Sawyer movió la cabeza de un lado a otro para aliviar el dolor del cuello y se balanceó en la silla. El disquete. Necesitaban hacerse con el disquete. Mejor dicho, Sidney Archer tenía que recibirlo. El timbre del teléfono lo arrancó de sus pensamientos. Convencido de que era Sidney, se apresuró a cogerlo.
– ¿Sí?
– Lee, soy Frank.
– Coño, Frank, ¿nunca puedes llamar en horarios normales?
– Esto pinta mal, Lee, muy mal. En el bufete de Tylery Stone. En el garaje subterráneo.
– ¿De qué se trata?
– Un triple homicidio. Será mejor que vengas.
Sawyer colgó el teléfono. Acababa de entender el significado de las palabras de Sidney. ¡Hija de puta!
La calle de entrada al garaje subterráneo era un mar de luces azules y rojas dé tantos coches patrulla y ambulancias que había aparcados por todas partes. Sawyer y Jackson mostraron sus placas a los agentes que custodiaban el cordón de seguridad. Frank Hardy, con expresión grave, los recibió en la entrada y los acompañó hasta el último nivel del aparcamiento, a cuatro pisos por debajo del nivel de la calle, donde la temperatura era bajo cero.
– Al parecer, los asesinatos se cometieron a primera hora de la madrugada, así que el rastro es bastante fresco. Los cadáveres están en buen estado, excepto por algunos agujeros de más -les explicó Hardy.
– ¿Cómo te enteraste, Frank?
– La policía avisó al socio gerente de la firma, Henry Wharton, que está en Florida en una convención del bufete. Él llamó a Nathan Gamble que, a su vez, se puso en contacto conmigo.
– ¿Así que todos los muertos trabajaban en la firma?
– Lo puedes ver por ti mismo, Lee. Todavía están aquí. Pero digamos que Tritón tiene un interés particular en estos asesinatos. Por eso Wharton llamó a Gamble con tanta prisa. También acabamos de descubrir que el guardia de seguridad de las oficinas de Tylery Stone en Nueva York fue asesinado a primera hora de esta mañana.
– ¿Nueva York? -Sawyer miró a su amigo.
Hardy asintió.
– ¿Alguna cosa más?
– Todavía no. Pero informaron que vieron a una mujer salir corriendo del edificio alrededor de una hora antes de que encontraran el cadáver.
Sawyer reflexionó sobre este nuevo aspecto del caso mientras se abrían paso entre la multitud de policías y personal de la oficina del forense para llegar junto a la limusina. Las dos puertas delanteras estaban abiertas. Sawyer miró a los dos expertos en huellas digitales que espolvoreaban el exterior del vehículo en busca de huellas. Un técnico fotografiaba el interior del coche y otro filmaba el escenario con una cámara de vídeo. El médico forense, un hombre de mediana edad vestido con una camisa blanca con las mangas arremangadas, la corbata metida en el interior de la camisa, y con guantes de plástico y una mascarilla quirúrgica, conversaba con dos hombres ataviados con gabardinas azules. Al cabo de unos momentos, los dos hombres se reunieron con Hardy y los agentes del FBI.
Hardy presentó a Sawyer y Jackson a Royce y Holman, dos inspectores de homicidios.
– Les he informado del interés del FBI en el caso, Lee -dijo Hardy.
– ¿Quién encontró los cuerpos? -le preguntó Jackson a Royce. -Un contable que trabaja en el edificio. Llegó poco antes de las seis. Su aparcamiento está aquí abajo. Le pareció extraño ver una limusina a estas horas, sobre todo porque ocupaba varias plazas. Los cristales son tintados. Golpeó la puerta, pero nadie le respondió. Entonces abrió la puerta del pasajero. Un error. Creo que todavía está arriba vomitando. Al menos se recuperó lo suficiente para llamarnos.
El grupo se acercó a la limusina. Hardy invitó a los agentes a que echaran un vistazo. Después de mirar en los asientos delanteros y traseros, Sawyer miró a Hardy.
– El tipo que está en el suelo me resulta familiar.
– No te extrañe. Es Paul Brophy.
Sawyer miró a Jackson.
– El caballero en el asiento de atrás con el tercer ojo es Philip Goldman -añadió Hardy.
– Abogado de RTG -señaló Jackson.
– La víctima en el asiento delantero es James Parker, un empleado de la delegación local de RTG; por cierto, la limusina es propiedad de RTG.
– De ahí el interés de Tritón en el caso -apuntó Sawyer.
– Así es -contestó Hardy.
Sawyer se metió un poco más en el vehículo para observar mejor la herida en la frente de Goldman antes de examinar el cadáver de Brophy. Mientras tanto, Hardy le hablaba por encima del hombro, con un tono calmoso y metódico. Él y Sawyer habían trabajado juntos en muchísimos casos de homicidio. Al menos aquí los cadáveres estaban enteros. Habían visto muchos en los que no era así.
– Los tres murieron por heridas de bala. Al parecer, un arma de grueso calibre, disparada a corta distancia. La herida de Parker es de contacto. La de Brophy es de casi contacto. Supongo que a Goldman le dispararon desde menos de un metro por las quemaduras en la frente.
– Así que el asesino estaba sentado en el asiento delantero -señaló Sawyer-. Mató primero al chófer, después a Brophy y luego a Goldman.
– Quizá -dijo Hardy, poco convencido-, aunque el asesino pudo estar sentado junto a Brophy y de cara a Goldman. Mató primero a Parker a través del tabique, luego mató a Brophy y a Goldman, o al revés. Tendremos que esperar el resultado de la autopsia para saber la trayectoria exacta de los proyectiles. Eso nos dará una idea más exacta del orden. -Hizo una pausa y después añadió-: Junto con otros residuos.
El interior de la limusina ofrecía un espectáculo horrible.
– ¿Ya saben la hora aproximada de las muertes? -preguntó Jackson.
– El rigor mortis todavía no se ha establecido del todo, ni mucho menos. Tampoco se ha fijado la lividez -le informó Royce con las notas que había tomado-. Todos están en etapas similares del post mortem, así que a todos los debieron matar más o menos a la misma hora. El forense, después de sumar la temperatura corporal, calcula entre cuatro y seis horas.
– Ahora son las ocho y media -dijo Sawyer-. Así que en algún momento entre las dos y las cuatro de la madrugada.
Royce asintió.
Jackson se estremeció por efecto de la ráfaga de viento helado que los azotó cuando se abrieron las puertas del ascensor cargado de policías. Sawyer hizo una mueca al ver cómo el aliento se condensaba formando nubes. Hardy sonrió al ver la expresión de su amigo.
– Sé lo que estás pensando, Lee. Aquí nadie ha trasteado con el aire acondicionado como ocurrió con tu último cadáver. Claro que con el frío…
– No creo que podamos confiar mucho en el cálculo de la hora de la muerte -le interrumpió Sawyer-. Y creo que cada minuto de error será muy importante.
– Tenemos la hora exacta de entrada de la limusina en el garaje, agente Sawyer -señaló Royce-. El acceso está limitado a los poseedores de llaves autorizadas. El sistema de seguridad del garaje registra al que entra con tarjetas individuales. La tarjeta de Goldman se usó a la una y cuarenta y cinco de esta mañana.
– Por lo tanto, no pudo estar aquí mucho tiempo antes de que lo mataran -opinó Jackson-. Al menos, eso nos da una referencia.
Sawyer no respondió. Se rascó la barbilla mientras no dejaba de observar la escena del crimen.
– ¿El arma?
Holman le mostró una pistola metida en una bolsa de plástico.
– Uno de los agentes encontró esto en la reja de una alcantarilla cercana. Por fortuna, se enganchó con unas basuras porque si no no la hubiéramos encontrado. -Le pasó la bolsa a Sawyer-. Smith amp; Wesson, calibre nueve milímetros. Balas HydraShok. Los números de serie están intactos. Será fácil encontrar al dueño. Se dispararon tres proyectiles de un cargador lleno. -Todos veían con claridad las manchas de sangre en el arma, algo natural si se había efectuado un disparo a quemarropa-. Todo indica que se trata del arma homicida -añadió Holman-. El tirador recogió los casquillos, pero las balas siguen en las víctimas, así que podremos tener una comparación afirmativa de balística si los proyectiles no están muy deformados.