El culto chino por los antepasados ha sido llamado religión por ciertos escritores, y creo que es en gran parte así.
Su aspecto no religioso es la exclusión o el lugar mucho menos significativo del elemento sobrenatural. Se deja casi intacto lo sobrenatural, y el culto de los antepasados puede ir de la mano con la creencia en un dios cristiano, budista o mahometano. Los ritos del culto de los antepasados dan una forma de religión, y son a la vez naturales y justificables porque todas las creencias deben tener un símbolo y una forma externos. No creo que los respetos que se rinden a unas tabletas cuadradas de madera, de unos treinta centímetros de largo y en las que se inscriben los nombres de los antepasados, sean más o menos religiosos que el empleo de un retrato del Rey en un sello de correos británico. En primer lugar, se concibe a esos espíritus ancestrales menos como dioses que como seres humanos, y se les sigue sirviendo como lo fueron por sus descendientes en su ancianidad. No se les hacen ruegos de dones ni plegarias para que curen enfermedades, y no existe el acostumbrado regateo entre el venerado y el que venera. En segundo lugar, esta ceremonia de culto no es más que una ocasión de piadoso recuerdo de los antepasados desaparecidos, en un día consagrado a la reunión de la familia. A lo sumo, es apenas un pobre sustituto de la celebración del cumpleaños del antepasado cuando vivía, pero en espíritu no difiere de la celebración del cumpleaños de un progenitor, o del Día de la Madre en los Estados Unidos.
La única objeción que llevó a los misioneros cristianos a prohibir a los chinos conversos que participaran en las ceremonias y las fiestas y festines comunales del culto de los antepasados es la de que quienes rinden este culto se ven obligados a arrodillarse ante las tabletas ancestrales y con ello infringen el primero de los Diez Mandamientos. Este es quizá el ejemplo más flagrante de falta de comprensión por parte de los misioneros cristianos. Las rodillas chinas no son tan preciosas como las rodillas occidentales, porque nos prosternamos ante emperadores o magistrados y ante nuestros padres, cuando viven, en el Día de Año Nuevo. Por consiguiente, las rodillas chinas son por naturaleza más flexibles, y no se hace uno más o menos hereje por arrodillarse ante una tableta de madera que se parece a un calendario. En cambio, los chinos cristianos de las aldeas y las ciudades se ven forzados a separarse de la vida general de la comunidad, porque se les prohíbe participar en las fiestas, y hasta dar dinero para las representaciones teatrales acostumbradas en tales ocasiones. Los chinos cristianos, por lo tanto, se excomulgan prácticamente de su propio clan.
No hay duda casi de que en muchos casos este sentimiento de piedad y de obligación mística hacía la familia llegó a ser una actitud profundamente religiosa. Tenemos, por ejemplo, el caso de Yen Yüan, uno de los más grandes dirigentes confucianistas del siglo XVII, que ya anciano emprendió un patético viaje en busca de su hermano, con la esperanza de que ese hermano podría tener un hijo, pues él no lo tenía. Este discípulo del confucianismo, que creía en la conducta más que en el conocimiento, vivía en Szechueü. Su hermano faltaba desde hacía años. Cansado de enseñar las doctrinas de Confucio, un día sintió lo que entre misioneros se consideraría "un llamado divino" para que fuera en busca de su hermano perdido. La situación no ofrecía casi esperanzas. No tenía idea de dónde podía estar su hermano, ni siquiera sabía si estaba vivo. Un viaje era empresa sumamente peligrosa en esos días, y el país estaba en desorden a causa de la caída del régimen Ming. Pero este anciano emprendió el viaje, un viaje verdaderamente religioso, sin otros medios, para encontrar al hermano, que los que le proporcionaba la colocación de letreros en las puertas de las ciudades y en las posadas por donde iba. Así viajó desde China occidental hasta las provincias del Nordeste, cubriendo más de mil millas, y sólo después de muchos años de desesperada búsqueda fue conducido al hogar de su hermano, porque el hijo de éste reconoció su nombre en un paraguas apoyado contra una pared mientras su dueño estaba en un retrete público. Había muerto el hermano, pero Yen logró su meta, que era encontrar un descendiente varón para la familia de sus antepasados.
Nadie sabe por qué hizo tanto hincapié Confucio en la piedad filial, pero el doctor John C. H. Wü, en un ilustrativo ensayo ( [25]), ha sugerido que la razón fue que Confucio nació sin padre. La razón psicológica es similar, pues, a la del autor de Home Sweet Home, que no conoció un hogar en toda su vida. Si el padre de Confucio hubiese vivido cuando éste era niño, la idea de la paternidad no habría sido rodeada por él de tan romántico resplandor, y si hubiera vivido su padre cuando él creció, el resultado podría haber sido más desastroso todavía. Confucio habría podido ver los defectos de su padre, y le habría resultado algo difícil cumplir el precepto de la absoluta piedad. De todos modos, ya había muerto el padre cuando nació Confucio, y no sólo esto, sino que ni siquiera sabía dónde estaba la tumba de su padre. Había nacido fuera de casamiento, y la madre se negó a decirle quién era su padre. Cuando murió la madre, la sepultó (cínicamente, presumo) en el "Camino de los Cinco Padres", y sólo después de haberse enterado, por una vieja mujer, de la ubicación de la tumba de su padre, atendió Confucio a que se les enterrara juntos en otro lugar.
Hemos de dejar que esta ingeniosa teoría quede en pie por lo que vale. Pero no faltan razones en la literatura china para explicar la necesidad del ideal de familia. Comienza con un criterio del hombre, no como individuo, sino como miembro de una unidad familiar; está respaldada por un criterio de la vida que yo podría llamar la teoría de "la corriente de la vida", y justificada por una filosofía que considera que el cumplimiento de los instintos naturales del hombre es la meta final de la moral y la política.
El ideal del sistema familiar está opuesto necesariamente al ideal del individualismo personal. Ningún hombre, al fin y al cabo, vive como individuo completamente solo, y no tiene realidad alguna la idea de un individuo así. Si pensamos en un individuo y no le consideramos ni hijo, ni hermano, ni padre, ni amigo, ¿qué es entonces? Tal individuo se convierte en una abstracción metafísica. Y por tener una mente tan biológica, los chinos piensan naturalmente primero en las relaciones biológicas del hombre. La familia se convierte entonces en la unidad biológica natural de nuestra existencia, y el mismo matrimonio pasa a ser un asunto de familia, y no un asunto individual.
En Mi patria y mi pueblo he señalado los males de este sistema familiar tan absoluto, que puede llegar a ser una forma de egoísmo magnificado, en detrimento del Estado. Pero esos males son inherentes a todos los sistemas humanos, al sistema familiar tanto como al individualismo y el nacionalismo de Occidente, debido a los defectos de la naturaleza humana. En China, se piensa siempre que el hombre es más grande y más importante que la familia, porque aparte de la familia no tiene existencia real. Los males del nacionalismo son tan aparentes como éstos en la Europa moderna. El Estado puede transformarse fácilmente en un monstruo, como lo está ya en algunos países, engullendo la libertad de palabra del individuo, su libertad de conciencia y de creencias religiosas, su honor personal y hasta la meta última y final de la felicidad individual. Las consecuencias teóricas de un criterio tan colectivista son bien aparentes en el fascismo y el comunismo, y por cierto que han sido formuladas lógicamente ya por Carlos Marx. La aniquilación total del instinto paternal parece ser un objeto del Estado marxista, en el cual se censura abiertamente el afecto y la lealtad familiares como sentimientos burgueses, que han de extinguirse en un diferente ambiente material. ( [26]) No sé cómo estaba tan seguro Carlos Marx en cuanto a este punto de biología.