Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Ni por un momento he creído que sea usted estúpida, Sidney. -Se miraron con un respeto mutuo; sin embargo, la afirmación de Sawyer era ambigua.

– ¿Tiene alguna razón para sospechar que mi marido estaba involucrado… -hizo una pausa y tragó saliva como un paso previo a decir lo impensable- en algo ilegal?

Sawyer la miró, y la inconfundible sensación de que la había visto antes en alguna parte volvió a asaltarle hasta que se transformó en certeza.

– Sidney, digamos que las actividades de su marido inmediatamente antes de subir a aquel avión nos están causando algunos problemas.

Sidney recordó todas aquellas noches de trabajo hasta la madrugada, las idas de Jason a la oficina a las horas más intempestivas.

– ¿Pasa algo en Tritón?

Sawyer observó cómo ella se retorcía las manos. El agente tenía fama de ser muy reservado, pero por alguna razón deseaba contarle todo lo que sabía. Se resistió a la tentación.

– Es un caso abierto, Sidney. No se lo puedo decir.

– Lo comprendo, desde luego -respondió Sidney, que se apartó un poco.

– Estaremos en contacto.

Sawyer salió del estudio, y Sidney recordó inquieta que Nathan Gamble había dicho las mismas palabras. De pronto se estremeció de miedo. Se rodeó el pecho con los brazos y se acercó al fuego.

La llamada de Jason le había provocado una euforia tremenda. Nunca había experimentado nada parecido, pero los pocos detalles que él había mencionado después la habían desinflado con la misma rapidez. Ahora estaba dominada por una confusión total, y sólo tenía una cosa clara: la lealtad a su marido. Se preguntó qué nuevas sorpresas le esperaban mañana.

En cuanto los vio salir de la casa, Paul Brophy siguió a los dos agentes sin dejar de charlar.

– Por lo tanto, es obvio que mi bufete tiene un gran interés en conocer cualquier presunta fechoría que involucre a Jason Archer y a Tritón Global. -Por fin dejó de hablar y miró ilusionado a los agentes.

– Es lo que me han dicho -respondió Sawyer sin detenerse.

El agente del FBI se detuvo detrás del Cadillac de Bill Patterson, aparcado en la entrada del garaje, y apoyó un pie en el parachoques para atarse el cordón del zapato. Mientras lo hacía se fijó en la pegatina: MAINE, LUGAR DE VACACIONES. «¿Cuándo tuve mis últimas vacaciones? -pensó-. Debes estar muy mal si no te acuerdas.» Se subió los pantalones y se volvió hacia el abogado, que le observaba desde la acera.

– ¿Cómo ha dicho que se llamaba?

Brophy echó una ojeada a la puerta principal y después se acercó.

– Brophy, Paul Brophy -dijo, y se apresuró a añadir-: Como le dije antes estoy en el bufete de Nueva York, así que en realidad no tengo relación con Sidney Archer.

– Sin embargo vino hasta aquí para asistir al funeral. -Sawyer le observó con atención-. Eso fue lo que dijo, ¿no?

Brophy miró a los dos agentes. Ray Jackson entornó un poco los párpados mientras catalogaba al abogado. Tenía toda la pinta de un fulero.

– En realidad, estoy aquí en representación del bufete. Sidney Archer sólo es una abogada a tiempo parcial, y como yo estaba en la ciudad por otros asuntos, digamos que me tocó.

Sawyer contempló las nubes por encima de la casa.

– ¿Sí? Sabe, hice algunas averiguaciones acerca de la señora Archer. Según las personas con las que hablé, ella es una de las principales abogadas de Tylery Stone, aunque esté empleada a tiempo parcial. Pedí que me hicieran una lista de los cinco abogados más importantes a tres fuentes distintas, y ¿sabe una cosa? La señora estaba en todas las listas. -Miró a Brophy y añadió-: Es curioso, pero el suyo no apareció en ninguna.

Brophy tartamudeó unos segundos, pero Sawyer no le dio tiempo a protestar, y pasó a otro tema.

– ¿Lleva mucho tiempo aquí, señor Brophy? -Señaló la casa.

– Alrededor de una hora. ¿Por qué? -El tono quejoso de Brophy denunciaba sus sentimientos heridos.

– ¿Ha ocurrido algo fuera de lo normal en esa hora?

Brophy se consumía por decirles a los agentes que tenía grabadas las palabras de un hombre muerto, pero la información era demasiado valiosa para regalarla como si tal cosa.

– En realidad, no. Está cansada y deprimida, o al menos lo parece.

– ¿Qué quiere decir con eso? -le preguntó el agente Jackson, que se quitó las gafas de sol para mirar mejor a Brophy.

– Nada. Como les dije antes, no la conozco mucho. En realidad no sé cómo se llevaba con su marido.

– Ah. -Jackson apretó los labios y se volvió a poner las gafas. Miró a su compañero-. ¿Estás listo, Lee? Este hombre parece estar helado. Tendría que volver a la casa y calentarse un poco. -Miró a Brophy-. Vaya a presentarle sus respetos a su conocida.

Jackson y Sawyer le dieron la espalda y caminaron hacia el coche.

El rostro de Brophy estaba rojo de furia. Miró un momento hacia la casa y después los llamó.

– Eh, está bien, ella recibió una llamada.

Los dos agentes se volvieron al unísono.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Sawyer. Le dolía la cabeza por la falta de cafeína y estaba cansado de escuchar a ese gilipollas-. ¿Qué llamada?

Brophy se acercó a ellos y les habló en voz baja sin dejar de espiar a hurtadillas la casa.

– Fue un par de minutos antes de que llegaran ustedes. El padre de Sidney atendió el teléfono y el que llamaba dijo que era Henry Wharton. -Los agentes le miraron intrigados-. Es el titular de Tylery Stone.

– ¿Y? -dijo Jackson-. Quizá llamaba para interesarse por ella.

– Sí, eso mismo creía yo, pero…

– Pero ¿qué? -preguntó Sawyer, furioso.

– No sé si estoy en libertad de decirlo.

La voz de Sawyer recuperó la normalidad, pero sus palabras sonaron mucho más amenazadoras que antes.

– Hace demasiado frío para estar aquí fuera escuchando gilipolleces, señor Brophy, así que le pediré muy amablemente que me dé la información, y será la última vez que se lo pida de esa manera. -Sawyer se inclinó sobre Brophy, que le miraba con el rostro demudado mientras el fornido Jackson le empujaba por detrás.

– Llamé a Henry Wharton al despacho mientras Sidney estaba hablando con ustedes. -Brophy hizo una pausa teatral-. Cuando le pregunté sobre la charla con Sidney, se mostró muy sorprendido. El no la había llamado. Y cuando ella salió del dormitorio después de atender la llamada, estaba blanca como el papel. Creí que se iba a desmayar. Su padre también se dio cuenta.

– Si el FBI llama a mi puerta el día del funeral de mi esposo, supongo que yo también me pondría malo -comentó Jackson, mientras abría y cerraba uno de sus puños gigantescos que hubiera dado cualquier cosa por descargar.

– Según el padre, ya tenía esa cara antes de que les avisara de su presencia. -Brophy se inventó esta parte, pero ¿y qué? No era la presencia del FBI en su casa lo que había puesto a Sidney Archer en ese estado.

Sawyer se irguió y miró la casa. Después miró a Jackson, que enarcó las cejas. Sawyer estudió el rostro de Brophy. Si el tipo les estaba engañando… Pero no, seguro que decía la verdad, o por lo menos casi toda la verdad. Era obvio que se moría de ganas por decir algo que bajara a Sidney Archer del pedestal. Al agente le daba igual la venganza personal de Paul Brophy. Le interesaba la llamada.

– Gracias por la información, señor Brophy. Si recuerda alguna cosa más aquí tiene mi número. Le dio al abogado una tarjeta y se marchó con Jackson.

Mientras conducían de regreso a la ciudad, Sawyer miró a su compañero.

– Quiero un servicio de vigilancia sobre Sidney Archer las veinticuatro horas del día. Y quiero que controlen todas las llamadas recibidas en su casa durante las últimas veinticuatro horas, empezando por la que mencionó el señorito.

– ¿Crees que era su marido el que llamó? -preguntó Jackson, que miraba a través de la ventanilla.

– Creo que ha tenido que ser algo muy fuerte para dejarla en ese estado. Incluso mientras hablábamos con ella, estaba como perdida. Muy perdida.

50
{"b":"106972","o":1}