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El juego más sencillo es shehfu, en que una sílaba que forma el comienzo de una palabra y el fin de otra queda oculta uniendo las otras sílabas en una palabra, y el jugador tiene que adivinar cuál es la sílaba que falta. Así, "bro" es la sílaba común a "libro" y "brocal"; la adivinanza se formula en la combinación "lical", y el otro jugador tiene que proveer la sílaba que falta. Si se juega debidamente, la persona que ha adivinado la sílaba central no debe declararla, sino formar una contraadivinanza con la sílaba "bro", en este caso, y anunciar sencillamente, por ejemplo, "eneche" (enebro-broche), con lo cual quien hizo la adivinanza puede saber si tiene la respuesta exacta, mientras sigue siendo un misterio para los demás. A veces hay que aceptar una respuesta que no es originalmente correcta pero resulta mejor que la ideada por el iniciador del juego. Las dos partes pueden plantearse adivinanzas de sílabas mutuamente, para resolverlas al mismo tiempo. Algunas son sencillas y otras se ocultan cuidadosamente, como sería, por ejemplo, "a-mar", por la sílaba "ere", de "acre" y "cremar", en tanto que otras pueden ser fácilmente halladas, como por ejemplo "gemilor", por "gemido" y "dolor". Se pueden emplear palabras raras y difíciles, y cuando los estudiosos practican este juego suelen usar raros nombres históricos, que ponen a prueba los estudios del rival: nombres de una de las piezas de Shakespeare, o de las novelas de Balzac.

Son infinitas las variaciones de los juegos literarios. Uno muy popular entre los estudiosos consiste en que cada persona, a su turno, diga un verso de siete palabras, para que el otro responda con el verso siguiente, hasta que el poema resulta una gran tontería. Los versos comienzan comúnmente con algún comentario sobre un objeto o persona presente o el escenario. Cada persona tiene que decir dos versos, el primero de los cuales completa un pareado que comenzó la persona precedente, y el segundo da pie a un nuevo pareado que debe terminar el sucesor. El primer verso da la rima, de manera que el tercero, quinto, séptimo, y así siempre, deben conservarla. En un ambiente de literatos, que saben de memoria cada uno de los nombres y frases de los Cuatro libros o del Libro de la Poesía, quien propone el brindis puede exigir que se hagan citas ilustrativas de un tema (por ejemplo: "Niña tímida", "niña feliz", "niña llorona"). A menudo se incluyen los nombres de cuartetas populares y versos de los poemas de T'ang. O puede exigirse a la otra parte que dé nombres de remedios o flores que respondan a la descripción de un título de una tonada popular dada. Las posibilidades de estas combinaciones dependen de la belleza de los nombres que el idioma da a las flores, remedios, árboles, etc. En los idiomas occidentales, por ejemplo, se podrían usar apellidos para recordar nombres de canciones populares (como en el caso de "Castillo", que podría dar pie a "En un castillo de Flandes"), La gracia de tales yuxtaposiciones depende del ingenio de cada uno, y en estos juegos la diversión reside en la espontaneidad y la fantasía, pero no necesariamente en la cultura, de las asociaciones. Los alumnos de universidades pueden pasar un rato divertido haciendo juegos de vino con los nombres de sus profesores.

Los juegos más complicados requieren fichas especialmente diseñadas. En la novela Sueño de una orquídea se encuentra, por ejemplo, una descripción del siguiente juego. Tres series de fichas (que se pueden hacer de papel) contienen la siguiente combinación de seis personas que hacen seis cosas en seis lugares distintos:

Un petimetre

anda a caballo

por la avenida

Un abate

reza

en el cuarto del abate

Una dama

borda

en la alcoba de la dama

Un carnicero

pelea

en las calles

Una cortesana

hace el amor

en el barrio de la luz roja

Un mendigo

duerme

en el cementerio

Una persona retira fichas de las tres series, que pueden formar extraordinarias combinaciones, como: "Un abate hace el amor en la alcoba de la dama", "Una cortesana reza en el cementerio", "Un mendigo duerme en el barrio de luz roja", "Una dama pelea en el cuarto del abate", etcétera, con los cuales se harían buenos títulos periodísticos. Cualquiera de esas situaciones forma el tema principal, y cada persona debe dar un verso de cinco palabras, de un poema conocido, seguido por el nombre de una canción, y rematado todo con un verso del Libro de la poesía, de modo que el tal describa cabalmente la situación temática.

No debe extrañar, pues, que un festín de vino dure dos horas. El objeto de una comida no es comer y beber sino divertirse y hacer mucho ruido. Por esa razón, quien bebe la mitad bebe mejor; como el poeta T'ao Yüanming que tocaba música en un instrumento sin cuerdas, para el bebedor lo que importa es el sentimiento. Y se puede gozar del sentimiento del vino sin tener capacidad para beberlo. "Hay personas que no saben leer, pero tienen el sentimiento de la poesía; personas que no pueden repetir una sola plegaria pero tienen el sentimiento de la religión; personas que no pueden beber una gota pero tienen el sentimiento del vino, y personas que no comprenden una pizca acerca de las rocas pero tienen el sentimiento de la pintura." Estas son las personas que constituyen apta compañía para poetas, santos, bebedores y pintores.

VII. DE COMIDAS Y REMEDIOS

Un criterio amplio de la comida debe considerarla esencialmente como formada por todas las cosas que nos nutren, así como un criterio amplio de la casa debe incluir todo lo que se relaciona con las condiciones de la vida. Como somos animales, es sólo de sentido común decir que somos lo que comemos. Nuestras vidas no están en la falda de los dioses, sino en la falda de nuestros cocineros. Por ende, todo caballero chino trata de bienquistarse con su cocinero, porque una gran parte del goce de la vida depende de él, que tiene el poder de darlo o de quitarlo según le parezca. Los padres chinos, y supongo que también los occidentales, tratan siempre de obtener el cariño del ama de leche y de tratarla regiamente, porque comprenden que la salud del bebé depende del humor y la felicidad y la vida en general del ama de leche. Parí passu, deberíamos dar a nuestros cocineros, que nos alimentan, el mismo trato regio, si nos interesa nuestra salud tanto como la de nuestros hijitos. Si un hombre sensato, una linda mañana, tendido en su lecho, cuenta con los dedos cuántas cosas de la vida le causan verdadero placer, descubre invariablemente que la comida es la primera. Por lo tanto, la prueba invariable para saber si un hombre es sabio y cuerdo consiste en establecer si tiene buena comida en su casa.

El ritmo de la moderna vida ciudadana es tal que cada vez dedicamos menos tiempo y menos pensamiento a la cuestión de cocinar y alimentarnos. No se puede culpar de nada a la dueña de casa que a la vez es una brillante periodista, si sirve a su marido sopa y porotos en lata. No obstante, es una vida muy demente la que nos lleva a comer para trabajar y no a trabajar para comer. Necesitamos tener cierta bondad y generosidad con nosotros mismos antes de aprender la bondad y generosidad con los demás. ¿Qué bien hace a una mujer salir a la calle a pronunciar discursos o mejorar la situación social, si tiene que cocinar en un aparato de dos hornallas y permitirse solamente diez minutos para comer? Confucio se habría divorciado indudablemente de ella, como se divorció de su esposa porque no cocinaba bien.

No es muy clara la historia acerca de si Confucio se divorció de ella, o fue ella quien tuvo que huir a fin de librarse de las exigencias de este exigente artista de la vida. Para él "el arroz nunca puede estar bastante blanco ni la carne picada suficientemente picada". Se negaba a comer "cuando no se servía la carne con su debida salsa", "cuando no se la cortaba cuadrada", "cuando no estaba bien de color" y "cuando no estaba bien de sabor". Estoy muy seguro de que aun así podría haberlo aguantado su esposa, pero cuando un día, imposibilitada de encontrar víveres frescos, la mujer envió a su hijo Li a que comprara vino y carne fría en una tienda, y Confucio anunció que "no bebería vino que no fuese hecho en casa, ni probaría carne traída de las tiendas", ¿qué otra cosa podía hacer ella, salvo juntar sus cosas y huir? Este atisbo en la psicología de la esposa de Confucio es mío, pero las severas condiciones que él impuso a la pobre mujer figuran hoy en los clásicos confucianos ( [30]).

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[30] Analectas, capitulo X.

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