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El tren se puso en marcha en medio de un gran estruendo, bajo una lluvia de piedras y de un huracán de insultos, de golpes, de ruidos de cristales rotos, una verdadera escena infernal, a tal punto estaban las gentes convencidas de que sufrían por defender su razón.

Y también en esta época, en la misma línea férrea, vi el cuerpo desnudo de una muchacha, seccionado por las ruedas del tren, como un pez cortado por un afilado cuchillo. El convoy sufrió una fuerte sacudida y pitó, el metal y los cristales rechinaban en medio de un agudo desgarro. Hubiérase dicho un temblor de tierra. Todo era extraño en aquel entonces. Como si el cielo se abatiese sobre los hombres y la tierra, enloquecida, no cesara de temblar.

No fue hasta al cabo de cien o doscientos metros que el tren se detuvo en seco. Los empleados, los agentes de seguridad y los pasajeros bajaron de los coches. La hierba que crecía en el balasto estaba salpicada de trozos de carne humana. Un repugnante olor a sangre impregnaba el aire; la sangre humana tiene un olor más fuerte que la sangre de los peces. En el arcén de la vía férrea yacía el cuerpo rollizo de una mujer, descabezada, sin piernas ni brazos. Se había desangrado por completo, su cuerpo estaba totalmente blanco, más liso que un bloque de mármol. Este cuerpo espléndido de mujer joven conservaba como vestigios de vida y despertaba el deseo. Un anciano de entre los viajeros fue a buscar un trozo de tela que colgaba de una rama para cubrir con él su bajo vientre. El conductor del tren se secaba el sudor con su gorra y explicaba con desespero que había accionado su silbato al ver a la muchacha caminar por en medio de la vía. Ella no se había apartado. Aunque él había aminorado la marcha, no podía frenar demasiado bruscamente por los pasajeros del tren y la vio cómo se dejaba aplastar. En el último instante hizo un amago de apartarse, pero… Había querido suicidarse, era seguro que buscaba su muerte, ¿era una estudiante instalada en el campo? ¿Era una campesina? No debía de tener hijos, eso por supuesto. Los pasajeros discutían entre sí. Sin duda no quería morir, si no ¿por qué hizo un amago de apartarse en el último instante? ¿Tan fácil es morir? ¡Mala persona hay que ser para querer morir! Tal vez andaba enfrascada en sus pensamientos. ¡No es lo mismo que atravesar la carretera en pleno día, era un tren el que se abalanzaba sobre ella! A menos que fuese sorda, había querido morir, mejor morirse que vivir. El que había hecho este último comentario se había esfumado rápidamente.

Yo no hago más que luchar para sobrevivir, no, no lucho por nada, lo único que hago es protegerme. No tengo el valor de esta mujer, no he alcanzado tal punto de desesperación, me gusta aún perdidamente este mundo, no he vivido aún lo suficiente.

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