se negaba a hacer nada, quería que yo hiciera lo mismo que ella!

– ¿Hacer qué como ella?

– ¡No me preguntes eso!

– ¿Sabías, así pues, todo lo que hacían ellos juntos?

– Sí.

– ¿Y ella sabía lo que hacíais vosotros dos?

– ¡Oh, no hables más de eso!

– ¿Entonces de qué quieres que hablemos? ¿De esa mujer de la camelia?

– ¡Me gustaría realmente vengarme!

– ¿Como esa bruja?

– ¿Qué hizo ella?

– Las mujeres temían sus maldiciones, pero todos los hombres venían a charlar con ella. Ella les atraía para luego rechazarlos. Se empolvaba a continuación en exceso, instalaba un altar para entregarse a todo tipo de gesticulaciones aterradoras a fin de implorar a los dioses y a los demonios.

– ¿Y por qué hacía eso?

– Es preciso saber que fue prometida a la edad de seis años a un niño que ni siquiera había nacido todavía. A los doce, vivía con la familia de su futuro esposo, cuando este último no era aún más que un mocoso. Y un día, en este mismo piso, sobre este montón de paja, su suegro abusó de ella. Acababa de cumplir catorce años. Luego, cada vez que estaba sola en casa con él, se ponía a temblar. Más tarde también tuvo que acunar a su maridito que no dejaba de morderle cruelmente el pecho. Tenía que aguantarlo quieras que no, hasta que su marido pudiera llevar la palanca, cortar madera y empujar la carreta. Finalmente, cuando él fue ya mayor, y estaba en edad de merecer, murió aplastado. Sus suegros eran ya viejos, el trabajo de los campos y de la casa recaía completamente sobre sus espaldas. Ellos no se atrevían a vigilarla ya de muy cerca, temiendo que les abandonara para volver a casarse. En la actualidad, los dos están muertos. Y ella está realmente convencida de que se comunica con los espíritus, que puede dispensar a su antojo la felicidad y la desgracia por medio de sus imprecaciones. Naturalmente, cobra a los que vienen a quemar incienso. Lo más extraordinario es que ahora es capaz, por medio de la magia, de hacer perder el conocimiento en el acto a una chiquilla de diez años y de hacer hablar por su boca, con su voz original, a su abuela muerta hace mucho tiempo, a la que la chiquilla nunca conoció. Y ni que decir tiene, por supuesto, que esto pone la piel de gallina a su clientela. -Ven -me suplica-, tengo miedo.

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