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V. UN ENAMORADO DE LA VIDA: T'AO YÜANMING

Se ha demostrado, por lo tanto, que con la debida fusión de las perspectivas positiva y negativa de la vida, es posible alcanzar una filosofía armoniosa de "mitad-y-mitad" que se encuentra entre la acción y la inacción, entre ser llevado de la nariz a un mundo de inútil atareamiento y la fuga completa de una vida de responsabilidades, y que, hasta donde podemos descubrir con la ayuda de todas las filosofías del mundo, éste es el ideal más cuerdo y más feliz para la vida del hombre sobre la tierra. Y, lo que es aun más importante, la mezcla de estas dos perspectivas diferentes hace posible una armoniosa personalidad, esa armoniosa personalidad que es el objeto reconocido de toda la cultura y la educación. Y, significativamente, con esta armoniosa personalidad vemos una alegría y un amor por la vida.

Me es difícil describir las cualidades de este amor por la vida; más fácil es hablar en una parábola o narrar la historia de un verdadero enamorado de la vida, según vivió en la realidad. Y el cuadro de T'ao Yüanming, el más grande poeta y el más armonioso producto de la cultura china, se presenta inevitablemente ante mis ojos. ( [15]) Nadie objetará en China al decir yo que T'ao representa para nosotros el carácter más perfectamente armonioso y más cabal en toda la tradición literaria china. Sin realizar una ilustre carrera oficial, sin poder y sin realizaciones externas, y sin dejarnos mayor herencia literaria que un delgado volumen de poemas y tres o cuatro ensayos en prosa, sigue siendo hasta hoy un faro que luce a través de las edades, símbolo, para siempre, para poetas y escritores de menor cuantía, de lo que debe ser este supremo carácter humano. Hay en su vida, así como en su estilo, una sencillez tal que inspira pavor, y un reproche constante a naturalezas más brillantes y más complejas. Y hoy está como ejemplo perfecto del verdadero amante de la vida, porque en él la rebelión contra los deseos terrenos no condujo a un intento de escape total, sino que alcanzó una armonía con la vida de los sentidos. Unos dos siglos de romanticismo literario, de culto taoísta de la vida y de rebelión contra el confucianismo habían venido trabajando en China, y habían unido sus fuerzas a la filosofía confuciana de los siglos anteriores, para hacer posible la aparición de esta armoniosa personalidad. En T'ao encontramos que la perspectiva positiva había perdido su tonta complacencia, y la filosofía cínica había perdido su amarga rebelión (un rasgo que aun vemos en Thoreau: un signo de inmadurez), y que por primera vez llega la sabiduría humana a la madurez plena en un espíritu de tolerante armonía.

T'ao representa para mí esa extraña característica de la cultura china, una curiosa combinación de devoción a la carne y arrogancia del espíritu, de espiritualidad sin ascetismo y de materialismo sin sensualidad, en que los sentidos y el espíritu han llegado a vivir juntos en armonía. Porque el filósofo ideal es el que comprende el encanto de las mujeres sin ser basto, que ama calurosamente a la vida pero la ama con freno, y que ve la irrealidad de los triunfos y fracasos del mundo activo, y se mantiene algo apartado y elevado, sin serle hostil. Porque T'ao logró la verdadera armonía del desarrollo espiritual, vemos en él una ausencia tot.al de conflicto interno, y su vida fue tan natural y tan sin esfuerzo como su poesía.

T'ao nació hacia fines del siglo cuarto de nuestra era, nieto de un distinguido estudioso y funcionario que, a fin de no mantenerse ocioso, mudaba una pila de ladrillos de un lugar a otro por la mañana, y la volvía al primer sitio por la tarde. En su juventud T'ao aceptó un cargo oficial de poca importancia a fin de sostener a sus viejos padres, pero pronto renunció y volvió a la granja, a labrar él mismo la tierra, de lo cual obtuvo una especie de mal físico. Un día preguntó a sus parientes y amigos: "¿Estaría mal que saliera a cantar como trovador a fin de pagar el sostenimiento de mi huerta?" Al oírle, algunos de sus amigos le consiguieron un cargo de magistrado de P'engcheh, cerca de Kiukiang. Por ser muy afecto al vino, ordenó que todos los campos pertenecientes al gobierno local fuesen sembrados con arroz de gluten, del que se puede hacer vino, y solamente las protestas de su esposa le hicieron admitir que una sexta parte fuera sembrada con otras clases de arroz. Cuando llegó a verle un delegado del gobierno, y su secretario le dijo que debía recibirle con la túnica debidamente arreglada, T'ao suspiró y dijo: "No puedo doblarme y hacer reverencias por cinco fanegas de arroz." E inmediatamente renunció y escribió su famoso poema: "¡Ah, a casa vuelvo!" Desde entonces vivió la vida de un granjero, y rechazó repetidamente ofrecimientos de cargos oficiales. Pobre, vivió en comunión con los pobres, y en una carta a sus hijos expresó cierto pesar paterno porque estaban tan pobremente vestidos y hacían los menesteres de un vulgar labrador. Pero cuando consiguió enviar a sus hijos, porque él estaba lejos, un mozo campesino para que les ayudara en la faena de portar agua y recoger leña, les recomendó: "Tratadle bien, que también él es hijo de alguien". ( [16])

Su única debilidad era su gusto por el vino. " Como vivía mucho para sí, rara vez tenía invitados, pero cada vez que había vino se sentaba con los demás, aunque no tuviera relación con el dueño de casa. En otras ocasiones, cuando él era anfitrión en una fiesta y se embriagaba el primero, solía decir a sus invitados: "Estoy ebrio y pienso dormir: podéis iros todos." Tenía un instrumento de cuerdas, el ch'in, sin cuerdas ya. Era uno de esos antiguos instrumentos que sólo se pueden tocar en forma sumamente lenta, y sólo en un estado de perfecta calma mental. Después de un festín, o cuando se sentía en ánimo de música, expresaba sus sentimientos acariciando este instrumento sin cuerdas. "Aprecio el sabor de la música; ¿qué necesidad tengo de los sonidos de las cuerdas?"

Humilde y sencillo e independiente, era muy poco dado a las compañías. Un magistrado, un tal Wang, que le admiraba mucho, quiso cultivar su amistad, pero se vio en aprietos para verle. Con su perfecta naturalidad le dijo T'ao: "Me.gusta estar solo porque por naturaleza no estoy hecho para la vida de sociedad, y me quedo en casa por una enfermedad. Lejos está de mí proceder de esta manera a fin de adquirir la reputación de estar por encima y muy lejos de los demás." Wang, pues, tuvo que conspirar con un amigo para poder verle; este amigo hubo de inducir a T'ao a que saliera de casa, invitándole a un festín. Cuando iba a mitad de camino y se detuvo con el amigo en un pabellón, se le obsequió con vino. Resplandecieron los ojos de T'ao y se sentó alegremente a beber; Wang, que había estado oculto en la vecindad, se presentó entonces. Y T'ao estaba tan feliz que permaneció allí, hablando con Wang, toda la tarde, y olvidó seguir el viaje a la casa de su amigo. Wang vio que tenía descalzos los pies, y ordenó a sus subordinados que le hicieran un par de zapatos. Cuando estos funcionarios pidieron las medidas, T'ao estiró los pies y les dijo que las tomaran. Y después, cada vez que Wang quería verle, tenía que esperar en el bosque o junto al lago, a fin de encontrar al poeta por casualidad. Una vez que sus amigos estaban haciendo vino, le quitaron el turbante de hilo para emplearlo como colador, y después de colado el vino, T'ao volvió a ponerse el turbante en la cabeza.

Había entonces en las grandes montañas Lushan, a cuyo pie vivía el poeta, una gran sociedad de ilustres budistas Zen, y el jefe, un gran estudioso, trató de hacer que T'ao se sumara a la Sociedad del Loto. Un día le invitaron a una fiesta, y él puso la condición de que se le permitiera beber. Se accedió a este quebranto de las reglas budistas, y T'ao fue a la fiesta. Pero cuando se trató de inscribir su nombre como miembro de la sociedad, "frunció las cejas y se marchó." Tal sociedad era ésta, que un poeta tan grande como Hsieh Lingyün tuvo siempre grandes deseos de entrar en ella, pero no pudo. Mas el abate budista siguió cortejando la amistad de T'ao, y un día le invitó a beber, junto con otro amigo, un gran taoísta. Eran, pues, tres en un grupo: el abate, que representaba al budismo, T'ao que representaba al confucianismo, y el otro amigo, que representaba al taoísmo. El abate había hecho para toda su vida el voto de no ir jamás allende cierto puente en sus diarios paseos, pero un día en que él y el otro amigo despedían a T'ao, se vieron tan placenteramente ocupados en la conversación que el abate pasó el puente sin saberlo. Cuando se lo hicieron notar, los tres rieron a carcajadas. Este incidente de los tres ancianos riendo pasó a ser el tema de populares pinturas chinas, porque simbolizaba la felicidad y la alegría de tres almas despreocupadas, sabias, que representaban a tres religiones unidas por el sentido del humor.

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[15] T'ao Ch'ien (alias "Yüanming"), 372-427 de nuestra era. 175

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[16] Los chinos consideran que es ésta una de sus grandes frases.

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