V. DE SER DÍSCOLO E INCALCULABLE
Parece que hoy el bribón va siendo desplazado por el soldado como ideal supremo de un ser humano. En lugar de ser individuos díscolos, incalculables, impredictibles y libres, vamos a tener coolíes racionalizados, disciplinados, regimentados, y uniformados, patrióticos, tan eficientemente controlados y organizados que una nación de cincuenta o sesenta millones puede creer en el mismo credo, pensar las mismas cosas y gustar la misma comida. Es claro que son posibles dos criterios opuestos de la dignidad humana: uno que considera al bribón, y el otro que considera al soldado como ideal; uno que cree que la persona que retiene su libertad e individualidad es el tipo más noble, y otro que cree que una persona que ha perdido por completo el juicio independiente y ha entregado al gobernante del Estado todos los derechos a creencias y opiniones privadas, es el ser mejor y más noble. Ambos criterios son defendibles, uno por sentido común, y el otro por lógica. No sería difícil defender por la lógica el ideal del autómata patriótico como ciudadano modelo, útil como medio de servir a otro fin externo, que es la fuerza del Estado, y que existe a su vez para otro fin, que es el de aplastar a otros Estados. Todo eso puede ser fácilmente demostrado por la lógica, una lógica tan sencilla e ingenua que todos los idiotas se dejan llevar por ella. Por increíble que parezca, tal criterio ha sido sostenido, y es sostenido todavía en muchos países europeos "civilizados" y "cultos". El ciudadano ideal es el soldado que creyó que se le transportaba a Etiopía y se encontró en Guadalajara. Entre tales ciudadanos ideales se pueden distinguir además dos clases, "A" y "B". La clase "A", consistente en los mejores ciudadanos desde el punto de vista del Estado o su gobernante, es aquella de los que, al descubrir que se les desembarca en España, son muy dulces y amables todavía y elevan sus gracias a Dios, directamente o a través del capellán militar, por haberles enviado, por una suerte de milagro providencial, a lo más rudo de la batalla, para morir por el Estado, La clase "B" sería la de aquellos seres insuficientemente civilizados que sienten un íntimo resentimiento ante el descubrimiento. En cuanto a mí, ese resentimiento íntimo, esa recalcitrando humana, es el único signo de dignidad humana, la única chispa de esperanza que ilumina el cuadro de otro modo sombrío y lúgubre; para mí, la única esperanza en la restauración de la decencia humana en algún mundo futuro y más civilizado.
Es claro, pues, que a pesar de toda la lógica estoy aún en favor del pillo. Estoy del todo en favor del pillo, o del vagabundo, o del que lleva la contra. Nuestra diversidad de pareceres es la única esperanza para la civilización. Mi razón es simple: que descendemos de los monos y no de las vacas, y que por lo tanto somos monos mejores, monos más nobles, por tener pareceres opuestos. Como ser humano soy suficientemente egoísta como para desear un temperamento dulce y satisfecho para las vacas, que pueden ser conducidas al prado o al matadero, según el capricho humano, con igual magnanimidad y nobleza de ánimo, motivadas por el solo deseo de sacrificarse a su amo. Al mismo tiempo, amo tanto a la humanidad, que no deseo que nos convirtamos en vacas. En el momento en que las vacas se rebelen y sientan nuestra misma recalcitrancia, o comiencen a actuar en forma díscola y menos mecánica, las llamaré humanas. La razón por la cual creo que todas las dictaduras están erradas, es una razón biológica. Los dictadores y las vacas se llevan bien, pero no los dictadores y los monos.
En verdad, mi respeto por la civilización occidental ha disminuido considerablemente desde mil novecientos veintitantos. Me había avergonzado de la civilización china, y había rendido homenaje a Occidente, porque consideraba una mácula en la civilización china el hecho de que no hubiéramos producido una constitución ni la idea de los derechos civiles, y pensaba decididamente que un gobierno constitucional, republicano o monárquico, era un progreso en la cultura humana. Ahora, en la cuna misma de la civilización occidental, tengo el placer y la satisfacción de ver que los derechos humanos y la libertad individual, hasta los derechos de sentido común, la libertad individual de creencias que gozamos y hemos gozado siempre en China, pueden ser pisoteados, que ya no se piensa en un gobierno constitucional como la más alta forma de gobierno, que hay más esclavos euripideanos en Europa Central que en China feudal, y que algunas naciones occidentales tienen más lógica y menos sentido común que nosotros los chinos. ¿Qué sería más fácil para mí que jugar la carta de triunfo que tengo en el puño, y presentar el ideal chino del pillo descuidado, desinteresado, el vagabundo, que es el más alto ideal de ser humano para el concepto chino? ¿Tiene Occidente una carta de triunfo para responder, algo que demuestre que su doctrina de la libertad individual y los derechos civiles es una seria y arraigada creencia o instinto, con suficiente vitalidad para emprender una lucha de desquite y para inclinar el péndulo del pensamiento en la otra dirección, después de desaparecida la moda actual de los coolíes uniformados, glorificados? Estoy esperando verla.
Es fácil ver cómo la tradición europea de la libertad y la independencia individuales ha sido olvidada, y que el péndulo se inclina hoy en la mala dirección. Las razones son dos: primero, las consecuencias del actual movimiento económico hacia el colectivismo, y segundo, una herencia de la perspectiva mecanicista de la época victoriana. Parece que en la actual edad de naciente colectivismo de todas las clases -social, económico y político- la humanidad olvida naturalmente y renuncia su derecho a la recalcítrancia humana, y pierde de vista la dignidad del individuo. Con el predominio de los problemas económicos y de pensar en términos de economía, que va eclipsando a todas las otras formas de pensamiento humano, quedamos completamente ignorantes e indiferentes a uri conocimiento más humanizado y a una filosofía más humanizada, una filosofía que trate los problemas de la vida del individuo. Esto es natural. Tal como un hombre que tiene el estómago ulcerado dedica todos sus pensamientos a su estómago, una sociedad con una economía enferma y doliente está siempre preocupada por los pensamientos de economía. No obstante, el resultado es que quedamos del todo indiferentes al individuo, y hemos olvidado-casi que existe. Un hombre solía ser un hombre a pesar de todo. Hoy, en general, se le concibe como autómata que obedece ciegamente leyes materiales o económicas. No pensamos ya en un hombre como hombre, sino como diente de una rueda, miembro de un sindicato o una clase, extranjero a quien se "importa" por cuotas, pequeño burgués al que hay que referirse con desdén, o capitalista a quien se debe censurar, u obrero al que debemos considerar como camarada porque es obrero. Parece que catalogar a un hombre como "pequeño burgués", o "capitalista" u "obrero" es comprenderlo completamente ya, y que de conformidad con ello se le puede odiar o aclamar convenientemente como camarada. Ya no somos individuos, ya no somos hombres, sino clases. ¿Se me permite sugerir que esto es una supersimplificación de las cosas? El pillo ha desaparecido completamente como ideal, y también ha desaparecido el hombre con sus cualidades, gloriosamente semejantes a las del pillo, de reaccionar libre e incalculablemente frente a su ambiente externo. En lugar de hombres tenemos miembros de una clase; en lugar de ideas y prejuicios e idiosincrasias personales tenemos ideologías, o pensamientos de clase; en lugar de personalidades tenemos fuerzas ciegas; en lugar de individuos tenemos una dialéctica marxista que controla y prevé todas las actividades humanas con infalible precisión. Todos progresamos feliz y entusiastamente hacia el modelo de las hormigas.