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En la última crisis constitucional de Inglaterra, que llevó eventualmente a la abdicación del rey, vemos más claramente esto que se llama carácter de un pueblo en acción, revelado por sus aprobaciones y desaprobaciones, su marea de emociones cambiantes, en un conflicto entre muchos motivos de presunta validez. Estos motivos eran la lealtad personal a un príncipe popular, el prejuicio contra una divorciada por parte de la Iglesia Anglicana, el concepto tradicional de un rey que tiene el inglés, la cuestión de si un asunto privado del rey era o podía ser un asunto privado, y si el rey debía ser algo más que un títere o si debía tener simpatías claras por el laborismo. Un poco más de cualquiera de estos sentimientos en conflicto podría haber dado una solución diferente a la crisis.

Y a través de la historia de nuestros días, que Zinoviev, Kamenev y Piatakoff hayan sido ejecutados y Radek apresado, que sean o no amplios los complots "contrarrevolucionarios" y las rebeliones contra el régimen de Stalin, que las iglesias Católica y Protestante de Alemania puedan o no mantener su integridad en la resistencia contra el régimen nazi (es decir, cuánta resistencia humana hay en Alemania), que Inglaterra se haga laborista de verdad, y que el Partido Comunista Norteamericano crezca o disminuya en favor público; todas son cosas que eventualmente se hallan determinadas por las ideas, sentimientos y carácter de los miembros individuales de los Estados del caso. En todo este movedizo panorama de la historia humana sólo veo cambios determinados por la elección díscola, incalculable e impredíctible, propia del hombre.

En ese sentido, el confucianismo conectó la cuestión de la paz mundial con el cultivo de nuestras vidas personales. La primerísima lección que, según han decidido los estudiosos confucianistas desde la dinastía Sung, deben aprender los niños en la escuela, contiene este pasaje:

El pueblo antiguo que deseaba tener una clara armonía moral en el mundo, ordenaba primero su vida nacional; los que deseaban ordenar su vida nacional regulaban primero su vida familiar; los que deseaban regular su vida familiar cultivaban primero sus vidas personales; los que deseaban cultivar sus vidas personales enderezaban primero sus corazones; quienes deseaban enderezar sus corazones hacían primero sinceras sus voluntades; los que deseaban hacer sinceras sus voluntades llegaban primero a la comprensión; la comprensión proviene de la exploración del conocimiento de las cosas. Cuando se gana el conocimiento de las cosas se logra la comprensión; cuando se gana la comprensión, la voluntad es sincera; cuando la voluntad es sincera, el corazón Be endereza; cuando el corazón se endereza, se cultiva la vida personal; cuando la vida personal se cultiva, se regula la vida familiar; cuando se regula la vida familiar, la vida nacional es ordenada, y cuando la vida nacional es ordenada, el mundo está en paz. Desde el Emperador hasta el hombre común, el cultivo de la vida personal es el cimiento para todo. Es imposible que cuando los cimientos no están en orden se halle en orden la superestructura. Jamás ha habido un árbol de tronco delgado cuyas ramas superiores sean pesadas y fuertes. Hay una causa y una secuencia en las cosas, y un comienzo y un fin en los asuntos humanos. Conocer el orden de precedencia es tener el comienzo de la sabiduría.

CAPITULO V. ¿QUIEN PUEDE GOZAR MEJOR DE LA VIDA?

I. ENCUÉNTRATE: TSCHUANGTSE

En la vida moderna, un filósofo es quizá la persona más agasajada y menos notada del mundo, si es que existe tal persona. "Filósofo" ha pasado a ser solamente un término de cumplimentación social. Todo aquel que sea abstruso e ininteligible es llamado "un filósofo". Todo el que no se interese por el presente es llamado también "un filósofo". Y hay, sin embargo, algún significado en la última acepción. Cuando Shakespeare hizo que Touchstone dijera en As You Like It: "¿Tienes alguna filosofía en ti, pastor?", lo decía en la segunda acepción. En este sentido, la filosofía es sólo una común, una improvisada perspectiva sobre las cosas o sobre la vida en general, y cada persona la tiene en mayor o menor grado. Todo el que se niegue a tomar el panorama de la realidad según su valor superficial, o se niegue a creer cada palabra que aparece en el diario, es más o menos un filósofo. Es el tipo que se resiste a que le engañen.

Hay siempre un sabor de desencanto en la filosofía. El filósofo mira a la vida como un artista mira a un panorama: a través de un velo o una niebla. Los detalles crudos de la realidad se suavizan un poco para permitirnos ver su significado. Al menos, eso es lo que piensan un artista chino o un filósofo chino. El filósofo es, por lo tanto, lo directamente contrario al realista completo que, muy ocupado en sus negocios diarios, cree que sus triunfos y fracasos, sus pérdidas y ganancias, son absolutos y reales. Nada se puede hacer con una persona así, porque ni siquiera duda, y en él no hay nada con qué empezar. Confucio dijo: "Si una persona no se dice: «¿Qué hacer, qué hacer?», por cierto que no sé qué hacer con una persona así…" Uno de los pocos aticismos conscientes que he encontrado en Confucio.

Espero presentar en este capítulo algunas opiniones de filósofos chinos sobre un plan de vida. Cuanto más difieren estos filósofos, tanto más concuerdan: el hombre debe_sersabio y no temer una vida feliz. El criterio menciano, más positivo, y el criterio laotseano, más bribonamente pacifista, se funden en la filosofía de la Mitad-y-Mitad, que yo podría describir como la religión del común de los chinos. El conflicto entre acción e inacción termina en una transigencia, o en el contento con un cielo en la tierra muy imperfecto. Esto da cauce a una sabia y alegre filosofía de la vida, tipificada eventualmente en la vida de T'ao Yüanming, a mi juicio el más grande poeta y la más armoniosa personalidad de China.

El único problema que todos los filósofos chinos presumen, inconscientemente, que tiene alguna importancia es: ¿cómo gozaremos de la vida, y quién puede gozar mejor de la vida? Nada de perfeccionismo, nada de brega por lo inasequible, nada de postular lo incognoscible; nada de eso, sino tomarla pobre, la mortal naturaleza humana tal como es, y de ¿cómo organizáremos nuestra vida para poder trabajar pacíficamente, soportar noblemente y vivir con felicidad?

¿Quiénes somos? Esta es Ia primera pregunta. Es una pregunta casi imposible de responder. Pero todos convenimos en que el yo atareado que se ocupa en las diarias actividades no es del todo el yo real. Estamos muy seguros de que hemos perdido algo en la pura búsqueda de un sustento. Cuando vemos a una persona que corre buscando algo en un campo, el hombre sabio puede plantear un rompecabezas para que lo resuelvan todos los espectadores: ¿qué ha perdido esa persona? Alguien cree que es un reloj; otro cree que es un broche de diamantes; y otros aventurarán respuestas distintas. Después de fracasadas todas estas respuestas, el hombre sabio, que en verdad no sabe qué busca la persona en el campo, dice a los espectadores: "Les diré. Ha perdido el aliento." Y nadie puede negar que tiene razón. Así olvidamos a menudo nuestro verdadero yo en la búsqueda del sustento, como un pájaro que olvida su propio peligro cuando caza a un insecto, que a su vez olvida su peligro por cazar otra presa, como se ha expresado tan bellamente en una parábola de Tschuangtsé:

Cuando Tschuangtsé ambulaba por el parque de Tiao-ling, vio un extraño pájaro que venía del sur. Las alas tenían siete pies de ancho. Los ojos, una pulgada de circunferencia. Y voló cerca de la cabeza de Tschuangtsé para posarse en un bosquecillo de castaños.

– ¿Qué especie de pájaro es éste? -gritó Tschuangtsé-. Con alas poderosas, no se aleja volando. Con ojos grandes, no me ve.

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