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Cuando se recogen ramas floridas de los árboles para ponerlas en jarrones, es importante saber cómo hay que cortarlas antes, porque no siempre puede uno ir a recogerlas personalmente, y a menudo son insatisfactorias las que recogen los demás. Hay que tener la rama en la mano y volverla en diferentes sentidos para ver cómo queda más expresiva. Después de haberse decidido, hay que podar las ramas superfinas, con la idea de hacer que parezca delgada y rala y extrañamente hermosa. Piénsese después cómo va a quedar el tallo en el jarrón y qué curva tendrá, de modo que al ponerlo muestre mejor las hojas y las flores. Si uno se limita a tomar cualquier rama que esté al alcance de la mano, corta una sección recta y la pone en un jarrón, la consecuencia será que el tallo quedará demasiado tieso, las ramitas demasiado juntas y las flores y hojas vueltas en cualquier dirección, desprovistas de todo su encanto y expresión. Para torcer una rama recta hágasele una marca en el tallo e insértesele un trocito de ladrillo o de piedra. La rama derecha se torcerá entonces. En el caso de que el tallo sea demasiado débil, úsense horquillas para enderezarlo. Con este método, hasta las hojas de arce y los gajos de bambú y hasta las comunes hojas de césped y los cardos quedarán muy bien como adorno. Póngase una ramita verde de bambú junto a unas pocas bayas de viña matrimonial china o arréglense algunas hojitas de césped con rama de cardo. Quedarán muy poéticas si se las arregla correctamente.

VI. LOS "JARRONES DE FLORES'

DE YÜAN CHUNGLANG

Probablemente el mejor tratado sobre la forma de arreglar flores fue el que escribió Yüan Chunglang, uno de mis autores favoritos por otros motivos, que vivió a fines del siglo XVI. Su libro sobre el arreglo de flores en jarrones, llamado P'ingshih, es altamente considerado en el Japón, y se sabe que hay una Escuela Yüan de arreglo de las flores. Este autor comenzó su prefacio señalando que como las colinas y el agua y las flores y los bambúes están afortunadamente fuera del alcance de quienes luchan por la fama y el poder, y además, como las gentes ocupadas en sus empresas no tienen tiempo para gozar de las colinas y el agua y las flores y bambúes, el estudioso que se recluye puede aprovechar esta oportunidad y monopolizar ese goce para sí. Explicaba, no obstante, que no debe considerarse jamás como normal el goce de los jarrones de flores, sino a la sumo solamente como un sustituto temporal para la gente que vive en las ciudades, y su goce no debe hacernos olvidar la felicidad mayor, el goce de las colinas y de los lagos.

Partiendo de la consideración de que es preciso tener cuidado cuando se admiten flores como adorno en el estudio, y que es mejor no tener flores que admitir variedades promiscuas, seguía describiendo los diversos tipos de jarrones de bronce y porcelana que se debían emplear. Se distinguen dos tipos. Quienes son ricos y poseen antiguos vasos de bronce de la dinastía Han y disponen de grandes salones, deben tener flores grandes y ramas muy altas, puestas en jarrones enormes.

En cambio, los sabios deben tener ramas de flores más pequeñas, con jarrones menores, que también deben ser cuidadosamente elegidos. Las únicas excepciones que se permiten son la peonía y el loto que, por ser flores grandes, deben colocarse en vasos grandes.

Cuando se colocan flores en los jarrones:

Uno debe evitar que sean demasiado profusas o demasiado magras. A lo sumo, se pueden colocar en un jarrón dos o tres variedades, y sus alturas relativas y su arreglo deben tender a la composición de un buen cuadro. Al colocar floreros, se debe evitar su colocación en pares, o uniformes, o en una recta fila. También se debe evitar la costumbre de atar flores con cordel. Porque la nitidez de las flores reside exactamente en su irregularidad y en la naturaleza de su manera, como la prosa de Su Tungp'o, que fluye o se detiene según le place, o como los poemas de Li Po, que no van necesariamente en pareados. Esto es verdadera nitidez. ¿Cómo se puede hablar de nitidez cuando las ramas y las hojas solamente hacen juego una con otra y se mezcla el rojo con el blanco? Esto semeja los árboles en el patio de un funcionario provincial de menor cuantía o las puertas de piedra que conducen a una tumba.

Al elegir y quebrar las ramas, debe uno elegir las gráciles y exquisitas y no ponerlas juntas en gran número. Se debe usar solamente una clase de flores, a lo sumo dos, y las dos deben ser arregladas de tal modo que parezcan salir de una sola rama… Generalmente las flores deben hacer juego con los jarrones, y pueden ser cuatro o cinco pulgadas más altas que el jarrón mismo. Para un recipiente de dos pies de altura, ancho en el centro y en el fondo, las flores deben tener dos pies y seis o siete pulgadas desde la boca del vaso… Si el jarrón es alto y delgado, se debe disponer de dos ramas, una larga y una corta, y tal vez curvadas, y en este caso es mejor que las flores sean unas pocas pulgadas más cortas que el vaso mismo. Lo que más se ha de evitar es que las flores sean demasiado delgadas para 'el jarrón. También se debe evitar la profusión, como, por ejemplo, cuando se atan las flores juntas como un manojo, carentes de todo encanto. Al poner flores en jarrones pequeños, se debe dejar que las flores salgan dos pulgadas más cortas que el cuerpo del jarrón. Por ejemplo, un vaso estrecho de ocho pulgadas de altura debe tener flores de sólo seis o siete pulgadas. Pero si los vasos son de aspecto robusto, las flores pueden ser dos pulgadas más largas que ellos.

L* habitación en que se colocan las flores debe contener una sola mesa y un lecho de cañas. La mesa debe ser ancha y gruesa, y de fina madera, y de pulida superficie. Se deben eliminar todas las* mesas de laca coa márgenes adornados, los divanes dorados y los pedestales con dibujos florales coloreados.

Con respecto al "baño" de las flores, o sea a su riego, el autor demuestra una amante visión de los modos y sentimientos de las mismas flores:

Porque las flores tienen sus temperamentos de felicidad y de pena, y sus horas para dormir. Si se baña a las flores en su mañana y su atardecer, a la hora debida, el agua es para ellas como una buena lluvia. Un día de nubes ligeras y sol suave, y el atardecer y la luna hermosa, constituyen la mañana para las flores. Una fuerte tormenta, una lluvia torrencial, un sol ardoroso y el frío intenso, son su atardecer. Cuando se entibian al sol y sus cuerpos delicados están protegidos del viento, las flores tienen temperamento feliz. Cuando parecen ebrias o quietas y fatigadas y cuando el día está brumoso, las flores tienen el temperamento pesaroso. Cuando sus ramas se inclinan y descansan a un lado como incapaces de mantenerse erguidas, es porque las flores suenan dormidas. En su "mañana", se las debe colocar en un pabellón vacío o una casa grande; en su "noche", se las debe poner en una habitación pequeña o una cámara retraída; cuando están contentas han de sonreír y gritar y hacerse bromas una a otra; durante su sueño han de bajar las cortinas, y una vez que despiertan han de atender a su tocado. Todo esto se hace para complacer su naturaleza y regular sus horas de levantarse y acostarse. Bañar las flores en su "mañana" es lo mejor; bañarlas cuando están dormidas es lo segundo, y bañarlas cuando se sienten felices es lo último. En cuanto a bañarlas durante su "noche" o durante sus pesares, más bien parecería esto una forma de castigar a las flores.

La forma de bañar las flores consiste en emplear agua fresca y dulce de un manantial y derramarla gentilmente en pequeñas cantidades, como un breve chaparrón que despierta a un hombre ebrio, o como el suave rocío que solía penetrarles el cuerpo. Se debe evitar tocar las flores con las manos, o arrancarlas con los dedos, y esta tarea no puede ser confiada a sirvientes estúpidos o doncellas sucias. Las flores de ciruelo deben ser bañadas por sabios reclusos, el hait'ang por huéspedes encantadores, la peonía por jóvenes bellamente vestidas, la flor de granado por hermosas esclavas, la casia por niños inteligentes, el loto por fascinadoras concubinas, el crisantemo por personas notables que aman a los antiguos, y el ciruelo de invierno por un grácil monje. Por otra parte, las flores que se abren en la estación fría no deben ser bañadas, sino protegidas con una delgada gasa de seda.

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