III. DOS DAMAS CHINAS
El goce de la naturaleza es un arte, que depende mucho del ánimo y la personalidad de cada uno y, como sucede con todas las artes, es difícil explicar su técnica. Todo debe ser espontáneo y elevarse espontáneamente desde un temperamento artístico. Es difícil, pues, fijar reglas para el goce de este o de aquel árbol, esta o aquella roca y este o aquel panorama en un momento particular, porque ningún panorama es exactamente igual. Quien comprende sabrá cómo gozar de la naturaleza sin que nadie se lo diga. Havelock Ellis y Van der Velde muestran sabiduría cuando dicen que lo permisible y lo no permisible, y lo que es de buen gusto y mal gusto en el arte del amor entre marido y mujer, en la intimidad de su dormitorio, no es algo que se pueda prescribir con reglas fijas. Lo mismo pasa con el arte de gozar de la naturaleza. El mejor sistema es probablemente el de estudiar la vida de las personas que tienen en sí el temperamento artístico. El sentimiento de la naturaleza, los sueños de un hermoso panorama visto un año antes, y el repentino deseo de visitar cierto lugar: todas estas cosas ocurren en los momentos más inesperados. Quien tiene temperamento artístico lo demuestra por doquiera que vaya, y los escritores que en verdad gozan la naturaleza han de emprender descripciones de una hermosa escena nevada o de un atardecer de primavera, del todo olvidados del relato o el argumento. Las autobiografías de periodistas y estadistas suelen estar llenas de reminiscencias de acontecimientos pasados, en tanto que las autobiografías de literatos han de referirse sobre todo a reminiscencias de una noche feliz, o a la visita hecha con algún amigo a un valle hermoso. En este sentido me parecen decepcionantes las autobiografías de Rudyard Kipling y G. K. Chesterton. ¿Por qué consideran sin importancia las anécdotas importantes de sus vidas, y por qué consideran importantes las anécdotas sin importancia? Hombres, hombres, hombres por todas partes y ni una mención de flores y pájaros y colinas y arroyos.
Las reminiscencias de los literatos chinos, y también sus cartas, difieren en este sentido. Lo importante es decir a un amigo, en una carta, la hermosura de una noche en el lago, o registrar en la autobiografía un día perfectamente feliz y cómo pasó. En particular, los escritores chinos, al menos muchos de ellos, han llegado a escribir reminiscencias de su vida de casados. De todos ellos, los mejores ejemplos son Mao Pichiang con Reminiscencias de mi concubina, ( [37]) Shen Sanpo con Seis capítulos de una vida flotante, y Chiang T"an con Reminiscencias bajo la-lámpara. Los dos primeros libros fueron escritos por los maridos, después de morir sus esposas, y el último en la ancianidad del autor mientras aún vivía su esposa. ( [38]) Comenzaremos con algunos pasajes selectos de Reminiscencias bajo la lámpara, que tienen por heroína a la esposa del actor, llamada Ch'iufu, y continuaremos con trozos de Seis capítulos de una vida flotante, en que Yün es la heroína. Estas dos mujeres tenían el temperamento justo, sí bien no eran particularmente educadas ni buenas poetisas. No importa. Nadie debe tender a escribir poesía inmortal; se debe aprender a escribir poemas solamente como medio de registrar un momento significativo, un estado de ánimo personal, o para ayudar a gozar de la naturaleza.
A.) CH´IUFU
Ch'iufu me decía a menudo: "La vida del hombre sólo dura cien años, y de este centenar se pasa la mitad en dormir y soñar, los días de enfermedad y de pesares ocupan la mitad, y los días de pañales y de ancianidad ocupan también la mitad. ( [39])
Lo que nos queda es una décima o una quinta parte. Además, quienes estamos hechos del material de los sauces no hemos de esperar que viviremos un centenar de anos."
Un día en que estaba en su mejor momento la luna de otoño, Ch'iufu pidió a una joven doncella que tomara un ch'in y la acompañara en un viaje en bote entre las flores de loto del Lago Occidental. Volvía yo entonces del Río Occidental, y cuando llegué y vi que Ch'iufu se había marchado en bote compré algunos melones y salí tras ella. Nos encontramos en el Segundo Puente de la Orilla de Su Tungp'o, cuando Ch'iufu cantaba el triste refrán de "Otoño en el Palacio Han". Me detuve a escuchar, con la túnica recogida entre las manos. En ese momento, las colinas en torno estaban envueltas en la bruma del atardecer, y se veían en el agua los reflejos de las estrellas y la luna. Llegaban a mi oído diferentes sonidos musicales, de modo que no podía distinguir si eran los sonidos del viento en el aire o los sonidos del jade retintineante. Antes de terminar la canción, la proa de nuestro bote ya había tocado la orilla meridional del Jardín de las Aguas en Remolino. Golpeamos entonces a la puerta del convento de la Nube Blanca, porque conocíamos a las monjas que había allí. Después de estar un rato sentados, las monjas nos sirvieron semillas de loto. recién recogidas y preparadas en sopa. Su color y fragancia eran bastante para refrescar los intestinos: un mundo diferente del sabor de carnes y comidas aceitosas. De regreso, desembarcamos en el Puente de Tuan, donde tendimos una alfombrilla de bambú en el suelo y nos sentamos a conversar largo rato. El rumor distante de la ciudad nos molestaba los oídos, como el zumbido de las moscas… Después empezaron a escasear las estrellas del cielo y el lago quedó cubierto por una capa blanca. Oímos el tambor en lo alto de la muralla de la ciudad y comprendimos que ya era la cuarta guardia (alrededor de las tres de la madrugada) y tomamos el ch'in y volvimos en bote a casa.
Los bananeros que había plantado Ch'iufu ya tenían grandes hojas que hacían sombras verdes sobre el biombo. Bastaba para quebrar el corazón haber oído las gotas de lluvia que golpeaban en las hojas en otoño, mientras uno estaba tendido y apoyado en una almohada. Un día escribí, jugando, tres versos en una de las hojas:
¿Qué entrometido plantó este retoño?
¡Golpetea por la mañana,
Y de tarde golpetea el biombo!
Al día siguiente vi otros tres versos junto a aquéllos, que decían:
¡Tú, solitario, eres quien protesta!
Quien bananas come
Y luego las lamenta.
Los caracteres estaban delicadamente formados y provenían de la juguetona pluma de Ch'iufu. Pero he aprendido algo de lo que escribió.
Una noche escuchamos el ruido del viento y la lluvia, y las almohadas y la ropa revelaron el espíritu más fresco, del otoño. Ch'iufu se estaba desvistiendo para la noche, y yo, sentado a su lado, acababa de recorrer un álbum de cien flores, con inscripciones que estaba haciendo. Oí el ruido de algunas hojas amarillas que desde la ventana caían al suelo, y Ch'iufu cantó:
Ayer era mejor que hoy;
Y este año soy más vieja que el pasado.
La consolé, diciendo: "Nadie vive cien años. ¡Cómo podemos tener tiempo para enjugar las lágrimas de los demás (las hojas caídas)?" Y con un suspiro dejé a un lado el pincel con que pintaba. Estaba avanzada la noche, y Ch'iufu quiso beber algo; descubrí que el fuego en la estufa de tierra ya había muerto, y las mucamas estaban todas en la tierra de los sueños, caídas las cabezas. Entonces quité la lámpara de aceite de la mesa y la coloqué bajo la estufita del té y calenté un tazón de semillas de loto para Ch'iufu. Ch'iufu sufre una afección en los pulmones desde hace diez años, y siempre tose cuando avanza el otoño, y sólo duerme bien cuando se recuesta en una almohada muy alta. Este año se halla más fuerte, y a menudo nos sentamos frente a frente, hasta muy tarde en la noche. Quizá se deba a los cuidados y la alimentación debidos.