Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Las tres características necesarias de las delicadezas chinas más caras son su condición de: incoloras, inodoras e insípidas. Estos artículos son las aletas de tiburón, los nidos de pájaros y los "hongos plateados". Todos son gelatinosos y no tienen color, sabor ni olor. La razón de su gusto maravilloso es que siempre se los prepara en la más costosa de las sopas que sea posible hacer.

VIII. ALGUNAS CURIOSAS COSTUMBRES OCCIDENTALES

Una gran diferencia entre la civilización oriental y la occidental es que los occidentales se estrechan mutuamente las manos, mientras nosotros nos estrechamos las manos propias. De todas las costumbres occidentales ridículas, creo que la de estrecharse las manos es una de las peores. Yo puedo ser muy progresista y capaz de apreciar el arte occidental, la literatura, las medias de seda norteamericanas, los perfumes franceses y hasta los acorazados británicos, pero no puedo concebir cómo los europeos, tan progresistas, han permitido que persista hasta hoy esta ridícula costumbre de estrecharse las manos. Sé que hay en Occidente grupos particulares de individuos que protestan contra esta costumbre, así como hay gente que protesta contra la igualmente ridícula de usar sombreros o cuellos. Pero parece que estas personas no progresan y que aparentemente se les toma por gente que se ahoga en un vaso de agua y que desperdicia su energía en trivialidades. Como chino, debo sentir más fuerte oposición que los europeos contra esta costumbre occidental, y siempre prefiero estrecharme mis propias manos, cuando encuentro o me separo de otras personas, según la antiquísima etiqueta del Celeste Imperio.

Claro está que todo el mundo sabe que esta costumbre sobrevive a los días bárbaros de Europa, como la costumbre de quitarse el sombrero. Estas costumbres se originaron en los barones y los caballeros, los ladrones medievales, que tenían que levantarse la visera o quitarse los guanteletes de acero para demostrar que estaban amistosa o pacíficamente dispuestos hacia el otro individuo. Claro está que es ridículo, en los días modernos, repetir los mismos gestos, cuando ya no usamos cascos ni guanteletes; pero persistirán siempre las cosas que sobreviven a las costumbres bárbaras, como lo demuestra la persistencia de los duelos hasta nuestros días.

Me opongo a esta costumbre, por razones higiénicas y muchas otras. Darse la mano es una forma de contacto humano sujeta a las mayores variaciones y distinciones. Un estudiante norteamericano de ideas originales bien podría escribir, para doctorarse, una tesis sobre "Estudio en tiempo y movimiento de las variedades del apretón de manos", pasarle revista en debida forma, en cuanto a presión, duración, humedad, respuesta emotiva, y cosas así, y estudiarlo también en todas sus posibles variaciones con respecto al sexo, la altura de la persona (dándonos, seguramente, muchos "tipos de diferencias marginales"), la condición de la piel en cuanto es afectada por el trabajo profesional y la diferencia de clases sociales, etc. Con unas pocas cartas y tablas de porcientos, estoy seguro de que el candidato no tendría dificultad en graduarse, siempre que hiciera suficientemente abstruso y fatigoso todo ese estudio.

Consideremos ahora las objeciones higiénicas. Los extranjeros en Shanghai, que dicen que nuestras monedas de cobre son depósitos de bacterias y no quieren tocarlas, piensan aparentemente que no hay nada de malo en dar la mano a Tom, Dick y Harry en la calle. Esto es en verdad ilógico, porque, ¿cómo se puede saber que Tom, Dick y Harry no han tocado esas monedas de las que escapan los demás como si fueran veneno? Lo peor es que a veces se ve a un hombre de aspecto tuberculoso que se cubre higiénicamente la boca con la mano mientras tose, y un instante después extiende la mano para estrechar amistosamente la de otra persona. En este sentido, nuestras costumbres celestiales son en verdad más científicas, porque en China cada uno se estrecha las manos propias. No sé cuál fue el origen de esta costumbre china, pero sus ventajas, desde el punto de vista médico o higiénico, no pueden ser negadas.

Existen también objeciones estéticas y románticas al apretón de manos. Cuando uno estira la mano, queda a merced de la otra persona, que está en libertad de estrecharla tanto como quiera y todo el tiempo que quiera. Como la mano es uno de los órganos más delicados y dúctiles del cuerpo, es posible efectuar todas las variedades posibles de presión. Se puede citar, primero, el apretón tipo Y. M. C. A.; esto ocurre cuando el otro nos palmea el hombro con una mano y nos da un violento sacudón con la otra, hasta que nos parece que nos están por saltar todas las coyunturas. En el caso de un secretario de la Y. M. C. A. que sea a la vez un buen jugador de cualquier deporte -y las dos cosas suelen darse juntas a menudo-, la víctima no sabe si reír o gritar. Junto a su manera francachona e imperativa, este tipo de apretón de manos parece decir: "Oiga, ahora está usted en mi poder. Tiene que comprarme una entrada para la próxima reunión o prometerme que se llevará un folleto, antes de que le suelte la mano." En tales circunstancias, siempre me muestro muy dispuesto a sacar la cartera.

Si bajamos en esta escala, encontramos diferentes variedades de presión, desde el apretón indiferente, que ha perdido todo significado, hasta esa especie de apretón furtivo, trémulo, remiso, que indica que el dueño de la mano tiene miedo de la otra persona, y finalmente la elegante dama de sociedad que se digna ofrecer las puntitas de los dedos, en una forma que casi ordena mirarle las uñas pintadas. Todas las clases de relaciones humanas, pues, se reflejan en esta forma de contacto físico entre dos personas. Algunos novelistas pretenden poder decir el carácter que tiene un hombre por su tipo de apretón de manos, y distinguen las manos dominantes, las furtivas, las deshonestas y las débiles y pegajosas que nos causan instintiva repulsión. Yo deseo librarme de la preocupación de analizar el carácter moral de una persona cada vez que tengo que verla, o saber, por el grado de la presión de su mano, el aumento o disminución de su afecto por mí.

Aun más insensata es la costumbre de quitarse el sombrero. Encontramos aquí toda clase de estúpidas reglas de etiqueta. Así, una señora tiene que quedarse con el sombrero puesto durante la misa o en un té servido bajo techo. No me atrevo a decir si esta costumbre de llevar el sombrero dentro de la iglesia tiene algo que ver con las costumbres de Asia Menor en el siglo I de nuestra era, pero sospecho que proviene de un insensato respeto por la afirmación de San Pablo de que las mujeres deben tener la cabeza cubierta cuando están en la iglesia, pero los hombres no; y esto se basa en la filosofía asiática de la desigualdad sexual, que desde hace tanto tiempo repudian los occidentales. En cuanto a los hombres, existe esa ridicula costumbre de quitarse el sombrero en el ascensor, cuando hay damas presentes. No puede haber absolutamente ninguna defensa de esta inexplicable costumbre. En primer lugar, el ascensor no es más que una continuación del corredor, y si no se exige a los hombres que se quiten el sombrero en un corredor, ¿por qué han de hacerlo en el ascensor? Cualquiera puede advertir la insensatez de todo esto si va de un piso a otro del mismo edificio con el sombrero puesto. En segundo lugar, el ascensor no se puede distinguir, por ningún análisis lógico, de otros tipos de transporte, el automóvil por ejemplo. Si un hombre, sin reparos de conciencia, puede conservar el sombrero mientras va en automóvil en compañía de señoras, ¿por qué se le ha de prohibir que haga lo mismo en el ascensor?

En conjunto, nuestro mundo es muy loco. Pero no me sorprende. Al fin y al cabo, vemos la estupidez humana que nos rodea por doquier, desde la estupidez de las modernas relaciones internacionales hasta la del moderno sistema de educación. La humanidad puede ser bastante inteligente como para inventar la radiotelefonía, pero la humanidad no tiene suficiente inteligencia para detener las guerras, ni la tendrá nunca. De modo que estoy dispuesto a dejar que pase la estupidez en las cosas más triviales y contentarme con mirarlas muy divertido.

70
{"b":"104199","o":1}