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Pero hay un embeleco social secundario, casi tan poderoso y universal como aquéllos: el embeleco de la moda. La valentía de ser naturales es una cosa muy rara. El filósofo griego Demócrito pensó que hacía un gran servicio a la humanidad al librarla de la opresión de dos grandes temores: el temor de Dios y el temor de la muerte. Pero aun eso no nos libra de otro temor igualmente universal: el temor del prójimo. Pocos hombres que se han librado del temor de Dios y el temor de la muerte son capaces de librarse del temor de los hombres. Consciente o inconscientemente, todos somos actores en esta vida, y representamos ante el público un papel y en un estilo aprobado por ese público.

Este talento histriónico, junto con el vecino talento por la imitación, que es parte de aquél, son los rasgos más sobresalientes de nuestra herencia simiesca. Se pueden obtener indudables ventajas de este histrionismo, y la más clara de ellas es el aplauso del auditorio. Pero cuanto mayores son los aplausos, tanto más aleteos del corazón hay en entretelones. Y esto ayuda también a ganarse la vida, de modo que a nadie se puede culpar porque representa su papel en una forma aprobada por la platea.

La única objeción es que el actor puede reemplazar al hombre y tomar entera posesión de él. Hay unas pocas almas selectas que pueden soportar su reputación y su alta posición con una sonrisa y seguir siendo naturales; son las que saben que están representando cuando representan, que no comparten las ilusiones artificiales de rango, título, propiedad y riqueza, y que aceptan estas cosas con una sonrisa tolerante cuando se les ponen en el camino, pero se niegan a creer que por ese motivo son ellos diferentes de los seres humanos ordinarios. Son de esta clase de hombres los verdaderamente grandes de espíritu, quienes siguen siendo esencialmente sencillos en sus vidas personales. Porque no alientan tales ilusiones, esa sencillez es siempre la marca de los verdaderamente grandes. Nada muestra más concluyentemente un espíritu pequeño que un pobre burócrata de gobierno que sufre ilusiones de su propia grandeza, o un advenedizo social que muestra sus alhajas, o un escritorzuelo que cree pertenecer a la compañía de los inmortales y se convierte de inmediato en un ser humano menos sencillo y menos natural.

Tan hondo es nuestro instinto histriónico que a menudo olvidamos que tenemos vidas verdaderas que vivir fuera del escenario. Y por eso sudamos y bregamos y pasamos por la vida, y no vivimos para nosotros de acuerdo con nuestros instintos cabales, sino para la aprobación de la sociedad, como "solteronas que con sus agujas trabajan para hacer vestidos de boda que usarán otras mujeres", como comenta el viejo dicho chino.

III. CINISMO, INSENSATEZ Y DISFRAZ: LAOTSE

Paradójicamente, la filosofía tan perversa de Laotsé, la del "viejo pillo", ha sido responsable por el más alto ideal de paz, tolerancia, sencillez y contento. Estas enseñanzas comprenden la sabiduría de lo insensato, las ventajas del disfraz, la fuerza de la debilidad, y la sencillez de los verdaderamente complicados. El mismo arte chino, con su ilusión poética y su glorificación de la vida simple del leñador y del pescador, no puede existir aparte de esa filosofía. Y en el fondo del pacifismo chino existe la voluntad de soportar pérdidas temporales y hacer tiempo; la creencia de que, en el plan general de las cosas en que la naturaleza opera por la ley de la acción y de la reacción, nadie tiene una ventaja permanente sobre los demás, y nadie es "un maldito estúpido" para siempre.

La mayor sabiduría parece estupidez.
La mayor elocuencia semeja tartamudez.
El movimiento vence al frío,
Pero la quietud al calor.
Y así él con su límpida calma
Lo corrige todo bajo el cielo ( [13]).

Sabiendo, pues, que en la Naturaleza nadie tiene una ventaja permanente sobre los demás y nadie es un maldito estúpido para siempre, la conclusión natural es que nada vale la contienda. Según las palabras de Laotsé, el hombre sabio "no contiende, y por esa misma razón nadie bajo el Cielo puede contender con él". Y también dice: "Mostradme un hombre de violencia que llegó a buen fin, y le tomaré como maestro." Un escritor moderno podría agregar: "Mostradme un dictador que pueda pasarse sin los servicios de una policía secreta, y seré su discípulo." Por esta razón dice Laotsé:

"Cuando no predomina el Tao, los caballos son adiestrados para la batalla; cuando predomina el Tao, los caballos son adiestrados para que tiren de carros de estiércol."

Los mejores aurigas no se lanzan al frente;

Los mejores combatientes no exhiben su odio.

El más grande conquistador gana sin trabar batalla;

Quien mejor usa a los hombres procede como si fuera su inferior.

Esto se llama el poder que proviene de no contender.

Se llama la capacidad para usar a los hombres.

El secreto de estar hermanado al cielo, a lo que otrora fue.

La ley de la acción y la reacción produce la violencia que rebota en violencia:

Quien por Tao se propone ayudar a un señor de hombres, Se opondrá con la fuerza de las armas a toda conquista;

Porque tales cosas han de rebotar. Donde hay ejércitos, crecen espinas y zarzas. La formación de una gran hueste Es seguida por un ano de escasez. Por tanto, un buen general logra su propósito y luego se detiene;

No quiere aprovechar más su victoria. Cumple su propósito y no se precia de lo que ha hecho;

Cumple su propósito y no se envanece de lo que ha hecho;

Cumple su propósito, pero no se enorgullece de lo que ha hecho;

Cumple su propósito, pero sólo como un paso que no se podía evitar;

Cumple su propósito, pero sin violencia;

Porque lo que tiene un tiempo de vigor tiene también un tiempo de

decaimiento. Esto va contra Tao, Y lo que va contra Tao pronto perecerá.

Mi impresión es que si Laotsé hubiera sido invitado a ocupar la presidencia de la Conferencia de Versalles, no habría existido hoy un Hitler. Hitler sostiene que él y su obra deben haber sido "bendecidos por Dios", y como prueba da su milagrosa elevación al poder. Me inclino a pensar que el asunto es más sencillo, que Hitler fue bendecido por el espíritu de Clemenceau. El pacifismo chino no es el del humanitario, sino el del viejo pillo: no se basa en el amor universal, sino en un convincente tipo de sutil sabiduría.

Lo que al fin se debe encoger,

Debe ser estirado primero.

Todo lo que se ha de debilitar,

Debe empezar por ser hecho fuerte.

Y para derribar algo,

Es necesario alzarlo primero.

Quien quiere que se le dé

Debe empezar por dar.

Esto se llama suavizar la luz propia.

Asi es cómo lo suave vence a lo duro,

Y lo débil a lo fuerte.

"Mejor es dejar los peces en su estanque;

Mejor es dejar las más aguzadas armas del Estado donde nadie pueda verlas."

Jamás ha habido un sermón más efectivo y más efectivamente pronunciado, sobre la fuerza de la debilidad, la victoria de los que aman la paz y la ventaja de estarse quieto, que el de Laotsé. Porque el agua ha de ser siempre para Laotsé el símbolo de la fuerza de los débiles: el agua que gotea gentilmente y horada la roca, y el agua que tiene la gran sabiduría taoísta de buscar el nivel más bajo:

¿Cómo obtuvieron su reino sobre el centenar de corrientes menores los grandes ríos y los mares?

Por el mérito de estar más bajos que ellos; así es cómo obtuvieron su reino.

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[13] Esta y las siguientes citas del Too Teh King de Laotsé, son de la excelente traducción de Arthur Waller, The Way and Its Power (Alien & Unwin, Londres).

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