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Quedamos, pues, con el sentimiento incómodo pero extrañamente satisfactorio, para mí, de que la religión que quede en nuestras vidas será un sentimiento mucho más simplificado de reverencia por la belleza y la grandeza y el misterio de la vida, con sus responsabilidades, pero estará privada de las viejas, las buenas y alegres certidumbres y agregados que la teología ha acumulado y tendido sobre su superficie. La religión en esta forma es sencilla y, para muchos hombres modernos, suficiente. La teocracia espiritual de la Edad Media retrocede decididamente, y en cuanto a la inmortalidad personal, que es la segunda gran razón del atractivo de la religión, muchos hombres de hoy se muestran contentos de no ser más que muertos cuando mueran.

Nuestra preocupación por la inmortalidad tiene algo de patológico. Es comprensible que el hombre desee la inmortalidad, pero si no fuese por la influencia de la religión cristiana no habría asumido jamás una proporción tan exageradamente grande de nuestra atención. En lugar de ser una bella reflexión, una noble fantasía, yacente en el reino poético entre la ficción y la realidad, se ha convertido en una cuestión sumamente seria y, en el caso de los monjes, la idea de la muerte, o de la vida después de ella, ha pasado a ser la principal ocupación de esta vida. En rigor de verdad, casi todas las personas que ya han pasado de los cincuenta años, sean paganos o cristianos, no temen a la muerte, razón por la cual no se les puede asustar con el Cielo y el Infierno, y piensan menos en ello. Muy a menudo les oímos charlar animadamente acerca de sus epitafios y sus futuras tumbas, y los méritos de la cremación. No me refiero con esto solamente a quienes están seguros de ir al cíelo, sino también a muchos que asumen el criterio realista de que, cuando mueran, la vida se extinguirá como la llama de una vela. Muchas de las mejores mentes de nuestros días han expresado que no creen en la inmortalidad personal, y no se preocupan mucho -H. G. Wells, Albert Einstein, Sir Arthur Keith, y muchos otros-, pero no creo que se necesite tener una mente de primera categoría para vencer este temor a la muerte.

Mucha gente ha reemplazado esta inmortalidad personal por inmortalidad de otra especie, mucho más convincente: la inmortalidad de la raza, y la inmortalidad de la labor y de la influencia. Es suficiente que, cuando lleguemos a la muerte, la obra que dejemos siga influyendo en otros y desempeñe un papel, por pequeño que sea, en la vida de la comunidad en que hemos vivido. Podemos arrancar la flor y arrojar sus pétalos al suelo: su sutil fragancia sigue en el aire. Es una especie de inmortalidad mejor, más razonable y menos egoísta. En este sentido, tan real, podemos decir que Louis Pasteur, Luther Burbank y Thomas Edison viven todavía entre nosotros. ¡Qué importa que sus cuerpos hayan muerto, por cuanto el "cuerpo" no es nada más que una generalización abstracta que se refiere a una combinación constantemente variable de constituyentes químicos! El hombre co nnenza a ver su vida como una gota en un río que fluye siempre, y se alegra de contribuir con su parte a esa gran comente de la vida. Si fuera tan sólo un poco menos egoísta estaría muy contento con eso.

II. POR QUÉ SOY PAGANO

La religión es siempre una cosa individual, personal. Toda persona debe formarse sus propios puntos de vista sobre la religión, y si es sincero. Dios no le culpará, cualquiera sea el resultado. La experiencia religiosa de cada hombre es válida para él, porque, como he dicho, no es algo sobre lo cual se puede discutir. Pero la narración de la lucha de un alma honesta con los problemas religiosos, relatada en forma sincera, será siempre de beneficio para los demás. Por eso, al hablar de religión, debo apartarme de generalidades y narrar mi relato personal.

Soy pagano. Esta declaración puede ser tomada como implícita de una revuelta contra el cristianismo; pero "revuelta" parece una palabra cruda y no describe exactamente el estado de ánimo de un hombre que por una evolución muy gradual, paso a paso, se ha alejado del cristianismo, una evolución durante la cual se aferró desesperadamente, con amor y con piedad, a una serie de dogmas que, contra su voluntad, se iban alejando de él. Por lo tanto, es imposible hablar de rebelión, porque jamás hubo odio.

Como nací en la familia de un pastor protestante y se me preparó en un tiempo para el ministerio cristiano, mis emociones naturales estuvieron de parte de la religión durante toda la lucha, y no contra ella. En este conflicto de emociones y comprensión llegué gradualmente a una posición, por ejemplo, en que había renunciado decididamente a la doctrina de la redención, una posición que no podía ser calificada sencillamente de paganismo. Era, y es todavía, una condición de creencia con respecto a la vida y el universo en la que me siento natural y cómodo, sin tener que estar en guerra conmigo mismo. El proceso fue tan natural como el destete de un niño o la caída de una manzana madura a tierra; y cuando llegó el momento de que cayera la manzana, no quise inmiscuirme en la caída. En fraseología taoísta, esto no es más que vivir en el Tao, y en la fraseología occidental no es más que ser sincero consigo mismo y con el universo, según las luces que uno tiene. Creo que nadie puede ser natural y feliz, a menos que sea intelectualmente sincero consigo mismo, y ser natural es estar en el cielo. Para mí, ser pagano es ser natural.

"Ser pagano" no es más que una frase, como "ser cristiano". No es más que una afirmación negativa, porque para el común de los lectores ser pagano significa solamente no ser cristiano; y como "ser cristiano" es un término muy amplio y ambiguo, el significado de "no ser cristiano" está igualmente mal definido. Peor es definir a un pagano como una persona que no cree en la religión ni en Dios, porque tendríamos que definir todavía qué áe quiere decir con los términos "Dios" o "una actitud religiosa hacia la vida". Los grandes paganos han tenido siempre una actitud profundamente reverente hacia la naturaleza. Por lo tanto, tendremos que tomar la palabra en un sentido convencional y significar sencillamente un hombre que no va a la iglesia (salvo para una inspiración estética, de la que soy capaz todavía), no pertenece al rebano cristiano y no acepta sus dogmas usuales, ortodoxos.

Del lado positivo, un pagano chino, la única especie de que puedo hablar con algún sentimiento de intimidad, es el que empieza esta vida terrena pensando que ella es todo lo que puede o debe preocuparnos, desea vivir de firme y con felicidad tanto como dure la vida, tiene a menudo una punzante tristeza por esta vida y la afronta alegremente, tiene aguda apreciación de lo bello y de lo bueno en la vida humana cada vez que lo encuentra, y considera que hacer el bien lleva en sí su recompensa más satisfactoria. Admito, sin embargo, que alienta una leve piedad o desdén por el hombre "religioso" que hace el bien para llegar al cielo y el que, por inferencia, no lo haría si no tuviera el reclamo del cielo o la amenaza del infierno. Si esta afirmación es exacta, creo que en este país hay muchos más paganos, más que los que ellos mismos creen. El cristiano liberal moderno y el pagano están en verdad muy cerca uno de otro, y sólo difieren cuando empiezan a hablar de Dios.

Creo conocer las profundidades de la experiencia religiosa, porque creo que se puede tener esa experiencia sin ser un gran teólogo como el cardenal Newman; de lo contrario, el cristianismo no valdría la pena, o debe haber sido terriblemente mal interpretado ya. Tal como lo veo al presente, la diferencia en la vida espiritual entre un creyente cristiano y un pagano es sencillamente ésta: el creyente cristiano vive en un mundo gobernado y vigilado por Dios, con quien tiene una constante relación personal, y, por lo tanto, en un mundo presidido por un padre bondadoso; su conducta se eleva también a menudo hasta un nivel consonante con esta conciencia de ser hijo de Dios, un nivel, sin duda, difícil de mantener constantemente en todos los períodos de la vida de un mortal, o aun de la semana, o aun del día; su vida real varía entre la vida en el nivel humano y el religioso.

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