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Es, desgraciadamente, cierto que este asunto de la pasión, o aun mejor, del sentimiento, es algo nato en nosotros, y que tal como no podemos escoger a nuestros padres, nacemos con una naturaleza dada, cálida o fría. Por otra parte, ningún niño nace con un corazón realmente frío, sino sólo en la proporción en que perdemos el íntimo calor en nosotros. En algún momento de nuestra vida adulta, nuestra naturaleza sentimental es matada, estrangulada, congelada y atrofiada por un ambiente ingrato, sobre todo por nuestra propia culpa, al no cuidar mantenerla viva, o porque no podemos mantenernos fuera de ese ambiente. En el proceso de aprender la "experiencia mundana", hacemos más de una violencia a nuestra naturaleza original, pues aprendemos a endurecernos, a ser artificiales y a menudo a ser fríos de corazón y crueles, de modo que a medida que uno se envanece de ganar cada vez más experiencia del mundo, sus nervios se hacen más y más sensitivos y entumecidos, especialmente en el mundo de la política y del comercio. Como resultado, vemos al gran "buscavidas", que empuja su persona hasta llevarla a la cumbre y hace a un lado a todos los demás; vemos al hombre de férrea voluntad y firme determinación, en cuyo pecho mueren las últimas ascuas del sentimiento, al que llama estúpido idealismo o sentimentalismo. Esta clase de personas es la que está por debajo de mi desprecio. El mundo tiene demasiada gente de corazón frío. Si la esterilización de los ineptos ha de cumplirse como política estadual, debería comenzar con la esterilización de los moralmente insensibles, los artísticamente estancados, los duros de corazón, los que triunfan sin misericordia, los fríamente determinados y todos aquellos que han perdido el sentido de la alegría en la vida, y no con los dementes y las víctimas de la tuberculosis. Porque me parece que mientras un hombre con pasión y sentimiento puede hacer muchas cosas tontas y precipitadas, un hombre sin pasión o sentimiento es una burla y una caricatura. Comparado con Safo, de Daudet, es una lombriz, una máquina, un autómata, una mancha en esta tierra. Más de una prostituta vive una vida más noble que un comerciante que triunfa. ¿Qué tiene que Safo pecara? Pues aunque pecó, también amó, y a quienes mucho aman mucho se perdonará. De todos modos, salió Safo de un ambiente igualmente áspero, de negocios, con más corazón de niño que muchos de nuestros millonarios. El culto de María Magdalena está bien. Es inevitable que la pasión y el sentimiento nos conduzcan a errores por los cuales se nos castiga debidamente, pero hay más de una madre indulgente que por su indulgencia deja a menudo que su amor prive sobre su mejor juicio y que, sin embargo, estamos seguros, en su ancianidad ha sentido que tuvo con su familia una vida más feliz que muchas almas austeras y rigurosas. Un amigo me relataba el caso de una señora de setenta y ocho años que en cierta oportunidad le dijo: "Cuando miro a estos setenta y ocho años míos, me siento feliz todavía al pensar en cuando pequé; pero cuando pienso que fui estúpida, no puedo perdonarme ni aun ahora."

Pero la vida es áspera, y un hombre con un carácter cálido, generoso y sentimental puede ser engañado fácilmente por sus semejantes más hábiles. Los de naturaleza generosa yerran a menudo por su generosidad, por considerar demasiado generosamente a sus enemigos y por tener fe en sus amigos. A veces, el hombre generoso vuelve desilusionado a su casa, para escribir un poema lleno de amargura. Este es el caso de más de un poeta y estudioso en China, como, por ejemplo, el gran bebedor de té Chang Tai, que dio generosamente su fortuna, fue traicionado por sus más íntimos amigos y parientes, y fijó en doce poemas los versos más amargos, quizá, que he leído jamás. Pero tengo la sospecha de que siguió siendo generoso hasta el fin de sus días, aun cuando estaba muy pobre ya, pues varías veces se encontró al borde del hambre, y no dudo que esos amargos sentimientos se desvanecieron como una nube, y que siguió siendo muy feliz.

No obstante, esta cálida generosidad del alma tiene que ser protegida contra la vida por una filosofía, porque la vida es dura, el calor del alma no basta, y la pasión debe sumarse a la sabiduría y a la valentía. Para mí, sabiduría y valentía son la misma cosa, porque la valentía nace de una comprensión de la vida; el que comprende completamente la vida es siempre valiente. De todos modos, no vale la pena tener ese tipo de sabiduría que no nos da valentía. La sabiduría conduce a la valentía al ejercer un veto contra nuestras tontas ambiciones y emanciparnos del embeleco de moda en el mundo, ya sea un embeleco de pensamiento o un embeleco de la vida.

Hay una gran cantidad de embelecos en esta vida, pero la multitud de embelecos pequeños ha sido clasificada por los budistas chinos bajo dos grandes embelecos: fama y riqueza. Hay un cuento de que el Emperador Ch'ienlung subió cierta vez a una colina que dominaba el mar, durante su viaje al Sur de China, y vio una gran cantidad de buques a vela que surcaba presurosamente el Mar de China. Preguntó a su ministro qué hacían las gentes en esos centenares de barcos, y su ministro respondió que veía sólo dos barcos, y que se llamaban "Fama" y "Riqueza". Muchas personas cultas han podido escapar al reclamo de la riqueza, pero sólo los muy grandes han podido escapar al reclamo de la fama. Una vez un monje hablaba con su discípulo de estas dos fuentes de preocupaciones mundanas, y dijo: "Es más fácil librarse del deseo de dinero que librarse del deseo de fama. Hasta los estudiosos y los monjes retirados quieren distinguirse y ser bien conocidos entre los suyos. Quieren pronunciar discursos públicos ante grandes auditorios y no retirarse a un pequeño monasterio para hablar a un solo discípulo, como estamos tú y yo ahora." El discípulo respondió: "Por cierto. Maestro, usted es el único hombre en el mundo que ha vencido el deseo de la fama." Y el maestro sonrió.

Según mis observaciones de la vida, esta clasificación budista de los embelecos de la vida no es completa, y los grandes embelecos de la vida son tres, en lugar de dos: Fama, Riqueza y Poder. Hay una conveniente expresión norteamericana que combina estos tres embelecos en Un Gran Embeleco: Success, o buen éxito. Pero muchos hombres sabios advierten que los deseos de buen éxito, fama y riqueza son nombres eufemísticos de los temores de fracaso, pobreza y oscuridad, y que estos temores dominan nuestras vidas. Hay muchas personas que ya han logrado la fama y la riqueza, pero todavía insisten en regir a los demás. Son las personas que han consagrado sus vidas al servicio de la patria. El precio es a menudo muy alto. Pedid a un hombre sabio que agite su sombrero de copa a una muchedumbre y pronuncie siete discursos por día, y dadle una presidencia, y se negará a servir a la patria. James Bryce opina que es tal el sistema de gobierno democrático en los Estados Unidos, que es difícil que atraiga a la política a los hombres mejores del país. Creo que la fatiga de una campaña presidencial, por sí sola, es bastante para atemorizar a todas las almas sabias de los Estados Unidos. Un cargo público exige a menudo que quien lo desempeña asista a seis comidas por semana, en nombre de la consagración de su vida al servicio de la humanidad. ¿Por qué no se consagra a una sencilla comida en casa y a su cama y su pijama? Bajo el hechizo de ese embeleco de la fama o el poder, el hombre es pronto la presa de otros embelecos incidentales. Esto no tendrá fin. Pronto comenzará a querer reformar la sociedad, elevar la moral de los otros, defender la iglesia, terminar con los vicios, preparar programas para que los demás los cumplan, respaldar programas que otros han preparado, leer ante una convención un informe estadístico de lo que para él han hecho otros bajo su administración, sentarse en comisiones que examinan los planos de una exposición, hasta inaugurar un asilo para dementes (¡qué desparpajo!): en general, inmiscuirse en las vidas de los demás. Pronto olvida que esta gratuita asunción de responsabilidades, estos problemas de reformar a la gente y de hacer esto e impedir que los rivales hagan aquello, jamás existieron para él, acaso nunca habían entrado en su mente. ¡Cuan completamente desaparecen de la mente de un candidato presidencial derrotado, aun dos semanas después de la elección, los grandes problemas del trabajo, la desocupación y los aranceles! ¿Quién es él para querer reformar a otras personas y elevar su moral y enviar a otros a un asilo de dementes? Pero esos embelecos primarios y secundarios le mantienen feliz y atareado, si triunfa, y le dan la ilusión de que en verdad está haciendo algo y que es, por lo tanto, "alguien".

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