II. LA FELICIDAD HUMANA ES SENSORIA
Toda felicidad humana es felicidad biológica. Esto es estrictamente científico. A riesgo de ser mal interpretado, lo diré con mayor claridad: toda felicidad humana es sensoria. Los espiritualistas no me comprenderán, estoy seguro; los espiritualistas y los materialistas no podrán comprenderse nunca, porque no hablan el mismo idioma, o con la misma palabra quieren decir cosas diferentes. ¿También en este problema de lograr la felicidad hemos de ser engañados por los espiritualistas, y admitir que la verdadera felicidad es solamente la felicidad del espíritu? Admitámoslo de una vez, y procedamos en seguida a condicionarlo, diciendo que el espíritu es una condición del perfecto funcionamiento de las glándulas endocrinas. La felicidad, para mí, es en gran parte cuestión de digestión. Tengo que refugiarme junto al presidente de un colegio norteamericano, para asegurar mi reputación y respetabilidad, cuando digo que la felicidad es' principalmente cuestión del movimiento de los intestinos. El presidente de un colegio norteamericano, de que hablo, solía decir con gran sabiduría en su discurso ante los alumnos en cada iniciación de cursos: "Sólo hay dos cosas que quiero que tengáis presentes: leed la Biblia y tened libres los intestinos." ¡Qué alma sabia, amable, debe haber tenido para decir esto! Si se mueven los intestinos, se es feliz, y si no se mueven, se es desgraciado. No hay nada más que decir.
No nos perdamos en lo abstracto cuando hablamos de felicidad, sino que vayamos a los hechos y analicemos cuáles son los momentos verdaderamente felices de nuestra vida. En este punto nuestro, la felicidad es muy a menudo negativa: la completa ausencia de pesares o mortificaciones o dolores físicos. Pero la felicidad puede ser también positiva, y entonces la llamamos alegría. Para mí, por ejemplo, los momentos verdaderamente felices son: cuando me levanto por la mañana después de una noche de perfecto sueño y aspiro el aire matinal y hay una expansividad en los pulmones, que me inclina a inhalar hondamente, y siento una bella sensación de movimiento en torno a la piel y los músculos del pecho, y cuando, por ende, estoy bien para trabajar; o cuando tengo una pipa en la mano y descanso las piernas en una silla, y el tabaco arde lentamente, parejo; o cuando viajo en un día de verano, seca la garganta de sed, y veo un hermoso arroyo límpido, cuyo sonido mismo me hace feliz, y me quito los zapatos y las medias y hundo los pies en la deliciosa agua fresca; o cuando, después de una comida perfecta, me tiendo en un sillón, cuando a mi alrededor no hay nadie que me desagrade y la conversación marcha con paso ligero hacia un destino ignorado, y estoy física y espirítualmente en paz con el mundo; o cuando en una tarde de verano veo negras nubes que se reúnen en el horizonte y sé por seguro que antes de un cuarto de hora caerá un chaparrón de verano, pero como me avergüenza que me vean salir en la lluvia sin paraguas, me avergüenza que me vean salir en la lluvia sin paraguas, corro presurosamente a recibir el aguacero en mitad de los familia, sencillamente, que me sorprendió la lluvia.
Tal como me es imposible decir si amo física o espiritualmente a mis hijos cuando oigo la cháchara de sus voces o cuando veo sus rollizas piernecitas, también soy incapaz, totalmente incapaz, de distinguir entre las alegrías de la mente y las alegrías de la carne. ¿Ama alguien espiritualmente a una mujer sin amarla físicamente? Y, ¿es cosa tan fácil para un hombre analizar y separar los encantos de la mujer que ama, como su risa, sus sonrisas, la forma que tiene de ladear la cabeza, cierta actitud hacia las cosas? Y al fin y al cabo toda mujer joven se siente más feliz cuando está bien vestida. Hay cierta cualidad de elevación del alma en el lápiz para los labios y en el.colorete, y una calma y una buena disposición espirituales en el conocimiento de estar bien vestida, que son cosas reales y definidas para la misma joven, y de las cuales no tiene ni asomo de idea el espiritualista. Por estar hechos de esta carne mortal, la división que separa a nuestra carne de nuestro espíritu es sumamente delgada, y el mundo del espíritu, con sus más finas emociones y su mayor apreciación de la belleza espiritual, no puede ser alcanzado sino con nuestros sentidos. No hay moralidad o inmoralidad en los sentidos del tacto, el oído y la vista. Es muy probable que nuestra pérdida de capacidad para el goce de las alegrías positivas de la vida se deba sobre todo a la disminución de sensibilidad de nuestros sentidos, y a que no los utilicemos en forma completa.
¿Para qué discutir sobre esto? Tomemos casos concretos y recojamos ejemplos de todos los grandes enamorados de la vida, occidentales y orientales, y veamos qué describen como momentos felices, y cuan íntimamente están ligados a los sentidos del oído y el olfato y la vista. Aquí hay una descripción del alto placer estético que obtuvo Thoreau (1) al escuchar el sonido de los grillos:
Observemos primero el chirrido de los grillos. Es muy general entre estas rocas. Es para mí más interesante el sonido de uno solo de ellos. Sugiere algo tardío, pero sólo cuando llegamos al conocimiento de la eternidad, después de haber trabado cierto conocimiento con el tiempo. Sólo es tarde para todas las búsquedas triviales y presurosas. Sugiere una sabiduría madura, nunca tardía, que está por encima de todas las consideraciones temporales, que posee la frescura y la madurez del otoño entre la aspiración de la primavera y los calores del verano. Dicen los grillos a los pájaros: "¡Ah! Habláis como los niños, por impulso; la Naturaleza habla por vuestra boca; pero con nosotros es maduro conocimiento. Las estaciones no giran para nosotros; cantamos para arrullarlas." Así cantan, eternos, junto a las raíces de la hierba. Cielo es donde están, y su morada no necesita elevarse. Siempre lo mismo, en mayo y en noviembre [?]. Serenamente sabio, su canto tiene la seguridad de la prosa. No han bebido más vino que el rocío. No es Un pasajero tono de amor acallado cuando pasa la estación de incubar, sino que es glorificar a Dios y gozarle para siempre. Los grillos se mantienen ajenos a la revolución de las estaciones. Sus acordes son invariables como la Verdad. Sólo en sus momentos más cuerdos oyen los hombres a los grillos.
Thoreau es el más chino de todos los autores norteamericanos en su entera visión de la vida y, por ser chino, me siento muy semejante a él en espíritu. Le descubrí hace apenas unos meses, y el placer del descubrimiento está aún fresco en mi mente. Podría traducir pasajes enteros de Thoreau a mi idioma y hacerlos pasar como originales de un poeta chino, sin despertar sospecha alguna.
Y veamos cómo contribuyen los sentidos del olfato y de la vista y del oído en Walt Whitman a su espiritualidad, y cuan grande importancia les da el poeta:
Una nevada por la mañana, que continúa casi todo el día. Pero di un paseo de más de dos horas, por los mismos bosques y senderos, entre los copos que caían. Nada de viento, y, sin embargo, se oía el leve murmullo musical entre los pinos, muy pronunciado, curioso, como de cataratas, ora acallado, ora despierto otra vez. Todos los sentidos, la vista, el oído, el olfato, delicadamente complacidos. Cada copo yacía donde había caído, en las siemprevivas, los acebos, los laureles, la multitud de hojas y de ramas apiladas, montones blancos definidos por bordes de esmeralda… las altas columnas rectas de los abundosos pinos coronados de bronce… un ligero perfume resinoso mezclado con el de la nieve. (Porque hay en todo un olor, aun en la nieve, si se le puede distinguir: no hay dos lugares, ni quizás dos horas, en parte alguna, exactamente iguales. ¡Cuan diferente es el olor del mediodía del de medianoche, o el de otoño del de invierno, o el de un momento de brisa del de otro de calma!)