Esta concertación de la vida en la familia es satisfactoria, pues, porque se toma buen cuidado de la vida del hombre en todos sus aspectos biológicos. Esa fue, al fin y al cabo, la principal preocupación de Confucio. El ideal final de gobierno, como lo concibió Confucio, era curiosamente biológico: "Se hará que los ancianos vivan en paz y seguridad, que los jóvenes aprendan a amar y ser leales, que dentro de la cámara no haya doncellas solteras, y fuera de la cámara no haya varones solteros." Esto es tanto más notable cuanto que no se trata de una expresión lateral, sino de la meta final de gobierno. Es la filosofía humanista llamada tach'ing, o sea "cumplimiento de los instintos". Confucio quería estar bien seguro de que se satisfarían todos nuestros instintos humanos, porque sólo así podemos tener la paz moral a través de una vida satisfactoria, y porque sólo la paz moral es paz verdadera. Es una especie de ideal político que tiende a hacer innecesaria la política, porque será una paz estable y basada en el corazón humano.
V. DE ENVEJECER GRACIOSAMENTE
El sistema familiar chino, según lo concibo yo, es principalmente un arreglo dedicado particularmente a los jóvenes y los viejos, porque como la niñez y la juventud y la ancianidad ocupan la mitad de nuestra vida, es importante que los jóvenes y los viejos vivan una vida satisfactoria. Es cierto que los jóvenes son más desvalidos y suelen cuidarse menos, pero en cambio pueden pasar, mejor que los viejos, sin comodidades materiales. Un niño advierte escasamente las dificultades materiales, con el resultado de que a menudo un niño pobre es tan feliz o más feliz que otro rico. Tal vez ande descalzo, pero esto es una comodidad, más que un inconveniente, para él, en tanto que andar descalzos es a menudo una dureza intolerable para los viejos. Esto ocurre por la mayor vitalidad del niño, o del joven. Quizá tenga sus pesares momentáneos, pero ¡cuan fácilmente los olvida! No tiene idea del dinero, ni padece el complejo del millonario, como padecería un viejo. A lo sumo, colecciona marquillas de cigarrillos para comprar una pistola de juguete, mientras una anciana colecciona títulos del Estado. Entre la diversión de una y otra clase de afán coleccionista, no hay comparación. La razón es que el niño no está intimidado todavía por la vida, como lo están los mayores. Sus costumbres personales no están formadas, y no es esclavo de una marca particular de café; toma lo que le dan. Tiene muy escasos prejuicios raciales, y ningún prejuicio religioso. Sus pensamientos y sus ideas no han caído en determinados surcos. Por lo tanto, aunque parezca extraño, los viejos dependen de los demás mucho más que los jóvenes, porque sus temores son más definidos y sus deseos más delimitados.
Algo de esta ternura hacia la ancianidad existía ya en la conciencia prehistórica del pueblo chino; un sentimiento que sólo puedo comparar a la caballerosidad occidental y al sentimiento de ternura hacia las mujeres. Si los primeros chinos tuvieron alguna caballerosidad, no se manifestó hacia las mujeres y los niños, sino hacia los ancianos. Este sentimiento de caballerosidad encontró clara expresión en Mencio, con frases como: "No debe permitirse a la gente de cabello canoso que porte cargas en la calle", lo cual se expresó como meta final de un buen gobierno. Mencio describió también las cuatro clases de gente más desvalida en el mundo: "Las viudas, los viudos, los huérfanos y los ancianos sin hijos". De estas cuatro clases, las dos primeras debían ser cuidadas por una economía política concertada de tal modo que no hubiera hombres ni mujeres sin casarse. No dijo Mencio, por cuanto podemos saber, qué se iba a hacer con los huérfanos, aunque siempre han existido, en todas las edades, los orfelinatos, así como las pensiones para ancianos. Todos comprenden, no obstante, que los orfelinatos y los asilos para ancianos son pobres sustitutos del hogar. Existe el sentimiento de que solamente el hogar puede proveer algo semejante a un arreglo satisfactorio para los viejos y los jóvenes. Pero en cuanto a los jóvenes, debe darse por sentado que no es menester decir mucho, pues existe el natural afecto paternal. "El agua corre hacia abajo y no hacia arriba", dicen siempre los chinos, y por lo tanto el afecto por los padres y abuelos es algo que tiene más necesidad de ser enseñado por la cultura. Un hombre natural' ama a sus hijos, pero un hombre culto ama a sus padres. Al final, la enseñanza del amor y el respeto por los ancianos se hizo un principio generalmente aceptado, y si hemos de creer a algunos escritores, el deseo de tener el privilegio de servir a los padres en su ancianidad llegó a ser una pasión dominante. El mayor pesar que podía tener un caballero chino era perder para siempre la oportunidad de servir a sus ancianos padres con remedios y alimentos en su lecho de muerte, o no estar presente a su fallecimiento. Sí un alto funcionario de cincuenta o sesenta años no podía invitar a sus padres a que vinieran de la aldea natal y vivieran con su familia en la capital, para "acompañarles a la cama todas las noches y saludarles todas las mañanas", había cometido un grave pecado del que debía avergonzarse y por el cual tenía que presentar constantes excusas y explicaciones a amigos y colegas. Este pesar fue expresado en dos versos por un hombre que volvió demasiado tarde al hogar, cuando sus padres ya habían muerto:
El árbol desea el reposo, pero no se detiene el viento;
El hijo desea servir, pero sus padres se han ido ya.
Debe presumirse que si el hombre tuviera que vivir la vida como un poema, podría mirar al ocaso de la vida como el período más feliz, y en lugar de tratar de postergar la tan temida ancianidad debería esperarla con agrado y prepararse para vivir en ella el período mejor y más feliz de su existencia. En mis esfuerzos por comparar y contrastar la vida oriental y la occidental, no he encontrado diferencias absolutas, salvo en esta cuestión de la actitud hacia la edad, que es clara y no permite posiciones intermedias. Las diferencias de nuestras actitudes hacia el sexo, hacia las mujeres, y hacia el trabajo, el juego y las realizaciones materiales, son apenas relativas. La relación entre marido y mujer en China no es esencialmente diferente de la que hay en Occidente; tampoco lo es, siquiera, la relación entre padres e hijos. Ni aun las ideas de libertad individual y democracia, y la relación entre el pueblo y su gobernante son tan diferentes, al fin de cuentas. Pero en punto a nuestra actitud hacia la edad, la diferencia es absoluta, y Oriente y Occidente toman puntos de vista exactamente opuestos. Esto se advierte con mayor claridad cuando se pregunta a otra persona qué edad tiene, o se dice la propia. En China, lo primero que pregunta una persona a otra cuando hace una visita oficial, después de inquirir su nombre y apellido, es: "¿Cuál es su gloriosa edad?" Si la persona responde, como disculpándose, que tiene veintitrés o veinticinco años, el interlocutor le conforta generalmente diciendo que todavía le queda un porvenir glorioso, y que algún día será viejo. Pero si la persona responde que tiene treinta y cinco o treinta y ocho anos, el interlocutor exclama inmediatamente con hondo respeto: "¡Buena suerte!"; el entusiasmo crece en la proporción en que este caballero puede anunciar una edad mayor y mayor, y si tiene ya más de cincuenta años, el interlocutor baja en seguida la voz, con humildad y respeto. Por esa razón los ancianos, si pueden, deben ir a vivir a China, donde hasta un mendigo, sí tiene barba blanca, es tratado con extraordinaria bondad. La gente de edad madura espera, en verdad, con impaciencia la época en que podrá celebrar el 51° cumpleaños, y en el caso de comerciantes o funcionarios de buena posición se llega a celebrar el 41° cumpleaños con gran pompa. Pero el 51° cumpleaños, o sea la marca del medio siglo, es ocasión de regocijo para las gentes de todas clases. El 61° es una ocasión más grande y más feliz que el 51°, y más aun el 71°, y un hombre que puede celebrar su 81° cumpleaños es mirado ya como persona especialmente favorecida por el Cielo. Usar barba llega a ser prerrogativa especial de quienes son abuelos, y el hombre que se la deje crecer sin las condiciones necesarias, sea la de ser abuelo o la de haber pasado de los cincuenta años, está en peligro de que los demás se burlen de él, a espaldas vueltas. El resultado es que los jóvenes tratan de hacerse pasar por más viejos, imitando el porte y la dignidad y los puntos de vista de los ancianos, y he conocido casos de jóvenes escritores chinos, graduados en las universidades a los veintiuno o veinticinco años, que escribían en las revistas artículos para aconsejar "qué deben y qué no deben leer los jóvenes", y se referían a los tropiezos de la juventud con paternal condescendencia.