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Por esta razón es que odio a los censores y a todas las reparticiones y formas de gobierno que tratan de controlar nuestros pensamientos. No puedo menos que creer que tal censor o tal gobernador insulta a sabiendas o sin intención a la inteligencia humana. Si la libertad de ideas es la más alta actividad de la mente humana, entonces la supresión de esa actividad debe ser lo más degradante para nosotros como seres humanos. Eurípides definió como esclavo al hombre que ha perdido su libertad de pensar o de opinar. Toda autocracia es una fábrica para producir espléndidos esclavos euripideanos. ¿No tenemos bellos ejemplos, en Oriente y Occidente, en el siglo XX y en la cuna misma de la cultura? Todo gobierno autocrático, cualquiera sea su forma, es, pues, intelectualmente retrógrado. Lo hemos visto en la Edad Media, en general, y en la Inquisición Española en particular. Los políticos o los clérigos miopes pueden pensar que la uniformidad de creencias y de ideas contribuye a la paz y el orden, pero históricamente la consecuencia es siempre deprimente y degradante para el carácter humano. Tales autócratas deben tener un gran desprecio por el pueblo en general cuando no se reducen a ordenar la conducta externa de una nación, sino que proceden también a regimentar los pensamientos y creencias íntimos del pueblo. Tienen una ingenua convicción de que las mentes humanas aguantarán esa uniformidad y que les gustará o no les gustará un libro o un concierto o una película cinematográfica, exactamente como se los dice el propagandista oficial o el jefe de la oficina de publicidad. Todo gobierno autocrátíco ha tratado de confundir la literatura con la propaganda, el arte con la política, la antropología con el patriotismo, y la religión con el culto del gobernante en vida.

No puede hacerse así, sencillamente, y si los que controlan el pensamiento van muy lejos en esto de marchar contra la misma naturaleza humana, siembran con ello las simientes de su caída. Ya lo dijo Mencio: "Si el gobernante considera al pueblo como matas de césped, entonces el pueblo considerará al gobernante como un ladrón o un enemigo." No hay mayor ladrón en este mundo que quien nos roba nuestra libertad de pensar. Privados de ella, bien podríamos ponernos en cuatro patas, decir que ha sido un error todo el bípedo experimento de caminar en dos piernas, y volver a nuestra temprana postura de hace por lo menos 30.000 años. En términos mencianos, por lo tanto, el pueblo se sentirá agraviado por este ladrón tanto como éste desprecie al pueblo, y exactamente en la misma proporción. Cuanto más robe el ladrón, tanto más le odiará el pueblo. Y como nada es tan precioso y personal e íntimo como nuestras creencias intelectuales, morales o religiosas, no puede despertarse en nosotros odio mayor que el que sentimos por el hombre que nos priva del derecho de creer en lo que creemos. Pero la miope estupidez es natural en un autócrata, porque creo que esos autócratas son siempre retrógrados intelectuales. Y la resistencia del carácter humano y la libertad invencible de la conciencia humana siempre rebotan y golpean al gobernante autocrático con tanta mayor fuerza.

III. DE LOS SUEÑOS

El descontento, dicen, es divino; estoy muy seguro, de todos modos, de que el descontento es humano. El mono fue el primer animal malhumorado, porque jamás he visto una cara verdaderamente triste, en los animales, salvo en el chimpancé. Y a menudo he pensado que se trataba de un filósofo, ¡porque la tristeza y el pensar son tan semejantes!.Hay algo en una cara así que me dice que su dueño está pensando. Las vacas no parecen pensar, al menos no parecen filosofar, porque siempre se muestran tan satisfechas… y aunque los elefantes suelen exteriorizar un furor temible, la eterna agitación de sus trompas parece ocupar el lugar del pensamiento y proscribir toda cavilación de descontento. Sólo un mono puede parecer plenamente aburrido de la vida. ¡Grande en verdad es el mono!

Acaso, después de todo, la filosofía comenzó con el sentido del tedio. De cualquier manera, es característica de los humanos tener un anhelo triste, vago e inquieto por un ideal. El hombre vive en un mundo real, pero tiene la capacidad y la tendencia a soñar con otro mundo. Probablemente la diferencia entre el hombre y los monos es que los monos están simplemente aburridos, en tanto que el hombre posee aburrimiento más imaginación. Todos nosotros tenemos el deseo de salir de un viejo surco, y todos nosotros deseamos ser alguna otra cosa, y todos nosotros soñamos. El soldado sueña con ser cabo, el cabo con ser capitán y el capitán sueña con ser mayor o coronel. Un coronel, si vale lo que pesa, no piensa que ser coronel es mucho. En frases más galanas, lo llama tan sólo una oportunidad para servir a sus semejantes. Y en realidad no es mucho más. Lo cierto es que Joan Crawford piensa menos de Joan Crawford, y Janet Gaynor piensa menos de Janet Gaynor que lo que piensa el mundo de ellas. "¿No son ustedes notables?", dice el mundo a todos los grandes, y los grandes, si son grandes de verdad, responden siempre: "¿Qué es lo notable?" El mundo, pues, es muy parecido a un restaurante a la carte. donde todos piensan que la comida que han pedido en la mesa vecina es mucho más gustosa y deliciosa que la propia. Un profesor chino contemporáneo ha pronunciado este aticismo, en punto a deseabilidad: "Las mujeres son siempre mejores si son las de otros, y lo que se escribe es siempre mejor si es de uno". En este sentido, pues, no hay en el mundo nadie completamente satisfecho. Todos quieren ser alguien, en tanto ese alguien no sea él mismo.

Este rasgo humano se debe indudablemente a nuestro poder de imaginación y a nuestra capacidad de soñar. Cuanto mayor es el poder imaginativo de un hombre, tanto más perpetuamente está insatisfecho. Por eso es que un niño imaginativo es siempre un niño más difícil de tratar: está más a menudo triste y malhumorado como un mono, que feliz y contento como una vaca. Además, el divorcio debe ser necesariamente más común entre los idealistas y las personas más imaginativas que entre los inimaginativos. La visión de un deseable e ideal compañero de la vida tiene una fuerza irresistible, que nunca sienten los menos imaginativos y los menos idealistas. En conjunto, la humanidad es llevada por mal camino, así como es llevada hacia arriba, por esta capacidad para el idealismo, pero no se puede pensar siquiera en el progreso humano sin este don imaginativo.

El hombre, se nos dice, tiene aspiraciones. Es cosa muy laudable, porque las aspiraciones se clasifican en general como nobles. Y ¿por qué no? Sea como individuos o como naciones, todos soñamos y procedemos más o menos de acuerdo con nuestros sueños. Algunos sueñan un poco más que los otros, así como en cada familia hay un niño que sueña más y quizá uno que sueña menos. Y debo confesar un secreto cariño por el que sueña. Generalmente es el más triste, pero no importa: también es capaz de tener mayores alegrías, y emociones, y alturas de éxtasis. Porque creo que estamos constituidos como un aparato receptor para ideas, como están equipados los aparatos de radio para recibir música del aire. Algunos aparatos con una recepción más fina recogen las ondas cortas más finas, que se pierden para los otros aparatos, y es claro que la música más bella, más distante, es tanto más preciosa, aunque sólo sea porque es menos fácil percibirla.

Y esos sueños de nuestra niñez no son tan irreales como podríamos pensar. En cierto modo permanecen con nosotros durante toda la vida. Por eso es que, si yo tuviera la facultad de ser cualquier autor del mundo, sería Hans Christian Andersen con preferencia a todos los demás. Escribir el cuento de La Sirena, o aun ser la Sirena, tener los pensamientos de la Sirena y aspirar a crecer para llegar a la superficie del agua, es haber sentido uno de los deleites más agudos y más hermosos de que es capaz la humanidad.

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