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– Me parece -responde el otro- que hay algo extraordinario en este taoísta, y quiero pedirle que vuelva para mirarle bien.

– Pero -sostiene el primero-, ¡si no es más que un mendigo! ¿Qué hay de extraordinario en él? Todo lo que necesita es un plato de sobras.

Pero otro invitado interviene:

– No parece, por la canción que cantó, que sea tan sólo un mendigo.

En este momento, una cantadora vestida de gasa roja se levanta de su asiento y dice:

– Según mi humilde opinión, este taoísta es un espíritu caído del cielo. Tiene los ojos y la frente delicadamente formados, y la voz es fuerte y clara. Está disfrazado de mendigo, pero algo en su porte revela su noble educación. La canción que cantó es graciosa y de hondo significado; más parece una canción de las hadas en el cielo que de hombres en la tierra. Ningún mendigo podría hacer esa canción. Es un espíritu que anda disfrazado entre los mortales. Servios pedirle que vuelva, porque no debemos perderle.

– ¿Para qué todo eso? -vuelve a decir el primero-. Tal vez lo único que quiera sea una copa de vino. Pedidle que vuelva, y ya veremos que es un tipo vulgar.

La joven de gasa roja no está convencida y afirma:

– Bien: todo lo que puedo decir es que no tenemos la suerte de encontrarnos con los inmortales,

Entonces otra joven vestida de gasa verde se levanta de su asiento y dice:

– ¿Quieren hacer los caballeros una apuesta conmigo? Pedid al taoísta que vuelva, y si es una persona extraordinaria ( [63]) ganarán la apuesta quienes dicen que es una persona extraordinaria, y si vemos que es un tipo vulgar ganarán quienes dicen que es un tipo vulgar.

¡Bien! -gritan a una los caballeros. Envían entonces un sirviente a que busque a Mingliaotsé, pero éste ha desaparecido del todo y el sirviente regresa con esta nueva.

– Ya sabía yo que no era tipo común -dice el segundo.

– ¡Ay, acabamos de perder a un inmortal! -dice la niña de gasa roja-. No ha hecho más que cruzar la puerta y haI desaparecido del todo.

Mingliaotsé prosigue entonces con su caña y sale despaciosamente por las puertas de la ciudad. Cruza una docena de grandes ciudades sin entrar en una sola, hasta que llega a un sitio donde ve la muralla de una ciudad que se apoya en una cadena de montañas. Hay torres hermosas, altas, y templos espaciosos, magníficos, cuyos techos se tocan en formaciones irregulares, y dominan un claro estanque. Es un hermoso día de primavera; cantan los pájaros en árboles esplendidos, y todas las flores están en su plena gloria. Los hombres y las mujeres de la ciudad, vestidos con ropas nuevas y subidos en lujosos carruajes o montados en sillas bordadas, han salido de la ciudad para "seguir el paso de la primavera", Beben algunos a la sombra de altos árboles, y otros han tendido una estera en el césped fragante, y otros han subido a una torre bermeja, o reman en botes "gorrión verde"; y otros más cabalgan juntos para visitar las flores, o caminan de la mano y cantan canciones populares. Mingliaotsé se siente sumamente feliz y permanece allí mucho tiempo.

Al cabo, un estudioso de limpia cara y bello color aparece cerca de él graciosamente, con su larga túnica. Se inclina profundamente ante Mingliaotsé y dice:

– ¿También salen los taoístas a pasear la primavera?

Tengo unos amigos con quienes hemos tendido un festín bajo los cerezos, frente a la torrecilla que queda al otro lado del río. Es alegre compañía, y mucho me complacerá que se una usted a nosotros. ¿Puede venir?

Mingliaotsé sigue alegremente al joven, y cuando llega, ve a seis o siete estudiosos como él, todos guapos y jóvenes. El primer joven le presenta a los demás con una sonrisa: -Amigos míos: esta es una fiesta de primavera entre nosotros. Acabo de ver a este caballero taoísta en el camino, y advertí que no era vulgar, y por lo tanto propongo que compartamos nuestras copas con él. ¿Qué os parece?

– ¡Bien! -responden todos.

Entonces todos vuelven a ocupar sus asientos en orden y Mingliaotsé se sienta al extremo de la mesa. Cuando se ha servido vino suficiente y todos se sienten mareados y felices, la conversación se hace más y más brillante, y los comensales cambian ingeniosas ocurrencias acerca de la nobleza y de la demás gente. Algunos declaman poemas para celebrar la primavera, otros entonan la canción de recoger flores, algunos discuten la política de la corte, y otros dicen del escondido encanto de bosques y colinas. Se entabla una excitante conversación en que cada uno trata de superar a los otros, en tanto que el taoísta se ocupa solamente en masticar su arroz. El primero de los mozos mira varias veces a Mingliaotsé en medio de esta confusa conversación y dice:

– Debemos oír algo de este maestro taoísta, también. Y Mingliaotsé responde:

– Pero, si estoy gozando las muchas cosas bellas y sabias que todos vosotros habéis estado diciendo, y no he podido comprenderlas todas. ¿Cómo puedo contribuir en nada a vuestra conversación?

Al cabo de un rato, los comensales se levantan a caminar por los arrozales; algunos recogen flores y otros arrancan ramas de sauce que se cruzan en el camino. Está el lugar lleno de bellezas, y por donde vuelva uno los ojos ve hermosas peonías y miwa ( [64]). Pero Mingliaotsé camina solo por un sendero y vuelve después de un largo rato.

– ¿Por qué ha ido solo? -pregunta el caballero.

– Fuí con dos naranjas y un galón de vino a escuchar las oropéndolas -responde Mingliaotsé.

– Es un hombre en verdad extraordinario, por la forma en que habla -dice uno de los caballeros, y Mingliaotsé responde con una frase cortés relativa a su falta de méritos.

Vuelven a sentarse los comensales, y dice uno:

– No estaría bien que volviéramos a casa de una fiesta así sin escribir algunos poemas. Y otro expresa su aprobación. Pronto termina una persona su poema, el primero, que dice:

Ebrios están los sauces con la ambiente bruma,

Y las flores de durazno brillantes de rocío.

No temas si vacías tu fragante copa;

Pues hay una taberna allende el claro río.

Otro termina su poema, que dice:

Comparte mi cocina de la montaña el aire;

Mi torre húmeda de espuma está.

Si no bebes hoy, en primavera,

Pronto el viento invernal llegará.

Cuando otras personas han contribuido con sus versos, se invita a Mingliaotsé a que haga lo mismo. Se pone de pie, y después de algunas expresiones de modestia, ante la insistencia de los amigos, canta:

Camino por la arenosa orilla,

Donde hay nubes doradas, agua de cristal;

Ladran sorprendidos los mastines de las hadas…

Yo entro y me pierdo en medio del peral. ( [65])

Sorprendidos por este poema, los comensales se levantan de sus asientos y hacen honda reverencia a Mingliaotsé.

– ¡Ah! ¡Ah! ¡Escuchar tan celestiales palabras a un monje! ¡Ya sabíamos que era una persona extraordinaria! Y todos se acercan a preguntarle nombre y apellido, pero Mingliaotsé sonríe, sin responder. Como insisten, Mingliaotsé dice;

– ¿Para qué queréis saber mi nombre? Soy apenas una rústica persona que ambula entre nubes y aguas, y con una sonrisa nos hemos conocido. Podéis llamarme "El Hombre Rústico de las Nubes y las Aguas".

Esto intriga aun más a los comensales, que expresan su deseo de invitarle a que vaya a la ciudad con ellos.

– No soy más que un pobre monje que goza un viaje de vagabundo, y el mundo entero es mi hogar -responde Mingliaotsé con una sonrisa-. Pero, como sois tan bondadosos, os acompañaré.

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[63] "Persona extraordinaria" es el término habitual que se aplica a un santo o a un taoísta o a un espíritu dotado de poderes mágicos.

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[64] Una plantita que da flores.

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[65] la literatura china, los bosquecillos de perales son el retiro de hadas y de espíritus.

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