Considero que esta sobreacentuación de la atracción sexual comprende un criterio adolescente e inadecuado de la naturaleza toda de la mujer, con ciertas consecuencias sobre el carácter del amor y el matrimonio, cuya concepción se hace también falsa e inadecuada. Se piensa así en la mujer más como posibilidad de apareamiento que como espíritu que debe presidir el hogar. La mujer es esposa y madre, pero si se acentúa el sexo como tal, la noción de la hembra desplaza a la noción de la madre, e insisto en que la mujer llega a su estado más noble sólo como madre, y que una esposa que por propia elección se niega a ser madre, inmediatamente pierde una gran parte de su dignidad y seriedad y se halla en peligro de convertirse en un juguete. Para mí, cualquier.esposa sin hijos es una amante, y cualquier amante con hijos es una esposa sea cual fuere su situación legal. Los hijos ennoblecen y santifican a la amante, y la ausencia de hijos degrada a la esposa. Es una verdad de a puño que muchas mujeres modernas se niegan a tener hijos porque el embarazo les arruinaría la silueta.
El instinto amoroso tiene una contribución propia que hacer al enriquecimiento de la vida, pero puede excederse en detrimento de la mujer misma. El esfuerzo de mantener elevada la atracción sexual cae necesariamente sobre los nervios de las mujeres, no de los hombres. Es injusto, también, porque, al dar primas a la belleza y la juventud, las mujeres maduras se ven ante la desesperanzada tarea de luchar contra las canas y el curso del tiempo. Un poeta chino nos ha advertido ya que la fuente de la juventud es un engaño, que nadie puede "atar un cordel al sol" y detener su carrera. El esfuerzo de la mujer madura por conservar la atracción sexual se convierte así en una ardua carrera con los años, lo cual es insensato. Sólo el humor puede salvar la situación. Si de nada vale librar una lucha sin esperanzas contra la ancianidad y las canas, ¿por qué no decir entonces que las canas son hermosas? Así canta Chu Tu:
He ganado blancas canas, centenares, en mi cabeza.
Tan pronto como las quito, aparecen muchas otras.
¿Por qué quitarlas, entonces, por qué no dejarlas solas?
¿Quién tiene tiempo para la lucha contra la plateada hebra?
Todo esto es antinatural e injusto. Es injusto con las madres y las mujeres ancianas, porque así como un campeón de peso pesado debe entregar su título a los pocos años a un desafiante más joven, y así como un caballo más viejo debe ceder en carrera al que tiene juventud, también las mujeres ancianas libran una batalla perdida contra las mujeres jóvenes, y al fin y al cabo todas luchan contra su propio sexo. Es tonto, peligroso y sin esperanzas para las mujeres maduras enfrentar a las jóvenes en el terreno de la atracción sexual. Es tonto, además, porque hay en la mujer algo más que su sexo, y aunque la corte y los amoríos se basan en gran parte, necesariamente, en los atractivos físicos, los hombres y las mujeres más maduros deberían haber dejado atrás tal cosa.
El hombre, ya lo sabemos, es el animal más enamoradizo del reino zoológico. Además de su instinto amoroso, sin embargo, hay un instinto paterno o materno igualmente fuerte, cuyo resultado es la vida familiar humana. Los instintos amoroso y paternal están compartidos en común con casi todos los animales, pero parece que los orígenes de la vida.familiar del hombre se encuentran entre los gibones. Existe, no obstante, el peligro de que el instinto amoroso subyugue al instinto de familia en una cultura excesivamente compleja que rodea al hombre de constantes estímulos sexuales en el arte, el cinematógrafo y el teatro. En esta cultura se puede olvidar fácilmente la necesidad del ideal de familia, especialmente cuando, además, hay una corriente de ideas individualistas. En una sociedad así, pues, obtenemos un extraño punto de vista sobre el matrimonio, y pensamos que consiste en eternos besos, que terminan en general con las campanas de la boda, y un extraño punto de vista sobre la mujer, en la que pensamos sobre todo como hembra del hombre y no como madre. La mujer ideal, entonces, llega a ser una joven de perfectas proporciones físicas y de encanto físico, en tanto que para mí la mujer no es jamás tan hermosa como cuando se halla de pie junto a una cuna, jamás tan seria y tan digna como cuando tiene a un niño sobre el pecho y conduce de la mano a un niño de cuatro o cinco años, y jamás tan feliz como cuando, según he visto en un cuadro occidental, está tendida en cama contra una almohada y juega con el niño que tiene al pecho. Tal vez tenga yo un complejo de maternidad, pero no hay que preocuparse, porque los complejos psicológicos nunca hacen daño a un chino. Siempre me parece ridícula y poco convincente cualquier sugestión de que un chino tenga un complejo de Edipo, o un complejo de padre e hija, o un complejo de hijo y madre. Sugiero que mi criterio de la mujer no se debe a un complejo de maternidad, sino a la influencia del ideal chino de la familia.
IV. EL IDEAL FAMILIAR CHINO
Creo, casi, que la historia de la Creación en el Génesis debe ser redactada de nuevo y por entero. En la novela china Sueño de la cámara roja, el mozo, que es su protagonista, un sentimental afeminado muy afecto a la compañía de las mujeres, que admira intensamente a sus hermosas primas y llega a sentir lástima de ser varón, dice que "la mujer está hecha de agua y el hombre de arcilla", por la razón de que cree que sus primas son dulces y puras y hábiles, en tanto que él y sus compañeros son feos y torpes y malhumorados. Si quien escribió el Génesis hubiese sido Paoyü y sabido de qué hablaba, habría escrito un relato diferente. Dios tomó un puñado de barro, lo modeló hasta darle forma humana y le puso su aliento en la nariz, y ya estuvo Adán. Pero Adán empezó a resquebrajarse y a caerse en pedazos, y entonces Él tomó un poco de agua y con el agua modeló la arcilla, y esta agua que entró en el ser de Adán se llamaba Eva, y sólo cuando tuvo a Eva en su ser fue completa la vida de Adán. Al menos, éste me parece que es el significado simbólico del matrimonio. La mujer es agua y el hombre arcilla, y el agua penetra y moldea la arcilla, y la arcilla retiene el agua y le da su sustancia, en la cual se mueve y vive y tiene su pleno ser el agua.
La analogía de la arcilla y el agua en el matrimonio humano fue expresada hace mucho tiempo por Madame Kuan, esposa del gran pintor yüan. Chao Mengfu, y pintora y maestra ella también en la Corte Imperial. Cuando, ya maduros ambos, se enfriaba el ardor de Chao, o por lo menos ya pensaba en tomar una amante, Madame Kuan escribió este poema, que llegó al corazón y cambió el ánimo de Chao:
Entre tú y yo
Hay demasiada emoción.
Ese es el motivo
De tal conmoción.
Toma un montón de arcilla,
Mójalo, fórmalo,
Y de mí habrá algo en tu arcilla.
Y haz una imagen mía
Y una imagen tuya.
Tíralas luego, rómpelas,
Y agrégales agua.
Une la arcilla y modélala
En una imagen tuya
Y una imagen mía.
Entonces habrá en mi arcilla algo de tí,
Y jamás nos separará nada;
Vivos, dormiremos en la misma cama,
Y muertos, juntos nos sepultarán.
Es cosa bien conocida que la sociedad china y la vida china están organizadas sobre la base del sistema familiar. Este sistema determina y da color a todo el patrón de la vida. ¿De dónde vino este ideal familiar de la vida? Rara vez se ha preguntado tal cosa, porque los chinos parecen darla por sentada, en tanto que los estudiantes extranjeros no se sienten competentes para emprender la tarea. Se atribuye a Confucio haber contribuido al fundamento filosófico del sistema de familia, como base de toda la vida social y política, con su enorme énfasis en la relación de marido y mujer, como fundamento de todas las relaciones humanas, en la piedad filial hacia los padres, las visitas anuales a las tumbas ancestrales, el culto de los antepasados, y la institución del salón ancestral.