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Incluso antes de coger la pistola, Sawyer ya se había fijado en el detalle. Jackson también. Intercambiaron una mirada de pena: la culata rajada.

– ¿Tenéis alguna pista? -preguntó Hardy, que se había fijado en el detalle.

– Mierda -contestó Sawyer, sin saber qué más decir. Metió las manos en los bolsillos del pantalón mientras miraba la limusina y después el arma-. Estoy casi seguro de que la pistola pertenece a Sídney Archer, Frank.

– ¿Puede repetir el nombre? -preguntaron los dos inspectores al unísono.

Sawyer les informó de la identidad de Sídney y de su pertenencia al bufete.

– Eso es. Leí en el periódico el artículo sobre ella y su marido. Ya me parecía conocido el nombre. Eso explica muchas cosas -señaló Royce.

– ¿A qué se refiere? -preguntó Jackson.

Royce consultó las notas apuntadas en su libreta.

– El sistema de acceso de la puerta del edificio registra las entradas y salidas fuera del horario de oficina. ¿Adivine quién entró esta madrugada a la una y veintiuno?

– Sidney Archer -respondió Sawyer con un tono cansado.

– Bingo. Maldita sea, el marido y la esposa. Bonita pareja. Pero no conseguirá escapar. Los cadáveres todavía están calientes, no nos lleva mucha ventaja. -Royce parecía muy seguro-. Tenemos muchas huellas en el interior de la limusina. Una vez descartadas las de las víctimas tendremos las suyas.

– No me extrañaría nada que aparecieran huellas de Archer por todas partes -intervino Holman. Señaló la limusina con un ademán- Sobre todo con la cantidad de sangre que hay ahí dentro.

Sawyer se volvió hacia el inspector.

– ¿Ya tiene el motivo?

Royce sostuvo en alto el magnetófono portátil.

– Lo encontré debajo de Brophy. Ya han tomado las huellas dactilares. -El inspector lo puso en marcha. Todos escucharon la grabación hasta el final. A Sawyer se le subieron los colores.

– Esa era la voz de Jason Archer -afirmó Hardy-. La conozco bien. -Meneó la cabeza-. Ahora sólo nos falta el cuerpo.

– Y la otra es la voz de Sidney -añadió Jackson. Miró a su compañero apoyado contra una columna con aspecto desconsolado.

Sawyer asimiló la nueva información y la integró en el paisaje siempre cambiante en que se había convertido el caso. Brophy había grabado la conversación la mañana en que ellos habían ido a entrevistar a Sidney. Por esa razón el muy hijo de puta parecía tan contento consigo mismo. Eso también explicaba el viaje a Nueva Orleans y su entrada en la habitación de Sidney. Hizo una mueca. Él nunca habría revelado voluntariamente lo que Sidney le había contado sobre la llamada telefónica. Pero ahora se había descubierto el secreto. Ella había mentido al FBI. Incluso si Sawyer declaraba -cosa que estaba dispuesto a hacer en el acto- que Sidney le había dado los detalles de la conversación telefónica, estaba claro que había hecho planes para ayudar y proteger a una fugitiva. Ahora se enfrentaba a una condena muy larga. La carita de Amy Archer apareció en sus pensamientos y se sintió todavía peor.

Mientras Royce y Holman se marchaban para continuar con sus investigaciones, Hardy se acercó a Sawyer.

– ¿Quieres que te diga una cosa?

Sawyer asintió. Jackson se unió a ellos.

– Probablemente yo sé un par de cosas que no sabes. Una que Tylery Stone había cesado a Sidney Archer -dijo Hardy.

– Vale -replicó Sawyer sin apartar la mirada de su antiguo compañero.

– Por irónico que parezca, la carta de cese la encontraron en los bolsillos de Goldman. Quizá todo ocurrió de la siguiente manera: Archer viene a su oficina por algún motivo. Tal vez es algo inocente, o tal vez no. Se encuentra con Goldman y Brophy por casualidad o quizás estaban citados. Probablemente Goldman informó a Sidney del contenido de la carta de despido, y después le hace escuchar la grabación. Es un buen material para un chantaje.

– Estoy de acuerdo en que la cinta es muy perjudicial, pero ¿por qué hacerle chantaje? -preguntó Sawyer, que continuaba mirando a Hardy.

– Como te dije antes, hasta que se estrelló el avión, Sidney Archer era la principal abogada en las negociaciones con CyberCom. Estaba al corriente de las informaciones confidenciales, una información que la RTG se desesperaba por conseguir. El precio de dicha información es la cinta. Ella les da la información sobre las negociaciones o si no acaba en la cárcel. De todos modos, la firma la ha despedido. ¿Qué más le da?

– Creía que el marido ya había entregado esa información a la RTG -protestó Sawyer, que no lo veía tan claro-. El intercambio grabado en vídeo.

– Las negociaciones cambian, Lee. Sé de buena fuente que desde la desaparición de Jason Archer los términos de la oferta por CyberCom han cambiado. Lo que Jason les dio eran noticias viejas. Necesitaban información fresca. Y aunque suene irónico, lo que el marido no les pudo dar, lo tenía la esposa.

– Suena como si hubieran hecho un trato. En ese caso, ¿cómo se explican los asesinatos, Frank? Que fuera su pistola no significa que ella la utilizara -señaló Sawyer con un tono sarcástico.

Hardy no se dio por aludido y prosiguió con su análisis.

– Quizá no llegaron a un acuerdo en los detalles. Quizá las cosas se pusieron feas. Quizá decidieron que lo mejor era conseguir la información que necesitaban y después acabar con ella. Quizás es por eso por lo que acabaron en la limusina. Parker llevaba un arma; todavía está en la cartuchera, sin usar. Tal vez hubo una pelea. Ella sacó el arma, disparó y mató a uno de ellos en defensa propia. Horrorizada, decide no dejar ningún testigo.

Sawyer meneó la cabeza violentamente para rechazar la teoría.

– ¿Tres hombres sanos y fuertes contra una mujer? No tiene ningún sentido que la situación se les fuera de las manos. Incluso en el caso de que ella estuviera en la limusina, no puedo creer que fuera capaz de matar a los tres y marcharse tan tranquila.

– Quizá no se marchó tan tranquila, Lee. Tal vez resultó herida.

Sawyer miró el suelo de cemento junto a la limusina. Había unas cuantas manchas de sangre, pero no se veía ninguna más allá. El escenario que pintaba Hardy, aunque poco concreto, podía ser creíble.

– Así que mata a tres hombres y se va sin la cinta. ¿Por qué?

– La encontraron debajo de Brophy. El tipo era fornido, casi cien kilos de peso muerto. Necesitaron a dos policías bien corpulentos para mover el cadáver cuando lo identificaron. Entonces descubrieron la cinta. La respuesta más sencilla es que ella no pudo conseguirla físicamente. O quizá no sabía que estaba allí. Por lo que parece, se le cayó del bolsillo cuando se desplomó. Entonces ella tuvo miedo y escapó. Lanzó la pistola en una alcantarilla y siguió corriendo como alma que lleva el diablo. ¿Cuántas veces tú y yo hemos visto casos parecidos?

– Tiene sentido, Lee -opinó Jackson.

Sin embargo, Sawyer se mostró poco convencido. Se acercó a Royce, que estaba firmando unos papeles.

– ¿Le importa si llamo a un equipo de los míos para hacer unas pruebas?

– Usted mismo. Casi nunca rechazo la ayuda del FBI. Ustedes son los tipos que tienen el dinero del gobierno. ¿Nosotros? Tenemos suerte si nos ponen gasolina en los coches.

– Me gustaría que hicieran algunas pruebas en el interior de la limusina. Mi equipo puede estar aquí en veinte minutos. Quiero que examinen los cadáveres en la posición que están. Después pediré que hagan una investigación más a fondo en el laboratorio, sin los cuerpos desde luego.

Royce consideró la propuesta durante unos instantes.

– Me ocuparé del papeleo -dijo mientras miraba a Sawyer con un poco de recelo-. Verá, siempre agradezco la colaboración del FBI, pero ésta es nuestra jurisdicción. Me molestaría que los méritos se los llevara otro cuando resuelva este caso. ¿Oye lo que le digo?

– Con toda claridad, detective Royce. Es su caso. Cualquier cosa que descubramos estará a su disposición para resolver el asesinato. Espero de todo corazón que consiga un ascenso y un aumento de sueldo.

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