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»Tenemos la avería en el tanque de combustible, pero eso podía haber sido causado por la explosión y el fuego. El ácido se había consumido casi del todo. Un poco más de calor y no hubiéramos encontrado nada. Kaplan ha confirmado que no hacía falta que el ala se desprendiera del fuselaje para que el avión se estrellara. La turbina de estribor fue destruida por la ingestión de restos; el fuego y la explosión cortaron varias conducciones básicas de los controles hidráulicos, y la aerodinámica del ala, incluso si hubiese permanecido intacta, estaba destruida. Por lo tanto, si no hubiésemos encontrado el encendedor en el cráter, todo este asunto habría sido atribuido a un espantoso fallo mecánico. Y no se equivoquen, ha sido un milagro que encontraran el encendedor.

»Sumen todo esto, y ¿qué tenemos? Al parecer, alguien que hace estallar un avión, pero no quiere que se vea de esa manera. No es algo propio del típico terrorista. Pero entonces el cuadro se hace más confuso. La lógica funciona al revés. Primero, el gasolinero acaba cosido a balazos. Tenía las maletas hechas, el disfraz a medias y entonces su jefe decidió un cambio de planes. Segundo, tenemos a Arthur Lieberman en el mismo vuelo. -El agente miró a Jackson-. El hombre iba a Los Ángeles todos los meses, como un reloj, la misma compañía aérea, el mismo vuelo, ¿correcto?

Jackson asintió lentamente con los ojos casi cerrados. Todos los demás se inclinaban hacia delante sin darse cuenta mientras seguían los razonamientos de Sawyer.

– Por lo tanto, las posibilidades de que el tipo estuviera en ese vuelo por accidente son tan pocas que ya las podemos descartar. Si lo miramos fríamente, Lieberman era el objetivo, a menos que nos hayamos saltado algo muy gordo. Ahora unamos las dos cosas. Primero, nuestros terroristas quieren hacerlo pasar como un accidente, y después pelan al gasolinero. ¿Por qué?

Sawyer miró a los presentes como si esperara una respuesta. David Long fue el primero en responder.

– No podían arriesgarse. Quizá las posibilidades eran que pasara como un accidente, o quizá no. No podían esperar hasta que los periódicos aclararan el detalle. Tenían que cargarse al tipo inmediatamente. Además, si el plan original era que el tipo se largara, el hecho de no aparecer por el trabajo hubiera despertado sospechas. Incluso ni no pensáramos en el sabotaje, la desaparición del tipo nos habría llevado en esa dirección.

– De acuerdo -dijo Sawyer-. Pera si querías que el rastro acabara allí, ¿por qué no presentar al gasolinero como un fanático? Descerrajarle un tiro en la sien, dejar el arma y un nota de suicidio llena de frases anti norteamericanas y hacernos creer que era un solitario. No, lo llenas de agujeros y dejas pruebas de que el tipo estaba a punto de huir, para que nos enteremos de que hay otros implicados. ¿A qué demonios viene buscarte esos problemas?

Sawyer se rascó la barbilla mientras los demás intentaban aclararse. El agente especial miró a Jackson.

– ¿Alguna novedad del forense sobre el tipo muerto?

– Ha prometido prioridad máxima. No tardaremos en recibir el informe.

– ¿Ha aparecido alguna cosa más en el apartamento del tipo?

– Hay algo que no ha aparecido, Lee.

– Los documentos de identificación, ¿no?

– Sí. Un tipo que está listo para darse el piro después de hacer volar un avión no se larga con su propia identidad. Si esto estaba planeado, seguro que tenía documentos falsos preparados.

– Es cierto, Ray, pero quizá los tenía ocultos en otra parte.

– Quizá se los llevó el asesino -señaló Barracks.

– Eso es más lógico -dijo Sawyer.

En aquel momento, se abrió la puerta y entró Marsha Reid. Baja de estatura y con aspecto maternal, con el pelo canoso cortado muy corto y con las gafas colgadas de una cadena sobre el vestido negro, era una de las principales expertas en huellas digitales del FBI. Reid había rastreado a algunos de los peores criminales del planeta a través del esotérico mundo de los arcos, las curvas y las espirales.

Marsha saludó a los presentes con un gesto, tomó asiento y abrió la carpeta que traía.

– Los resultados de la máquina, recién sacados del horno -dijo con un tono práctico salpicado de humor-. Robert Sinclair se llamaba en realidad Joseph Philip Riker, reclamado en Texas y Arkansas por asesinato y tenencia de armas de fuego. Su ficha tiene tres páginas de largo. Su primer arresto fue por robo a mano armada a la edad de dieciséis años. El último por asesinato en segundo grado. Cumplió una condena de siete años. Salió en libertad hace cinco. Desde entonces, ha estado implicado en numerosos crímenes, incluidos dos asesinatos por encargo. Un hombre muy peligroso. Le perdieron el rastro hará cosa de dieciocho meses. Desde entonces, ni pío. Hasta ahora.

Todos los agentes mostraron una expresión de incredulidad.

– ¿Cómo un tipo como ése consiguió un trabajo de gasolinero de aviones? -preguntó Sawyer, asombrado.

– Hablé con la gente de Vector -dijo Jackson-. Es una compañía de prestigio. Sinclair, mejor dicho Riker, sólo llevaba con ellos un mes. Tenía unas recomendaciones excelentes. Había trabajado en varias compañías de abastecimiento de combustible de aviones en el noroeste y en el sur de California. Comprobaron sus antecedentes, a nombre de Sinclair, desde luego. Todo en orden. Se quedaron tan asombrados como todos los demás.

– ¿Y qué me dices de las huellas digitales? Tuvieron que comprobarlas. Eso les hubiera dicho quién era el tipo en realidad.

Reid miró a Sawyer.

– Eso depende de quién le tomó las huellas, Lee -dijo con autoridad-. Se puede engañar a un técnico que no sea muy bueno, y tú lo sabes. Hay materiales sintéticos que jurarías que es piel. Puedes comprar huellas en la calle. Súmalo todo y tienes a un asesino convertido en un ciudadano respetable.

– Y si al tipo lo buscaban por todos esos otros crímenes -intervino Karracks-, es probable que tuviera una cara nueva. Te apuesto lo que quieras a que la cara que está en el depósito no coincide con la de los carteles de «Se busca».

– ¿Cómo es que Riker acabó cargando el combustible del vuelo 3223? -le preguntó Sawyer a Jackson.

– Hace una semana pidió que le pasaran al turno de noche: de doce a siete. La hora de despegue del vuelo 3223 eran las siete menos cuarto. La misma hora todos los días. Los registros indican que el avión fue cargado a las cinco y cuarto, o sea en el turno de Riker. La mayoría del personal no se presenta voluntario a ese turno, así que Riker lo consiguió casi por defecto.

– ¿Y dónde está el verdadero Robert Sinclair? -preguntó Sawyer.

– Lo más probable es que esté muerto -contestó Barracks-. Sinclair asumió su identidad.

Nadie hizo ningún otro comentario hasta que Sawyer planteó una pregunta inesperada.

– ¿Y si Robert Sinclair nunca existió?

Incluso Reid se mostró intrigada. Sawyer analizó su propia pregunta con una actitud pensativa.

– Hay muchos problemas cuando se asume la identidad de una persona real. Viejas fotos, compañeros de trabajo o amigos que aparecen de pronto y descubren la tapadera. Hay otra manera de hacerlo. -Sawyer frunció el entrecejo y apretó los labios mientras pensaba-. Tengo la corazonada de que habrá que repasar todos los pasos que dieron los de Vector cuando comprobaron los antecedentes de Riker. Dedícate a eso, Ray, ahora mismo.

Jackson asintió mientras tomaba nota en su libreta.

– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -le preguntó Reid a Sawyer.

– No sería la primera vez que una persona se lo inventa todo. El número de la Seguridad Social, la historia laboral, los domicilios anteriores, las fotos, las cuentas bancadas, los certificados de estudios, los números de teléfono falsos, referencias. -Miró a Reid-. Incluso las huellas digitales, Marsha.

– Entonces hablamos de unos tipos muy sutiles -replicó la mujer.

– Nunca lo he dudado, señora Reid -dijo el agente. Miró a los demás-. No quiero apartarme del procedimiento habitual, así que continuaremos con las entrevistas a las familias de las víctimas, pero no desperdiciaremos mucho tiempo en eso. Lieberman es la clave de todo este asunto. -De pronto, pasó a otro tema-. ¿La acción rápida funciona bien? -le preguntó a Jackson.

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