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CAPITULO VIII. EL GOCE DEL HOGAR

I. DE PONERSE BIOLÓGICO

Me ha parecido que la prueba final de cualquier civilización es la de qué tipo de maridos y esposas y padres y madres produce. Fuera de la austera sencillez de tal cuestión, todas las demás realizaciones de la civilización -arte, filosofía, literatura y vida material- palidecen hasta la insignificancia.

Esta es una dosis de remedio calmante que he dado siempre a mis compatriotas dedicados a la agotadora tarea de comparar las civilizaciones china y occidental, y ha pasado a ser una treta mía, porque el remedio siempre da resultado. Es natural que el chino que estudia la vida y las enseñanzas occidentales, sea en China o en el exterior, quede atónito por las brillantes realizaciones de Occidente, desde la medicina, la geología y la astronomía hasta los rascacielos, las hermosas carreteras y las cámaras para fotografiar en colores. O se entusiasma por tales realizaciones o se avergüenza de China por no haberlas logrado, o ambas cosas a la vez. Se inicia entonces un complejo de inferioridad, y al instante le veréis convertido en el defensor más arrogante y chauvinista de la civilización oriental, sin que sepa de qué está hablando. Como gesto, probablemente, condenará los rascacielos y las carreteras para automóviles, aunque no he encontrado todavía a uno que condene una buena cámara. Su aprieto es casi patético, porque eso le descalifica para juzgar con cordura y desapasionadamente a Oriente y Occidente. Perplejo y atónito y azorado por tales pensamientos de inferioridad, tiene gran necesidad de lo que llaman los chinos un remedio para "calmar el corazón", a fin de apaciguar su fiebre.

La sugestión de una prueba como la que propongo tiene el extraño efecto de nivelar a toda la humanidad, al dejar de lado lo que no es esencial en la civilización y la cultura, y ponerlo todo bajo una ecuación clara y sencilla. Todas las demás realizaciones de la civilización se ven entonces solamente como medios hacia el fin de producir mejores maridos y esposas y padres y madres. En tanto el noventa por ciento de la humanidad está hecho de maridos y esposas, y el cien por ciento tiene padres, y en tanto el casamiento y el hogar constituyen el aspecto más íntimo de la vida del hombre, es claro que la civilización que produce mejores esposas y maridos y padres y madres procura una vida humana más feliz y es, por consiguiente, un tipo más alto de civilización. La calidad de los hombres y mujeres con quienes vivimos es mucho más importante que la labor que realizan, y toda joven debería estar agradecida a una civilización cualquiera que le puede presentar un marido mejor. Estas cosas son relativas, y en todas las edades y países pueden encontrarse maridos y esposas y padres y madres ideales. Probablemente, el mejor medio de obtener buenos maridos y esposas es la eugenesia, que nos ahorra buena cantidad de preocupaciones en la educación de esposas y maridos. Por otra parte, una civilización que pasa por alto el hogar o lo relega a una posición menor, suele rendir productos más pobres.

Comprendo que me estoy poniendo biológico. Soy biológico, igual que todos los hombres y mujeres. De nada vale decir "Pongámonos biológicos", porque lo somos ya, nos guste o no. Todo hombre es biológicamente feliz, biológicamente desgraciado, o biológicamente ambicioso, o religioso, o amante de la paz, todo biológicamente, aunque no esté advertido de ello. Como seres biológicos, no hay manera de eludir el hecho de que nacimos como bebés, que nos alimentamos del pecho de una madre, y nos casamos y procreamos otros bebés. Todo hombre nace de una mujer, y casi todos los hombres viven con una mujer a través de la vida y son padres de niños y niñas, y toda mujer es también nacida de una mujer, y casi todas las mujeres viven con un hombre por la vida entera, y dan a luz niños. Algunos se han rehusado a procrear, como árboles y flores que se niegan a producir semillas para perpetuar su especie, pero ningún hombre puede negarse a tener padres, como ningún árbol puede negarse a haber crecido desde una semilla. Llegamos,pues, al hecho básico de que la relación más primaria en la vida es la relación entre hombre y mujer y niño, y no se puede llamar adecuada a ninguna filosofía de la vida, ni se la puede llamar filosofía siquiera, a menos que trate esta relación esencial.

Pero la simple relación entre hombre y mujer no basta, la relación debe resultar en bebés, o es incompleta. Ninguna civilización tiene excusas para privar a un hombre o una mujer de su derecho a tener hijos. Entiendo que es éste un problema muy real en el presente, pues hoy hay muchos hombres y mujeres que no se casan y muchos otros que, después de casarse, se niegan a tener hijos por una u otra razón. Mi punto de vista es que, cualquiera sea la razón, el hecho de que un hombre o una mujer salgan de este mundo sin dejar hijos es el mayor crimen que pueden cometer consigo mismos. Si la esterilidad se debe al cuerpo, entonces el cuerpo está degenerado, y mal; si se debe a un nivel demasiado alto de casamiento, entonces está mal el nivel demasiado alto de casamiento; si se debe a una falsa filosofía del individualismo, entonces está mal la filosofía del individualismo; y si se debe a toda la armazón del sistema social, entonces toda la armazón del sistema social está mal. Quizá los hombres y las mujeres del siglo XX llegarán a ver esta verdad cuando hayamos hecho más progresos en la ciencia de la biología y exista una mejor comprensión de nosotros mismos como seres humanos. Estoy muy convencido de que el siglo XX será el siglo de la biología, como el siglo XIX fue el siglo de la ciencia natural comparada. Cuando el hombre llegue a comprenderse mejor y advierta la inutilidad de combatir contra sus propios instintos, de que le ha dotado la naturaleza, apreciará más tan sencilla sabiduría. Ya vemos signos de esta creciente sabiduría biológica y médica, cuando sabemos que el psicólogo suizo Jung aconseja a las ricas mujeres, que son sus pacientes, que vuelvan al campo y críen pollos, niños y zanahorias. Lo malo de las pacientes ricas es que no están funcionando biológicamente, o que su funcionamiento biológico es vergonzosamente bajo de calidad.

El hombre no ha aprendido a vivir con la mujer, desde que comenzó la historia. Lo extraño es que ningún hombre ha vivido sin la mujer, a pesar de eso. Ningún hombre puede hablar desdeñosamente de la mujer si advierte que nadie ha llegado a este mundo sin una madre. Desde el nacimiento hasta la muerte está rodeado de mujeres, como madre, esposa e hijas, y aunque no se case tendrá que depender de su hermana, como Willíam Wordsworth, o depender de su ama de llaves, como Herbert Spencer. Ninguna filosofía, por bella que sea, va a salvar su alma si no puede establecer una debida relación con su madre y su hermana, y si no puede establecer la debida relación ni siquiera con su ama de llaves, ¡qué Dios tenga piedad de él!

Hay cierta tragedia en un hombre que no ha logrado la debida relación con la mujer y que ha llevado una vida moral desviada, como Osear Wilde, que aun exclama: "¡El hombre no puede vivir con una mujer, ni puede vivir sin ella!" De modo que parece que la sabiduría humana no ha progresado un centímetro entre el autor de un cuento hindú y Osear Wilde, en los comienzos del siglo XX, porque ese autor de un cuento hindú de la Creación expresó esencialmente el mismo pensamiento hace cuatro mil años. Según esta historia de la Creación, al crear a la mujer Dios tomó la belleza de las flores, el canto de los pájaros, los colores del arcoiris, el beso de la brisa, la risa de las olas, la dulzura del cordero, la astucia del zorro, la impredictibilidad de las nubes y la volubilidad de la lluvia, y tejió todo en forma de mujer, y la presentó al hombre por esposa. Y el Adán hindú fue feliz, y él y su esposa ambularon por la hermosa tierra. Al cabo de unos pocos días. Adán fue a Dios y le dijo: "Llévate a esta mujer de mi lado, porque no puedo vivir con ella". Y Dios escuchó este pedido y se llevó a Eva. Adán se sintió solo entonces, y desgraciado, y a los pocos días fue otra vez ante Dios y le dijo: "Devuélveme mi mujer, porque no puedo vivir sin ella". Otra vez escuchó Dios el pedido y le devolvió a Eva. Unos pocos días más tarde, Adán volvió ante Dios y pidió: "Por favor, toma a esta Eva que has creado, porque juro que no puedo vivir con ella". En Su infinita sabiduría. Dios consintió nuevamente. Cuando por fin Adán se presentó una cuarta vez y se quejó de que no podía vivir sin su compañera. Dios le hizo prometer que no cambiaría otra vez de opinión, y que iba a unir su suerte a la de su mujer, y vivir juntos en esta tierra como mejor pudieran. No creo que haya cambiado mucho este cuadro, aun hoy.'

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