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Toda filosofía de la vida, para ser adecuada, debe basarse en la armonía de nuestros instintos dados. El filósofo demasiado idealista se ve pronto burlado por la misma naturaleza. La más alta concepción de la dignidad humana, de acuerdo con los confucianistas chinos, es la de que el hombre llegue finalmente a su mayor altura, que sea igual al cielo y la tierra, porque vive de acuerdo con la naturaleza. Esta es la doctrina que se da en El medio de oro, escrito por el nieto de Confucio.

Lo que es dado por Dios se llama naturaleza; seguir a la naturaleza se llama Tao (el camino) ( [22]): cultivar el camino se llama cultura. Antes de que se exprese la alegría, el furor, la tristeza y la felicidad, se les llama el ser interior; cuando se expresan en grado debido se les llama armonía. El ser interior es el correcto fundamento del mundo, y la armonía es el Camino ilustre. Cuando un hombre ha logrado el ser interior y la armonía, el cielo y la tierra están en orden y con ello se nutren y crecen las mil cosas.

Llegar a la comprensión, desde el ser verdadero, se llama naturaleza; y llegar al yo verdadero desde la comprensión se llama cultura; quien es su yo verdadero tiene por ello comprensión, y quien tiene comprensión encuentra por ello su yo verdadero. Sólo quienes son sus propios seres absolutos en el mundo pueden cumplir su propia naturaleza; sólo quienes cumplen la naturaleza de los otros pueden cumplir la naturaleza de las cosas; los que cumplen la naturaleza de las cosas merecen ayudar a la Madre Naturaleza a que haga crecer y sostenga la vida: y quienes merecen ayudar a la Madre Naturaleza a que haga crecer y sostenga la vida, son los iguales del cielo y la tierra.

CAPITULO VII. LA IMPORTANCIA DE LA HOLGANZA

I. EL HOMBRE, ÚNICO ANIMAL QUE TRABAJA

El festín de la vida está, pues, ante nosotros, y la única cuestión es el apetito que tendremos para comerlo. Lo que importa es el apetito, no el festín. Al fin y al cabo, lo más sorprendente que hay en el hombre es su ideal del trabajo, y la cantidad de trabajo que se impone a sí mismo, o que le ha impuesto la civilización. Toda la naturaleza se dedica a la holganza, y sólo el hombre trabaja por su sustento. Trabaja porque tiene que hacerlo, porque con el progreso de la civilización, la vida se hace más compleja, con deberes, responsabilidades, temores, inhibiciones y ambiciones, no nacidas de la naturaleza, sino de la sociedad humana. Mientras estoy aquí sentado ante mi escritorio, una paloma vuela en torno al campanario de una iglesia, frente a mi ventana, sin preocuparse por lo que va a tener para el almuerzo. Sé que mi almuerzo es cosa más complicada que el de la paloma, y que los pocos artículos alimenticios que tomo afectan a miles de personas en su trabajo y un complicado sistema de cultivo, venta, transporte, entrega y preparación. Por eso es que cuesta más al hombre que a los animales conseguir comida. No obstante, si una bestia de la selva quedara suelta en una ciudad y obtuviera cierta comprensión del significado de la atareada vida humana, sentiría mucho escepticismo y asombro acerca de esta sociedad humana.

El primer pensamiento que tendría esa bestia de la selva sería el de que el hombre es el único animal que trabaja. Con excepción de unos pocos caballos de tiro y de bueyes, hasta los animales domésticos están privados de la necesidad de trabajar. Los perros de policía son llamados rara vez a cumplir su deber; un perro encargado de la vigilancia de una casa juega casi todo el tiempo, y echa una buena siesta por la mañana, cada vez que encuentra un lugar tibio al sol; el gato aristocrático no trabaja por su sustento, por cierto, y como está dotado de una agilidad física que le permite no tener en cuenta las paredes del vecino, hasta es inconsciente de su cautividad: va adonde quiere ir. De modo, pues, que tenemos a esta laboriosa humanidad, sola, enjaulada y domesticada, pero no alimentada, porque -por la fuerza de esta civilización y de la compleja sociedad- está en la obligación de trabajar y de preocuparse por el problema de su sustento. La humanidad tiene sus ventajas, bien lo sé: los placeres del conocimiento, los deleites de la conversación y las alegrías de la imaginación como, por ejemplo, presenciar una obra de teatro. Pero sigue en pie el hecho esencial de que la vida humana se ha complicado en demasía, y la cuestión de alimentarnos, directa o indirectamente, ocupa mucho más del noventa por ciento de nuestras actividades humanas. La civilización es sobre todo el problema de obtener comida, y el progreso es ese camino que hace cada vez más difícil obtener la comida. Si no hubiera sido tan difícil para el hombre obtener su comida, no habría habido razón alguna para que la humanidad trabajara tanto.

El peligro es que nos civilicemos en exceso y lleguemos al punto, como hemos llegado ya en verdad, de que obtener la comida sea tan penoso que perdamos el apetito en el proceso de conseguirla. Esto parece no tener mucho sentido, desde el punto de vista de la bestia de la selva lo mismo que del filósofo.

Cada vez que veo el horizonte de una ciudad o miro a los techos, me asusto. Es positivamente asombroso. Dos o tres tanques de agua, el reverso de dos o tres armazones de acero para anuncios, quizá un campanario o dos, y una extensión de azoteas de asfalto y ladrillos que suben en contornos cuadrados, agudos, verticales, sin forma ni orden, rociados por algunas chimeneas sucias, descoloridas, unas pocas cuerdas con ropa lavada, y líneas entrecruzadas de antenas radiotelefónicas. Y al mirar hacia abajo, a una calle, veo otra vez una extensión de paredes grises, o de rojos ladrillos descoloridos, con ventanas pequeñas, y oscuras, uniformes, en filas iguales, a medias abiertas y a medias ocultas por cortinas, y quizá en un alféizar una botella de leche, y unas pocas macetas con enfermizas florecillas en otras. Una niña sube a la azotea con su perro y se sienta en un escalón todas las mañanas para conocer un poco de sol. Y al levantar otra vez la vista veo filas sobre filas de techos, millas de techos extendidos en feos contornos cuadrados hacia la distancia. Más tanques de agua, más casas de ladrillo. Y la humanidad vive aquí. ¿Cómo vive cada familia detrás de una o dos de esas sombrías ventanas? ¿En qué trabajan para vivir? Es pasmoso. Detrás de cada dos o tres ventanas, una pareja va a la cama noche a noche, como las palomas que vuelven al palomar; despiertan y toman el café matinal, y el marido sale a la calle, a buscar pan para la familia, mientras la esposa trata persistente, desesperadamente, de barrer el polvo y mantener limpio su lugarcito. A las cuatro o cinco de la tarde salen a sus umbrales para conversar con sus vecinos, para mirarlos y tomar un poco de aire fresco. Cae después la noche, están muertos de cansancio y otra vez van a dormir. ¡Y así viven!

Hay otras gentes, más acomodadas, que viven en mejores departamentos. Habitaciones más "artísticas", más hermosas pantallas en las luces. ¡Más ordenados y más limpios! Tienen un poco más de espacio, pero sólo un poco más. ¡Alquilar un departamento de siete habitaciones, y no hablemos de poseerlo, se considera un lujo! Pero no implica más felicidad, Menos preocupación financiera y no tantas deudas en que pensar, es cierto. Pero, también, más complicaciones emocionales, más divorcios, más maridos-gatos que no vuelven a casa de noche, y más parejas que van a merodear juntas de noche, buscando alguna forma de disipación. La palabra es diversión. ¡Buen Dios, claro que necesitan una diversión de esas monótonas, esas uniformes paredes de ladrillo, y esos pulidos pisos de madera! Claro está que van a mirar mujeres desnudas. Por consiguiente, más neurastenia, más aspirina, más enfermedades costosas, más colitis, apendicitís y dispepsia, más cerebros ablandados y más hígados endurecidos, más duodenos ulcerados e intestinos lacerados, estómagos sobrecargados y ríñones excedidos, vejigas inflamadas y bazos maltratados, corazones dilatados y nervios destruidos, más pechos hundidos y alta presión arterial, más diabetes, enfermedad de Bright, paludismo, insomnio, arteriesclerosis, hemorroides, fístulas, disentería crónica, constipación crónica, pérdida del apetito y cansancio de la vida. Para hacer perfecto el cuadro, más perros y menos niños. La cuestión de la felicidad depende enteramente de la cualidad y temperamento de los hombres y mujeres que viven en estos elegantes departamentos. Algunos tienen, por cierto, una linda vida; otros no. Pero, en conjunto, quizá sean menos felices que la gente trabajadora; tienen más ennui y más tedio. Pero poseen un automóvil y quizá una casa de campo. ¡Ah, la casa de campo: eso es su salvación! De modo, pues, que la gente trabaja mucho en el campo para poder ir a la ciudad a fin de ganar suficiente dinero y volver otra vez al campo.

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[22] Hay un poderoso elemento del taoísmo en el confucianismo, debido quizá a la influencia del pensamiento taoista, hecho que no se nota por lo común. De todos modos, este pasaje figura en uno de los Cuatro Libros confucianos, y podríamos citar pasajes similares en las Analectas.

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