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Creo que el misterio del origen del pudor sexual en el hombre, totalmente ausente en los animales, se debe también a esta postura erguida. Porque con esta nueva postura, que la Madre Naturaleza nunca intentó, probablemente, en su plan de las cosas, ciertas partes posteriores del cuerpo pasaron de golpe a ocupar el centro del cuerpo, y lo que estaba por naturaleza detrás pasó adelante. Aliados a esta terrible situación nueva hubo otros ajustes defectuosos, que afectaron principalmente a las mujeres y causan todavía frecuentes abortos y perturbaciones menstruales. Anatómicamente, nuestros músculos fueron hechos y se desarrollaron para la posición del cuadrúpedo. La hembra del cerdo, por ejemplo, lleva su lechada de embriones lógicamente suspendida de la espina dorsal, que está horizontal, como la ropa tendida a secar de una cuerda, con el peso debidamente distribuido. Exigir a la madre humana embarazada que esté erguida de píe, es poner verticalmente la cuerda del lavado y esperar que las ropas conserven su posición. Nuestros músculos peritoneales están mal formados para ello: si hubiéramos sido bípedos originalmente, esos músculos estarían lindamente sujetos al hombro, y todo esto sería un trabajo más agradable. Todo el que tenga un conocimiento de la anatomía de la matriz y los ovarios humanos se sorprende de que conserven su posición y sigan funcionando, y de que no haya más dislocaciones y perturbaciones menstruales. Todo el misterio de la menstruación no ha sido explicado satisfactoriamente todavía, pero estoy muy seguro de que, aun admitiendo que es necesaria una renovación periódica de los óvulos, debemos reconocer que la función se cumple en forma muy poco eficiente, innecesariamente larga e injustificablemente dolorosa, y no dudo de que esta ineficiencia se debe a la posición bípeda.

Esto, pues, condujo a la sujeción de las mujeres y probablemente también al desarrollo de la sociedad humana con sus actuales características. No creo que si la madre humana hubiese podido caminar en cuatro patas habría quedado sujeta por su marido. Dos fuerzas entraron en juego simultáneamente. Por una parte, los hombres y las mujeres ya eran por aquel entonces criaturas ociosas, curiosas y juguetonas. El instinto amoroso desarrolló nuevas expresiones. El beso no era todavía del todo placentero, o del todo feliz, como podemos verlo entre dos chimpancés que se besan con mandíbulas duras, tiesas, sobresalientes. Pero la mano logró movimientos nuevos, más sensitivos y más suaves: los movimientos de acariciar, palmear, pellizcar y abrazar, todos ellos como resultado secundario de la caza de piojos en el cuerpo del otro compañero. No me cabe duda de que la poesía lírica no se habría producido si nuestros peludos antepasados humanos no hubiesen tenido piojos en el cuerpo. Esto, pues, debe haber contribuido considerablemente a desarrollar el instinto amoroso.

Por otra parte, la madre humana, bípeda y embarazada, quedaba sometida o un estado de penoso desamparo durante un período considerablemente más largo. Durante el anterior período de ajuste imperfecto a la postura erguida, puedo presumir que era aun más difícil para la madre embarazada llevar su carga y andar por ahí, especialmente antes de que las piernas y los talones se modificaran debidamente, y que la pelvis se proyectara debidamente hacia atrás para contrabalancear la carga del frente. En los primeros tiempos, la postura bípeda era tan incómoda que más de una madre del pleistoceno debe haberse puesto vergonzosamente en cuatro patas, cuando nadie miraba, para aliviar el dolor de su espina dorsal. Pues con estos inconvenientes y otras perturbaciones de la mujer, la madre humana empezó a emplear tácticas distintas y a jugar por el amor, perdiendo así algo de su espíritu de independencia. ¡Buen Dios, sí que necesitaba que la palmearan y acariciaran durante esos períodos de embarazo! La postura erguida prolongó, además, el período de la infancia, porque hizo difícil que aprendiera a caminar la cría humana. En tanto que las crías del elefante o de la vaca pueden trotar prácticamente apenas nacen, la cría humana necesitó dos o tres años para aprender a hacerlo, y ¿quién era la persona que debía cuidarlo, sino la madre? ( [11])

El hombre inició un sendero completamente nuevo de progreso. La sociedad humana se desarrollo por el solo hecho de que el sexo, en el más amplio sentido de la palabra, empezó a dar color a la diaria vida humana. La hembra humana era más consciente y constantemente hembra que una hembra animal: la negra más que la tigre, la condesa más que la leona. La especialización entre hombres y mujeres en el sentido civilizado empezó a desarrollarse, y la hembra, en lugar del macho tradicional, comenzó a adornarse, probablemente por el simple sistema de quitarse cabello de la cara y del pecho. Todo era cuestión de tácticas de supervivencia. Vemos claramente esas tácticas en los animales. El tigre ataca, la tortuga se esconde, y el caballo huye: todos para sobrevivir. El amor o la belleza y la dulce astucia de la feminidad tuvo entonces un valor de supervivencia. El hombre tenía probablemente un brazo más fuerte, y de nada servía pelear con él; por lo tanto, ¿por qué no sobornarlo, y halagarlo, y comprenderlo? Este es el carácter mismo de nuestra civilización, aun hoy. En lugar de aprender a rechazar y atacar, la mujer aprendió a atraer, y en lugar de tratar de alcanzar su meta por la fuerza, trató en lo que pudo de alcanzarla por medios más suaves. Al fin y al cabo, la suavidad es civilización. Creo, pues, que la civilización humana comenzó con la mujer más que con el hombre.

Y tampoco puedo dejar de pensar que la mujer desempeñó un papel más importante en el desarrollo del parloteo, que hoy llamamos lenguaje. El instinto del parloteo es tan profundo en las mujeres que creo firmemente que deben haber contribuido a crear el lenguaje humano en modo más importante que los hombres. Los primeros hombres, imagino, eran criaturas muy malhumoradas y silenciosas. Supongo que el lenguaje humano comenzó cuando los primeros antropoides machos estaban de caza lejos de sus moradas en las cavernas, y dos vecinas discutían ante sus cuevas si Fulano era mejor tipo que Mengano o Mengano era mejor que Fulano, y cómo Mengano se mostró horriblemente amoroso anoche, y cuan fácil es ofenderlo. En una forma así debe haber comenzado el lenguaje humano. No puede ser de otro modo. Es claro que la facultad de tomar la comida con las manos, al librar así a la mandíbula de su doble deber original de tomar y comer los alimentos, hizo posible que la mandíbula retrocediera gradualmente y disminuyera de tamaño, y esto también ayudó al desarrollo del lenguaje humano.

Pero, como he sugerido, la consecuencia más importante de esta nueva postura fue la emancipación de las manos que empezaron a volver las cosas y examinarlas por todos lados, como se simboliza en el pasatiempo de la caza de piojos por los monos. De esta caza de piojos tuvo su partida el desarrollo del espíritu de libre indagación en el conocimiento. El progreso humano consiste todavía hoy, muy principalmente, en la caza de una u otra forma de piojos que molestan a la sociedad humana. Se ha desarrollado un instinto de curiosidad que obliga a la mente humana a explorar libre y juguetonamente toda clase de temas y de males sociales. Esta actividad mental no tiene nada que ver con la búsqueda de comida; es un ejercicio del espíritu humano puro y simple.

Los monos no cazan piojos para comerlos, sino por cazarlos. Y esta es la característica de todo el aprendizaje humano valedero, de todo su estudio, un interés en las cosas por sí mismas, y un deseo juguetón, ocioso, de conocerlas según son, y no porque ese conocimiento nos ayude directa e inmediatamente a llenar el estómago. (Si aquí me contradigo como chino, soy feliz, como chino, por contradecirme.) Considero que esto es característicamente humano, y que contribuye mucho a la dignidad humana. El conocimiento, o el proceso de buscar conocimiento, es una forma de juego; así ocurre por cierto con todos los hombres de ciencia e inventores que algo valen y que en verdad logran resultados valederos. Los buenos médicos investigadores se interesan más por los microbios que por los seres humanos, y los astrónomos tratan de registrar los movimientos de una estrella distante centenares de millones de kilómetros de nosotros, aunque la estrella no puede tener en forma alguna un efecto directo sobre la vida humana de este planeta. Casi todos los animales, especialmente los jóvenes, tienen también el instinto del juego, pero sólo en el hombre la curiosidad juguetona se ha desarrollado en grado importante.

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[11] Este cuidado tuvo períodos cada vez más largos, de modo que mientras un niño salvaje de seis o siete años es prácticamente independiente, el niño civilizado necesita un cuarto de siglo para aprender a ganarse el sustento, y aun entonces tiene que volver a aprender desde el principio.

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