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Y al dar un paseo por la ciudad vemos que detrás de la avenida principal, con salones de belleza y florerías y agencias de navegación hay otra calle con droguerías, almacenes, ferreterías, peluquerías, lavaderos, restaurantes baratos, puestos de diareros. Atribulamos durante una hora, y si estamos en una ciudad grande, no hemos salido de ella; sólo se ven más calles, más droguerías, almacenes, ferreterías, peluquerías, lavaderos, restaurantes baratos y puestos de diareros. ¿Cómo se gana la vida esa gente? ¿Por qué ha venido aquí? Muy sencillo. Los lavaderos lavan la ropa de los peluqueros y mozos de restaurante, los mozos de restaurante atienden a los peluqueros y a los empleados del lavadero mientras comen, y los peluqueros cortan el cabello a los lavanderos y camareros. Esto es la civilización. ¿No es asombroso? Apostaría a que algunos de los lavanderos, peluqueros y camareros jamás se aventuran diez cuadras más allá del lugar donde trabajan la vida entera. Gracias a Dios que tienen por lo menos el cinematógrafo, donde pueden ver pájaros que cantan y árboles que crecen y se mueven en la pantalla. Turquía, Egipto, los Montes Himalayas, los Andes, tormentas, naufragios, ceremonias de coronación, hormigas, orugas, ratas almizcleras, una lucha entre lagartos y escorpiones, colinas, olas, arenas, nubes y hasta la luna: ¡todo en la pantalla!

¡Oh, sabia humanidad, terriblemente sabia humanidad! A ti te canto. ¡Cuan inescrutable es la civilización en que los hombres laboran y trabajan y se preocupan hasta encanecer, por conseguir el sustento, y se olvidan de jugar!

II. LA TEORÍA CHINA DE LA HOLGANZA

El norteamericano es conocido como un gran buscavidas, así como se conoce al chino como gran holgazán. Y como todos los que están opuestos se admiran recíprocamente, sospecho que el buscavidas norteamericano admira al holgazán chino tanto como el holgazán chino admira al buscavidas norteamericano. Se llama, a estas cosas, los encantos de los rasgos nacionales. No sé si eventualmente se juntarán Oriente y Occidente; lo cierto es que ya se están encontrando, y se encontrarán más y más estrechamente a medida que se extienda la civilización moderna, con el aumento de facilidades de comunicación. Por lo menos en China no vamos a desafiar a esta civilización de la máquina, y allí habrá que resolver el problema de cómo llegaremos a fundir estas dos culturas, la antigua filosofía china de la vida y la moderna civilización tecnológica, e integrarlas en una especie de manera aplicable a la vida. Es mucho más problemática la cuestión de si la vida occidental será invadida alguna vez por la filosofía oriental, aunque nadie osaría ser profeta.

Después de todo, la cultura de la máquina nos acerca rápidamente a la edad de la holganza, y el hombre se verá obligado a jugar más y trabajar menos. Es todo cuestión de ambiente, y cuando el hombre encuentre los ratos de ocio pendientes de la mano, se verá forzado a pensar más acerca de los medios de gozar sabiamente de ese ocio, conferido a él contra su voluntad por la rápida mejora de los métodos de producción apresurada. Al fin y al cabo, nadie puede predecir lo que ocurrirá en el siglo próximo. Ya sería muy que se atreviera a predecir la vida que habrá dentro de treinta años. La constante premura del progreso debe llegar por cierto algún día a un punto en que el hombre estará muy harto de todo, y empezará a hacer inventario de sus conquistas en el mundo material. No puedo creer que, con el advenimiento de mejores condiciones materiales de la vida, cuando se eliminen las enfermedades, disminuya la pobreza, se prolongue la expectación humana de la vida y abunde la comida, le interesará al hombre ser tan atareado como lo es hoy. No estoy seguro de la imposibilidad de que surja un temperamento más perezoso como resultado de ese nuevo ambiente.

Fuera de ello, el factor subjetivo es siempre tan importante como el objetivo. La filosofía llega como una forma de cambiar la perspectiva del hombre, y también su carácter. Cómo va a reaccionar el hombre hacia esta civilización de la máquina, depende de qué clase de hombre sea. En el reino de la biología hay cosas tales como la sensibilidad al estímulo, lentitud o rapidez de reacción, y diversos comportamientos de diferentes animales en el mismo medio o el mismo ambiente. Algunos animales reaccionan más lentamente que otros. Aun en esta civilización de la máquina que, entiendo, comprende a los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Rusia, vemos que de diferentes temperamentos raciales nacen reacciones diferentes hacia la era mecánica. No se eliminan las probabilidades de reacciones individuales peculiares hacia el mismo ambiente. En cuanto a China, creo que el tipo de vida resultante de ello será muy parecido al de Francia moderna, porque los temperamentos chino y francés son muy semejantes.

América del Norte es hoy el lugar más avanzado en civilización de la máquina, y se ha presumido siempre que el futuro de un mundo dominado por la máquina tenderá al presente tipo norteamericano y a su patrón de vida. Me siento inclinado a debatir esa tesis, porque nadie sabe todavía cuál va a ser el temperamento norteamericano. A lo sumo podemos describirlo como un temperamento en mutación. No creo imposible, de ningún modo, que se produzca una restauración de ese período de la cultura de Nueva Inglaterra tan bien descrito en el nuevo libro de Van Wyck Brooks. Nadie puede decir que el florecimiento de la cultura de Nueva Inglaterra no fue una cultura típicamente norteamericana, y nadie puede decir por cierto que el ideal que esbozó Walt Whitman en su Democratic vistas, señalando al desarrollo de hombres libres y madres perfectas, no es el ideal del progreso democrático. Los Estados Unidos necesitan tan sólo que se les dé un breve respiro, y pueden aparecer -estoy segurísimo de que aparecerán- nuevos Whitman, nuevos Thoreau y nuevos Lowell, y entonces esa vieja cultura norteamericana, interrumpida literal y figuradamente por la carrera del oro, podrá florecer 'de nuevo. ¿No será entonces el temperamento norteamericano algo muy distinto del actual, y muy próximo al temperamento de Emerson y Thoreau?

La cultura, según la entiendo yo, es esencialmente un producto de la holganza. El arte de la cultura es, pues, esencialmente, el arte de la holganza. Desde el punto de vista chino, el hombre que es sabiamente ocioso es el hombre más culto. Porque parece haber una contradicción filosófica entre ser atareado y ser sabio. Quienes son sabios no han de ser atareados, y quienes están demasiado atareados no pueden ser sabios. El más sabio de los hombres, por consiguiente, es el que más graciosamente toma la holganza. Trataré de explicar aquí, no la técnica y las variedades de la holganza como se la practica en China, sino más bien la filosofía que nutre este divino deseo de holganza en China y da cauce a ese temperamento despreocupado, ocioso, bienaventurado -y a menudo poético- de los estudiosos chinos y, en grado menor, del pueblo chino en general. ¿Cómo nació ese temperamento chino, esa desconfianza de las consecuciones y los triunfos, y ese intenso amor a la vida misma?

En primer lugar, la teoría china del sosiego, según la expresa un autor comparativamente desconocido del siglo XVIII, Shu Paihsiang, que alcanzó felizmente el olvido, es como sigue: el tiempo es útil porque no se le usa. "El ocio en el tiempo es como el espacio desocupado en un cuarto". Toda joven que trabaja y alquila un cuartucho donde debe ser vitalizado cada centímetro de espacio, se siente sumamente incómoda porque no tiene lugar para moverse, y en cuanto obtiene un aumento de sueldo se muda a un cuarto mayor, donde hay un poco más de espacio sin usar, fuera de aquellos lugares estrictamente útiles ocupados por su cama, su tocador y su cocinita de gas. Ese espacio desocupado es lo que hace habitable un cuarto, tal como nuestras horas de ocio son las que hacen soportable la vida. Tengo entendido que hay una acaudalada mujer que vive en Park Avenue, que compró un terreno vecino para impedir que construyeran un rascacielo junto a su casa. Paga una gran suma de dinero a fin de tener un espacio plena y perfectamente inútil, y me parece que jamás pudo gastar con mayor sabiduría su dinero.

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