– ¿Qué?
Adelantó el cañón de la pistola hasta colocarlo contra la nuca, donde presionó dolorosamente contra una vena.
– ¡Sal de aquí!
Cuando el hombre abrió la puerta y le dio la espalda, Sidney levantó las piernas sobre el asiento, las hizo retroceder y le propinó un empujón con todas sus fuerzas. El hombre cayó de bruces sobre el pavimento. Sidney cerró la portezuela, saltó al asiento del conductor y apretó el acelerador. Las ruedas de la furgoneta ennegrecieron la nieve blanca y luego salieron disparadas.
Diez minutos después de haber salido de la ciudad, Sidney detuvo la furgoneta, saltó a la parte trasera y desató a su padre. Los dos permanecieron un rato abrazados, con los cuerpos temblorosos a causa de encontradas emociones de temor y alivio.
– Necesitamos otro coche. No me fío de ellos. Seguramente han instalado un dispositivo de seguimiento también en éste. Y, de todos modos, andarán buscando la furgoneta -dijo Sidney mientras volvían a la carretera.
– Hay un negocio de alquiler de coches a unos cinco minutos. Pero ¿por qué no acudimos a la policía, Sid? -preguntó su padre, frotándose las muñecas.
Los ojos hinchados y los nudillos agrietados demostraban la resistencia que había ofrecido el viejo. Sidney respiró profundamente y le miró.
– Papá, no sé qué hay en ese disquete. Si no es suficiente para…
Su padre la miró y empezó a darse cuenta de que, después de todo, podía perder a su hija.
– Será suficiente, Sidney. Si Jason se tomó la molestia de enviártelo, tiene que ser suficiente.
Ella le sonrió, pero su expresión se hizo sombría.
– Tenemos que separarnos, papá.
– No te dejaré de ningún modo.
– El hecho de que estés conmigo te convierte ahora en una molestia. Pero te diré una cosa: no iré a la cárcel.
– Eso no me importa lo más mínimo.
– Está bien. ¿Qué me dices entonces de mamá? ¿Qué le sucederá a ella? ¿Y a Amy? ¿Quién estará a su lado para protegerlas?
Patterson se dispuso a decir algo, pero se detuvo. Frunció el ceño y miró por la ventanilla. Finalmente, la miró a ella.
– Iremos juntos a Boston y luego hablaremos del asunto. Si entonces todavía quieres que nos separemos, que así sea.
Mientras Sidney permanecía sentada en la furgoneta, Patterson entró en el local de alquiler de coches. Al salir, pocos minutos más tarde, y acercarse a la furgoneta, Sidney bajó la ventanilla.
– ¿Lo has alquilado? -le preguntó Sidney.
– Lo tendrán preparado en cinco minutos -asintió Patterson-. He conseguido un espacioso cuatro puertas. Puedes dormir en la parte trasera. Yo conduciré. Estaremos en Boston en cuatro o cinco horas.
– Te quiero, papá.
Sidney volvió a subir la ventanilla y, ya con la furgoneta en marcha, se alejó. Su asombrado padre corrió tras ella, pero la furgoneta desapareció rápidamente de la vista.
– ¡Santo Dios! -exclamó Sawyer, que miró por la ventanilla, con una visibilidad casi nula-. ¿No podemos ir más de prisa? -le gritó al policía a través de la ventanilla.
Ya habían visto los destrozos de la casa de los Patterson, en la playa, y ahora buscaban desesperadamente a Sidney Archer y a su familia por todas partes.
El policía le gritó:
– Si vamos más de prisa, terminaremos muertos en alguna zanja.
«Muertos. ¿Es así como estará ahora Sidney Archer?» Sawyer miró su reloj. Se metió la mano en el bolsillo, en busca de un cigarrillo. Jackson le miraba.
– Maldita sea, Lee, no empieces a fumar aquí. Tal como están las cosas, ya es bastante difícil respirar.
Los labios de Sawyer se abrieron al tocar el delicado objeto que llevaba en el bolsillo. Luego, extrajo lentamente la tarjeta.
Cuando Sidney salió de la ciudad, decidió mantener controladas sus emociones y dejar que actuaran hábitos adquiridos desde hacía mucho tiempo. Durante lo que le pareció una eternidad, no había hecho sino reaccionar ante una serie de crisis, sin tener la oportunidad de pensar bien las cosas. Era abogada y se la había formado para ver los hechos lógicamente, para considerar los detalles y luego trabajar con ellos para formarse una imagen general. Desde luego, disponía de cierta información con la que empezar. Jason había trabajado con los datos de Tritón para alcanzar el acuerdo con CyberCom. Eso lo sabía con toda seguridad. Jason había desaparecido en circunstancias misteriosas, y le había enviado un disquete que contenía cierta información. Eso también era un hecho. Jason no vendía secretos a la RTG, no con Brophy formando parte del paisaje. Eso también lo tenía claro. Y luego estaban los datos financieros. Aparentemente, Tritón se había limitado a entregarlos. Entonces ¿por qué aquella escena en la reunión que hubo en Nueva York? ¿Por qué había exigido Gamble hablar con Jason acerca de su trabajo con los datos, sobre todo después de haberle enviado un mensaje electrónico felicitándolo por un trabajo bien hecho? ¿Por qué tomarse tantas molestias para hablar con Jason por teléfono? ¿Por qué colocarla a ella en una situación como aquélla?
Disminuyó la marcha y salió de la carretera. A menos que, ya desde el principio, el intento consistiera en situarla en una posición insostenible. En hacerla aparecer como una embustera. Las sospechas la habían seguido desde ese mismo instante. ¿Qué había exactamente en aquellos datos del almacén? ¿Eran los mismos que estaban en el disquete? ¿Se trataba de algo que Jason había descubierto? Esa noche, la limusina de Gamble la había llevado hasta su casa; evidentemente, deseaba algunas respuestas. ¿Podría haber estado intentando acaso descubrir si Jason se lo había contado todo a ella?
Tritón había sido un cliente desde hacía varios años. Se trataba de una empresa grande y poderosa, con un oscuro pasado. Pero ¿cómo se relacionaba eso con todas las demás cosas? Las muertes de los hermanos Page. Tritón superando a la RTG en el acuerdo con CyberCom. Mientras Sidney pensaba una vez más en aquel horrible día en Nueva York, algo pareció conectarse en su mente. Irónicamente, tuvo el mismo pensamiento que Lee Sawyer había tenido antes, pero por una razón diferente: una representación.
«¡Dios mío!» Tenía que ponerse en contacto con Sawyer. Puso la furgoneta en marcha y regresó a la carretera. Un repiqueteo estridente interrumpió sus pensamientos. Miró a su alrededor, en el interior de la furgoneta, buscando la fuente de la que procedía el sonido, hasta que vio el teléfono celular colocado sobre una plancha magnética, sujeta a la parte inferior del tablero de instrumentos. No lo había visto hasta ese momento. ¿Estaba sonando? Su mano descendió automáticamente para contestar y luego se apartó. Finalmente, tomó el teléfono.
– ¿Sí?
– Creía que no tenía la intención de ponerse a jugar -dijo la voz, encolerizada.
– Así era. Y usted se olvidó de mencionar que había colocado un dispositivo de seguimiento en mi bolso, y que sólo esperaba saltar sobre mí.
– Está bien. Hablemos del futuro. Queremos el disquete y nos lo va a traer. ¡Ahora mismo!
– Lo que voy a hacer es colgar. ¡Ahora mismo!
– Yo, en su lugar, no lo haría.
– Mire, si lo que trata de hacer es mantenerme al teléfono para localizarme, no le va a…
La voz de Sidney se interrumpió y todo su cuerpo se puso en tensión al escuchar la voz que sonó al otro lado de la línea.
– ¿Mamá? ¿Mamá?
Con la lengua tan grande como un puño, Sidney no pudo contestar. El pie se apartó del acelerador; los brazos muertos ya no tenían fuerzas para dirigir la furgoneta. El vehículo perdió velocidad y se deslizó hacia un montón de nieve, en la cuneta.
– ¿Mamá? ¿Papá? ¿Vais a venir? -preguntó la voz, que parecía terriblemente asustada.
Sidney, con náuseas en el estómago y todo su cuerpo temblándole incontrolablemente, consiguió hablar.
– Aa… my, cariño.
– ¿Mamá?
– Cariño, soy mamá. Estoy aquí.
Un río de lágrimas recorrió las mejillas de Sidney. Oyó que alguien tomaba el teléfono.