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– Venga, Ray, ve a buscar agua, té, lo que sea. ¡Corre!

Jackson corrió a la cocina.

La madre de Sidney, con las manos temblorosas, llenó un vaso con agua y se lo entregó a Jackson. En el momento en que el agente se daba la vuelta, Bill Patterson levantó el periódico y se lo enseñó.

– Es por esto, ¿no? -El titular a toda plana decía: LA CATÁSTROFE DEL AVIÓN DE LA WESTERN AlRLINES SE ATRIBUYE A UN SABOTAJE. EL GOBIERNO FEDERAL OFRECE UNA RECOMPENSA DE DOS MILLONES DE DÓLARES-. Jason y los demás fueron víctimas de un atentado terrorista. Por eso están aquí, ¿no es así?

La señora Patterson se cubrió el rostro con las manos, y el sonido del llanto invadió la cocina mientras se sentaba.

– Señor, por favor, ahora no, ¿vale? -El tono de Jackson no admitía replica. Salió de la cocina con el vaso de agua.

Mientras tanto, Paul Brophy había salido al jardín, a pesar del frío, con la aparente intención de fumar un cigarrillo. Si alguien hubiese mirado a través de la ventana de la sala, hubiera visto el teléfono móvil apretado contra su oreja.

Sawyer casi obligó a Sidney a que se bebiera el agua, pero, por fin, la joven tuvo fuerzas para erguirse en la silla. Sidney recobró la compostura y le devolvió el vaso con una mirada de agradecimiento. El agente no volvió a tocar el tema del atentado.

– Créame -dijo-, si esto no fuese muy, muy importante, nos marcharíamos ahora mismo, ¿de acuerdo?

Sidney asintió. Tenía un aspecto atroz. Sawyer se tomó un momento para ordenar los pensamientos. Pareció aliviada cuando él le hizo un par de preguntas inocentes sobre el trabajo de Jason en Tritón Global. Sidney respondió con calma, aunque un tanto intrigada. El agente echó una ojeada al estudio. Tenían una bonita casa.

– ¿Algún problema de dinero? -preguntó.

– ¿Adonde quiere ir a parar, señor Sawyer? -El rostro de Sidney había recuperado parte de su rigidez. De pronto, se relajó; acababa de recordar el comentario de Jason de que le daría el mundo.

– Allí donde haya algo que nos traiga a este punto, Sidney -respondió el agente, que le devolvió la mirada sin vacilar.

Sidney tuvo la sensación de que Sawyer podía ver más allá de su fachada exterior, que podía leer sus pensamientos, las terribles dudas que le asaltaban. Se dio cuenta de que tendría que ir con mucho cuidado.

– Estábamos hablando con todos los familiares de los pasajeros del avión -añadió Sawyer-. Si el aparato fue saboteado por causa de alguno de los que iban a bordo, necesitamos saber el motivo.

– Comprendo. -Sidney inspiró con fuerza-. En respuesta a su pregunta, le diré que nuestra situación económica es la mejor de los últimos años.

– Usted es abogada de Tritón, ¿verdad?

– Entre otros cincuenta clientes. ¿Por qué?

Sawyer cambió de táctica.

– ¿Sabía que su marido había pedido unos días libres en el trabajo?

– Soy su esposa.

– Bien, entonces quizá quiera explicarme por qué, si se había tomado unos días libres, estaba en un avión a Los Ángeles. -Sawyer había estado a punto de decir «presuntamente estaba», pero se contuvo a tiempo.

– Escuche, debo asumir que usted ya ha hablado con Tritón -contestó Sidney con un tono práctico-. Quizás incluso ha hablado con Henry Wharton. Jason me dijo que iba a Los Ángeles por un asunto de Tritón. La mañana en que se fue, le dije que tenía una reunión en Nueva York con la gente de Tritón. Entonces me dijo que iba a Los Ángeles para una entrevista sobre un nuevo empleo. No quería que por algún comentario casual de mi parte se enteraran de su viaje. Le seguí el juego. Sabía que no era muy correcto, pero lo hice.

– Pero no había otro empleo.

– No.

– Y, por el hecho de ser su esposa y todo eso, ¿no tiene ninguna idea de por qué iba a Los Ángeles? ¿Ninguna sospecha? Sidney meneó la cabeza.

– ¿Eso es todo? ¿Nada más? ¿Está segura de que no tenía nada que ver con Tritón? -insistió Sawyer.

– Jason casi nunca hablaba conmigo de asuntos de la compañía.

– ¿Por qué? -Sawyer se moría por una taza de café. El cuerpo comenzaba a rendirse después de la larga noche con Hardy.

– Mi bufete representa a otras varias compañías que podrían ser consideradas como posibles competidoras de Tritón. Sin embargo, los clientes han desistido de cualquier conflicto potencial y, de vez en cuando, si ha sido necesario, hemos levantado paredes chinas.

– ¿Cómo ha dicho? -preguntó Ray Jackson-. ¿Paredes chinas?

– Sí, es cuando cortamos las comunicaciones de cualquier tipo, el acceso a los archivos, incluso las charlas en los pasillos, sobre los asuntos de un determinado cliente, si un abogado de la firma representa a otro cliente con un posible conflicto. También se restringe el acceso a las bases de datos respecto a las negociaciones pendientes que manejamos. Esto también lo hacemos para mantener actualizados los términos de las negociaciones. En ocasiones, los términos cambian muy deprisa, y no queremos que los clientes tengan una sorpresa de última hora sobre los términos principales. La memoria de la gente es falible, en cambio no sucede lo mismo con los ordenadores. El acceso a esos archivos se consigue con una clave que únicamente conocen los abogados que dirigen el caso. La teoría es que un bufete se puede replegar en sí mismo para evitar problemas de este tipo. De ahí el término.

– ¿Cuáles son los otros clientes que representa su bufete y que podrían tener un conflicto con Tritón? -quiso saber Sawyer.

Sidney pensó un momento. Le vino un nombre a la cabeza, pero no estaba segura si debía mencionarlo. Si lo hacía, quizá la entrevista acabaría de una vez.

– El grupo RTG.

Los agentes intercambiaron una mirada.

– ¿Quién representa a RTG en el bufete?

Sawyer estaba seguro de haber visto un destello de picardía en los ojos de Sidney antes de responderle.

– Philip Goldman.

En el jardín de la casa de los Archer, el frío comenzaba a filtrarse a través de los guantes de Paul Brophy.

– No, no tengo ni la menor idea de lo que pasa -dijo Brophy, y apartó el teléfono móvil cuando el interlocutor replicó con una serie de improperios a su supuesta ignorancia-. Espera un momento, Philip. Es el FBI. Llevan armas, ¿vale? Si tú no te lo esperabas, ¿por qué tenía que esperarlo yo?

Esta deferencia a la inteligencia superior de Philip Goldman al parecer tuvo efecto porque Brophy volvió a apoyar el teléfono en la oreja.

– Sí, estoy seguro de que era él. Conozco su voz y además ella lo llamó por el nombre. Lo tengo todo grabado. No está mal de mi parte, algo brillante, ¿no te parece? ¿Qué? Claro que me quedaré por aquí a ver lo que encuentro. De acuerdo. Te volveré a llamar dentro de unas horas.

Brophy cortó la comunicación, guardó el teléfono y regresó a la casa mientras se frotaba los dedos ateridos.

Sawyer observaba con atención a Sidney, que acariciaba con una mano el brazo del sofá. Se preguntaba si había llegado el momento de soltar la bomba: decirle que Jason Archer no estaba enterrado en el cráter de Virginia. Por fin, después de un prolongado conflicto interno, la intuición se impuso a la mente. Se puso de pie y le tendió la mano.

– Muchas gracias por su cooperación, señora Archer. Si recuerda alguna cosa que pueda ayudarnos, llámeme a cualquier hora del día o de la noche a estos números. -Sawyer le dio una tarjeta-. Mi número particular está escrito al dorso. ¿Tiene alguna tarjeta suya? -Sidney cogió el bolso que estaba en la mesa, rebuscó en el interior y le dio una de las suyas-. Una vez más, lamento mucho lo de su marido.

Esto último lo dijo con toda sinceridad. Si Hardy tenía razón, lo que esta mujer estaba pasando ahora mismo sería una fiesta comparado con lo que se le venía encima. Ray Jackson salió del estudio. Sawyer estaba a punto de seguirlo cuando Sidney apoyó una mano sobre su hombro.

– Señor Sawyer…

– Llámeme Lee.

– Lee, tendría que ser muy estúpida para no ver que esto es muy grave.

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