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Cuando se tienen el corazón y las manos ociosas.

Cansado después de leer poesía.

Cuando están perturbadas las ideas.

Si se escuchan canciones y cantilenas.

Cuando se termina una canción.

Encerrado en el hogar durante una fiesta.

Tocando el ch'in y mirando pinturas.

Dedicado a la conversación muy tarde en la noche.

Ante una clara ventana y un escritorio limpio.

Con amigos encantadores y gráciles concubinas.

De regreso de una visita a los amigos.

Cuando el día es claro y dulce la brisa.

En, un día de leves chaparrones.

En un bote pintado cerca de un puentecito de madera.

En un bosque de altos bambúes.

En un pabellón que mira sobre flores de loto en un día de verano.

Después de haber encendido incienso en un pequeño estudio.

Después de terminada una fiesta y marchados los huéspedes.

En un templo tranquilo, escondido.

Cerca de manantiales famosos y rocas extrañas.

MOMENTOS EN QUE SE DEBE CESAR DE BEBER TE:

Trabajando.

Mirando un juego.

Abriendo cartas.

Durante grandes lluvias o nevadas.

En un largo festín de vinos con gran compañía.

Revisando documentos.

En días atareados.

En las condiciones contrarias, en general, a las enumeradas en la sección anterior.

COSAS QUE SE DEBEN EVITAR:

Agua mala.

Utensilios malos.

Cucharas de bronce.

Marmitas de bronce.

Jarras de madera (para el agua).

Madera en el fuego (a causa del humo).

Carbón de leña blando.

Sirviente ordinario.

Doncella de mal talante.

Trapos sucios.

Toda clase de incienso y remedios.

COSAS Y LUGARES QUE HAY QUE TENER LEJOS:

Cuartos húmedos.

Cocinas.

Calles ruidosas.

Niños llorones.

Personas acaloradas.

Sirvientes discutidores.

Cuartos calientes.

V. DE FUMAR Y DEL INCIENSO

El mundo se divide hoy en fumadores y no fumadores. Es cierto que los fumadores causan alguna molestia a los no fumadores, pero tal molestia es física, en tanto que la molestia que los no fumadores causan a los fumadores es espiritual. Hay, claro está, muchos no fumadores que no tratan de entrometerse con los fumadores, y se puede adiestrar a las esposas hasta que toleren que sus maridos fumen en cama. Este es el signo más seguro de un matrimonio feliz y afortunado. Se presume a veces, sin embargo, que los no fumadores son moralmente superiores, y que tienen algo de qué enorgullecerse, sin comprender que les falta uno de los grandes placeres de la humanidad. Estoy dispuesto a admitir que fumar es ana debilidad moral, pero por otra parte debemos precavernos del hombre sin debilidades morales. No se puede confiar en él. Es fácil que sea siempre sobrio y no cometa un solo error. Seguramente sus costumbres han de ser regulares, su existencia más mecánica, y su cabeza mantendrá siempre la supremacía sobre su corazón. Por mucho que me gusten las personas razonables, odio a los seres completamente racionales. Por esa razón estoy siempre atemorizado e incómodo cuando entro en una casa donde no hay ceniceros. Suele ocurrir entonces que la habitación sea demasiado limpia y ordenada, que los almohadones estén en su debido lugar y que la gente sea correcta y no emotiva. E inmediatamente debo asumir mi mejor comportamiento, lo cual significa el comportamiento más incómodo.

Los beneficios morales y espirituales no han sido apreciados jamás por estas almas correctas y rígidas e inemotivas y poco poéticas. Pero como los fumadores somos atacados generalmente por el aspecto moral, y no el artístico, debo empezar con una defensa de la moral del fumador, que es, en conjunto, más alta que la del no fumador. El hombre que tiene una pipa en la boca es el hombre que atrae mi corazón. Es más afable, más sociable, tiene más indiscreciones íntimas que revelar, y a veces es muy brillante en la conversación, y de cualquier modo se me ocurre que gusta de mí tanto como yo gusto de él. Estoy en un todo de acuerdo con Thackeray, que escribió: "La pipa extrae sabiduría de los labios del filósofo, y cierra la boca del tonto; genera un estilo de conversación que es contemplativo, pensativo, benevolente y llano".

Un fumador puede tener las uñas más sucias, pero esto no importa cuando su corazón es cálido; y de cualquier manera, un estilo de conversación contemplativo, pensativo, benevolente y llano es algo tan raro que uno está dispuesto a pagar alto precio por gozarlo. Y, lo más importante, un hombre que tiene una pipa en la boca es siempre feliz y, al fin y al cabo, la felicidad es la más grande de las virtudes morales. Maggin dice que "ningún fumador de cigarros se ha suicidado jamás", y es aun más cierto que ningún fumador de pipa disputa jamás con su esposa. La razón es perfectamente clara: no se puede tener una pipa entre los dientes y gritar a la vez a todo lo que da la voz. Jamás se ha visto a nadie hacer tal cosa. Porque uno habla naturalmente en voz baja cuando fuma en pipa. Lo que ocurre cuando un marido fumador se enoja, es que enciende inmediatamente un cigarrillo o una pipa y queda malhumorado. Pero no le durará mucho. Porque su emoción ha encontrado ya un escape, y aunque quiera seguir pareciendo enojado a fin de justificar su indignación o su idea de haber sido insultado, no puede hacerlo, porque el suave humo de la pipa es demasiado agradable y calmante, y al dejar escapar el humo también parece que deja salir, aliento tras aliento, su furor almacenado. Por eso, cuando una esposa que es prudente ve que su marido está por ser dominado por la rabia, debe ponerle suavemente una pipa en la boca y decirle: "¡Vamos! No te acuerdes más". Esta fórmula siempre da resultado. Una esposa puede fallar, pero una pipa nunca.

El valor artístico y literario de fumar puede ser apreciado mejor solamente cuando imaginamos lo que pierde un fumador al dejar de fumar por un breve período. Todo fumador, en algún momento alocado, ha intentado abjurar de su lealtad a la Señora Nicotina, y después de cierta lucha con su imaginaria conciencia, ha recobrado los sentidos. Una vez cometí la tontería de dejar de fumar durante tres semanas, pero al fin de ese período mi conciencia me instó irresistiblemente a que tomara otra vez el buen camino. Juré que jamás reincidiría, que seguiría siendo un devoto de su altar hasta mi segunda niñez, en que puede concebirse que seré presa de algunas señoras de la Sociedad de Templanza. Cuando llega esa desgraciada ancianidad, es claro, ya no es uno responsable de sus acciones. Pero en tanto me quede cierta fuerza de voluntad y sentido moral, no lo intentaré de nuevo. Como si no hubiera visto la tontería de una cosa así, la absoluta inmoralidad de tratar de negarse la fuerza espiritual y el sentido de bienestar moral que da este útil invento. Porque, según Haldane, el gran bioquímico inglés, fumar se cuenta como uno de los cuatro inventos en la historia de la humanidad que han dejado una honda influencia biológica en la cultura humana.

La historia de esas tres semanas en que hice el juego del cobarde ante mi mejor yo, y me negué voluntariamente algo que sabía era de gran fuerza de elevación del alma, es por cierto una historia vergonzosa. Ahora que puedo recordarlo en una forma desaprensiva y racional, me resulta imposible comprender cómo duró tanto ese ataque de irresponsabilidad moral. Si fuera a detallar mi odisea espiritual de día y de noche durante esas tres semanas, a la manera de Joyce, estoy seguro de que podría llenar tres mil buenas líneas homéricas en verso, o ciento cincuenta páginas de prieta impresión en prosa. Es claro que, para empezar, era ridículo el objeto. ¿Por qué, en nombre de la raza humana y del universo, no ha de fumar uno? No puedo responder ahora. Pero ocurren al hombre a veces estos ataques de irresponsabilidad, supongo yo, cuando desea hacer algo contra la corriente tan sólo por el placer de vencer una resistencia, y en esta forma emplea un momentáneo exceso de energía moral. Fuera de ello, no puedo explicar mi repentina e impía resolución de dejar de fumar. En otras palabras, me sometí a una prueba moral, muy a la manera de esa gente que se dedica a la gimnasia sueca, o sea el movimiento por el movimiento mismo, sin cumplir un trabajo útil para la sociedad. Fue, aparentemente, esta especie de lujo moral el que yo me di, y eso fue todo.

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