Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Adonde quieres ir, pequeño? ¡Dímelo!

Te ha echado los brazos al cuello, sin ningún reparo.

– ¿Es que no tienes lengua?

Se ha secado el rostro con sus manos terrosas y te ha mirado con expresión de lelo. Tú no sabías ya qué hacer. Tal vez era el hijo de unos campesinos de la vecindad que no debían de ocuparse mucho de él. Era realmente algo sin sentido.

Te lo has llevado contigo durante un trecho del camino, pero no había ninguna casa a la vista. Comenzabas a estar harto y, no pudiendo llevarte hasta el pie de la montaña a este niño mudo, has empezado de nuevo a hablarle.

– Baja y andando, ¿de acuerdo?

Él ha dicho que no con la cabeza, con una expresión digna de lástima.

Has caminado así un poco más, pero seguías sin ver a nadie. Ningún humo que subiera del valle. Te has preguntado si no sería un niño al que hubieran abandonado deliberadamente en ese sendero. Tenías que volver a llevarle allí donde lo habías encontrado, sus padres terminarían por venir a buscarle.

– Baja y andando, pequeño, que me duelen ya los brazos.

Le has acariciado un poco las nalgas. En realidad estaba dormido. Seguramente hacía ya bastante rato que había sido abandonado allí, víctima de la maldad de los adultos. Has maldecido a sus padres en tu persona. ¿Por qué le habían traído al mundo, si no eran capaces de criarlo?

Has examinado su pequeño rostro cubierto de rastros de lágrimas. Dormía profundamente. Tenía puesta tal confianza en ti, que ello quería decir que no debía recibir normalmente mucho afecto. El sol que se filtraba a través de las nubes iluminaba su rostro. Él ha entornado los ojos, se ha vuelto y ha hundido su rostro en tu pecho.

Una ola de calor ha surgido de lo más profundo de tu corazón, no habías sentido una ternura semejante desde hacía mucho tiempo. Descubrías que amabas a los niños, que hubieras tenido que tener alguno. Cuanto más lo mirabas, más encontrabas que se te parecía. ¿No le habrías dado tú vida buscando un momento de placer? ¿No le habías abandonado posteriormente? Y no habías pensado ya nunca más en él, ¡en realidad, era a ti a quien maldecías hacía un momento cuando injuriabas a sus padres!

Tenías un poco de miedo, miedo a que se despertara, miedo a que supiera hablar, miedo a que fuera consciente. Felizmente, era mudo, felizmente, estaba dormido, no era consciente de su desdicha. Tenías que dejarle dormido en el sendero, aprovechar que nadie le hubiese descubierto aún para huir lo más lejos posible.

Le has depositado en el camino. Él se ha movido un poco, se ha aovillado y ha escondido su rostro entre las manos. Seguramente sentía el frío de la tierra, iba sin duda a despertarse. Has salido pitando como un criminal. Te ha parecido oír un llanto detrás de ti, pero no te has atrevido a mirar atrás.

121
{"b":"93803","o":1}