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Y así vivió y murió T'ao, libre de preocupaciones y de dolores de conciencia, humilde campesino-poeta, y anciano alegre y sabio. Pero algo en su pequeño volumen de poemas sobre la bebida y la vida pastoral, sus tres o cuatro leves ensayos, una carta a sus hijos, tres plegarias de sacrificio (incluso una para él mismo), y algunas de sus frases legadas a la posteridad, demuestran un sentimiento y un genio de la vida armoniosa que llegaron a la naturalidad perfecta y jamás han sido superados. Este gran amor por la vida es lo que se expresa en el poema que escribió un día de noviembre de 405, cuando decidió abandonar las cargas del oficio de magistrado. ( [17])

¡Ah, a casa vuelvo! ¿Por qué no volver, si veo que mi campo y mi huerto de cizaña están llenos? Yo he hecho de mi alma un siervo de mi cuerpo: ¿por qué tener pesares vanos y dolerme a solas?

No me inquiete lo pasado, y camino adelante tome. Sólo breve distancia he hecho el mal camino, y hoy sé que estoy en lo justo, si ayer el error fue completo.

Ligeramente flota y deriva la barca, y suavemente cae y aletea mi túnica. Pregunto el camino a un viandante, y me enoja la semioscuridad del alba.

Luego, cuando aviste mis viejos techos, la alegría dará prisa a mis pasos. Allí habrá servidores para darme la bienvenida, y a la puerta esperarán los hijos para saludarme.

Invadidos por la hierba, acaso, estarán los senderos del jardín, pero ¡aun habrá crisantemos, y mi pino! ¡Llevaré al más pequeño niño de la mano, y en la mesa habrá una copa llena de vino!

Tendré la copa en la mano, y beberé, feliz de ver en el patio las ramas pendientes. Me inclinaré sobre la ventana meridional con una satisfacción inmensa, y veré que el lugarcito es cómodo, bien cómodo para caminar en su torno.

El jardín se hace más familiar e interesante con las diarias caminatas. ¿Qué de malo tiene que nadie golpee jamás a la puerta siempre cerrada? Con un bastón ambulo en paz, y a ratos miro al azul de arriba.

Allí las nubes se alejan vagas de sus escondrijos en la montana, sin fin ni propósito, y los pájaros, cuando se cansan de sus ambulantes vuelos, pensarán en el niño. Oscuras, pues, caen las sombras, y pronto para el regreso, acaricio todavía los pinos solitarios, y holgazaneo.

¡Ah, a casa vuelvo! Dejadme que desde ahora aprenda a vivir solo. El mundo y yo no estamos hechos uno para el otro, y ¿por qué girar en redondo como quien busca lo que no ha encontrado?

Contento estaré con las conversaciones de los míos, y habrá música y libros para pasar las horas. Vendrán los granjeros y me dirán que ha llegado la primavera, y habrá labor que hacer en la granja occidental.

Algunos piden carretas techadas; algunos reman en botes pequeños. A veces exploramos estanques tranquilos, desconocidos, y a veces trepamos montes ásperos, empinados.

Allí los árboles, feliz el corazón, crecen maravillosamente verdes, y el agua de las fuentes salta con risueño sonido. Admiro cómo crecen y prosperan las cosas según sus estaciones, y siento que así, también, hará su giro mi vida.

¡Basta! ¿Por cuánto tiempo he de guardar esta forma mortal? ¿Por qué no tomar la vida según viene, y por qué darse prisa y quehacer como quien lleva un recado?

Riqueza y poder no son mis ambiciones, y es inasequible la morada de los dioses. Querria partir solo una clara mañana o quizá, clavando el bastón, empezar a quitar las cizañas y a labrar la tierra.

O querría componer un poema junto a un claro, o acaso ir a Tung-kao y dar un largo grito de reclamo en la cumbre de la colina. Así estaría contento de vivir y morir, y sin interrogar el corazón aceptaría alegremente la voluntad del Cielo.

Contento estaré con las conversaciones de los míos, y habrá música y libros para pasar las horas. Vendrán los granjeros y me dirán que ha llegado la primavera, y habrá labor que hacer en la granja occidental.

Algunos piden carretas techadas; algunos reman en botes pequeños. A veces exploramos estanques tranquilos, desconocidos, y a veces trepamos montes ásperos, empinados.

Allí los árboles, feliz el corazón, crecen maravillosamente verdes, y el agua de las fuentes salta con risueño sonido. Admiro cómo crecen y prosperan las cosas según sus estaciones, y siento que así, también, hará su giro mi vida.

¡Basta! ¿Por cuánto tiempo he de guardar esta forma mortal? ¿Por qué no tomar la vida según viene, y por qué darse prisa y quehacer como quien lleva un recado?

Riqueza y poder no son mis ambiciones, y es inasequible la morada de los dioses. Querria partir solo una clara mañana o quizá, clavando el bastón, empezar a quitar las cizañas y a labrar la tierra.

O querría componer un poema junto a un claro, o acaso ir a Tung-kao y dar un largo grito de reclamo en la cumbre de la colina. Así estaría contento de vivir y morir, y sin interrogar el corazón aceptaría alegremente la voluntad del Cielo.

T'ao podría ser tomado por "escapista", pero no lo fue. Trató de escapar de la política, no de la vida misma. Si hubiera sido un lógico, podría haber decidido escapar del todo de la vida, haciéndose monje budista. Con el gran amor que tenía por la vida, no podría haber tenido voluntad de escapar totalmente a ella. Su esposa y sus hijos eran demasiado reales para él, su jardín y las ramas pendientes sobre el patío y los solitarios pinos que acariciaba eran demasiado atrayentes, y por ser hombre razonable, en lugar de lógico, a ellos se apegó. Este fue su amor por la vida y sus celos por la vida, y desde esta actitud positiva, pero razonable, hacia la vida, llegó al sentimiento de armonía con la vida que fue la característica de su cultura. De esta armonía con la vida brotó la más grande poesía de China. De la tierra, y en la tierra nacido, su conclusión no fue escapar de ella, sino "partir solo una clara mañana o quizá, clavando el bastón, empezar a quitar las cizañas y a labrar la tierra". T'ao volvió sencillamente a la granja y a su familia. El fin fue armonía y no rebelión.

CAPITULO VI. EL FESTÍN DE LA VIDA

I. EL PROBLEMA DE LA FELICIDAD

El goce de la vida cubre muchas cosas: gozar de nosotros mismos, de la vida hogareña, de los árboles, flores, nubes, ríos serpenteantes y cataratas bullentes, y las mil cosas de la Naturaleza, y gozar también de la poesía, el arte, la contemplación, la amistad, la conversación y la lectura, que son todas, en una u otra forma, la comunión de los espíritus. Hay cosas obvias, como el goce de la comida, de una alegre fiesta o una reunión familiar, un paseo en un hermoso día de primavera; y cosas menos obvias, como el goce de la poesía, el arte y la contemplación. Me ha sido imposible llamar material y espiritual a estas dos clases de goce; primero, porque no creo en esta distinción, y segundo, porque me pierdo cada vez que procedo a hacer esta clasificación. ¿Cómo puedo decir, cuando veo una alegre fiesta campestre de hombres y mujeres, de ancianos y niños, qué parte de sus placeres es material y qué parte espiritual? Veo a un niño que retoza sobre el césped, a otro que hace una cadena de margaritas, a la madre que va a comer un sandwich, al tío de la familia cuando muerde una manzana roja y jugosa, al padre tendido en el suelo y mirando las nubes plácidas y al abuelo que fuma su pipa. Probablemente, alguien toca un fonógrafo, y de la distancia llega el sonido, de la música y el trueno lejano de las olas. ¿Cuál de estos placeres es material y cuál espiritual? ¿Es tan fácil trazar una distinción entre el goce de un sandwich y el goce del panorama ambiente, que llamamos poesía? ¿Es posible considerar que el goce de la música, que llamamos arte, sea decididamente un tipo de placer más alto que el de fumar una pipa, que llamamos material? Esta clasificación entre placeres materiales y espirituales es, por ende, confusa, ininteligible e inexacta para mí. Procede, sospecho, de una falsa filosofía, que divide firmemente el espíritu de la carne y que no está apoyada por un escrutinio directo y más cercano de nuestros placeres verdaderos.

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[17] Este poema es en la forma de un fu, y progresa en construcciones paralelas, como los salmos; a veces es rimado.

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