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– Use su cerebro, como dicen en las traducciones de novelas policiales.

– Paula, se puede ser liberal, eso puedo comprenderlo de sobra, pero que usted y Costa…

– ¿Por qué no? Mientras los cuerpos no contaminen las almas… Ahí está lo que lo preocupa, las almas. Las almas que a su vez contaminan los cuerpos y, como consecuencia, uno de los cuerpos se acuesta con el otro.

– ¿Usted no se acuesta con Costa?

– No, señor profesor, no me acuesto con Costa ni me acuesto con cuesta. Ahora yo contesto por usted: «No lo creo.» Vio, le ahorré tres palabras. Ah, Jamaica John, qué fatiga, qué ganas de decirle una mala palabra que tengo ya a la altura de las muelas del juicio. Pensar que usted aceptaría una situación así en la literatura… Raúl insiste en que tiendo a medir el mundo desde la literatura. ¿No sería mucho más inteligente si usted hiciera lo mismo? ¿Por qué es tan español, López archilópez de superlópez? ¿Por qué se deja manejar por los atavismos? Estoy leyendo en su pensamiento como las gitanas del Parque Retiro. Ahora baraja la hipótesis de que Raúl… bueno, digamos que una fatalidad natural lo prive de apreciar en mí lo que exaltaría a otros nombres. Está equivocado, no es eso en absoluto.

– No he pensado tal cosa -dijo López, un poco avergonzado-. Pero reconozca que a usted misma le tiene que parecer raro que…

– No, porque soy amiga de Raúl desde hace diez años. No tiene por qué parecerme raro.

López pidió otras dos cervezas. El barman les hizo notar que se acercaba la hora del almuerzo y que la cerveza les quitaría el apetito, pero las pidieron lo mismo. Suavemente, la mano de López se posó en la de Paula. Se miraron.

– Admito que no tengo ningún derecho para hacerme el censor. Vos… Sí, déjame que te tutee. Déjame, querés.

– Por supuesto. Te salvaste por poco de que yo empezara, cosa que también te habría deprimido porque hoy estás con los nueve puntos, como dice el chico da la sirvienta de casa.

– Querida -dijo López-. Muy querida.

Paula lo miró un momento, dudando.

– Es fácil pasar de la duda a la ternura, es casi un movimiento fatal. Lo he advertido muchas veces. Pero el péndulo vuelve a oscilar. Jamaica John, y ahora vas a dudar mucho más que antes porque te sentís más cerca de mí. Haces mal en ilusionarte, yo estoy lejos de todo. Tan lejos que me da asco.

– No, de mí no estás lejos.

– La física es ilusoria, querido mío, una cosa es que vea estés cerca de mí, y otra… Las cintas métricas se hacen pedazos cuando uno pretende medir cosas como éstas. Pero hace un rato… Sí, mejor te lo digo, es muy raro que yo tenga un momento de sinceridad o de honradez… ¿Por qué pones esa cara de escándalo? No vas a pretender conocerme en dos días mejor que yo en veinticinco años bien cumplidos. Hace un rato comprendí que sos un muchacho delicioso, pero sobre todo que sos más honrado de lo que yo había creído.

– ¿Cómo más honrado?

– Digamos, más sincero. Hasta ahora confesa que estabas haciendo la comedia de siempre. Se sube al barco, se estudia la situación reinante, se eligen las candidatas… Como en la literatura, aunque Raúl se divierta. Vos hiciste exactamente lo mismo, y si hubiera habido a bordo cinco o seis Paulas, en vez de lo que hay (vamos a dejar aparte a Claudia porque no es para vos, y no pongas esa cara de varón ofendido), a esta hora yo no tendría el honor de beber una cerveza bien helada con el señor profesor.

– Paula, todo eso que estás diciendo yo le llamo destino a secas. También vos podrías haberte encontrado a un montón de tipos a bordo, y a lo mejor a mí me tocaría mirarte desde lejos.

– Jamaica John, cada vez que oigo pronunciar la palabra destino siento ganas de sacar la pasta dentífrica. ¿Te fijaste que Jamaica John ya no queda tan lindo cuando te tuteo? Los piratas exigen un tratamiento más solemne, me parece. Claro que si te digo Carlos me voy a acordar de un perrito de tía Carmen Rosa. Charles… No, es de un snobismo horrendo. En fin, ya encontraremos, por el momento seguís siendo mi pirata predilecto. No, no voy a ir.

– ¿Quién dijo nada? -murmuró López, sobresaltado.

– Tes yeux, mon chéri. Tienen perfectamente dibujado el pasillo de abajo, una puerta, y el número uno en la puerta. Admito por mi parte que he tomado buena nota del número de tu cabina.

– Paula, por favor…

– Dame otro cigarrillo. Y no creas que has ganado mucho porque esté dispuesta a admitir que sos más honrado de lo que pensaba. Simplemente te aprecio, cosa que antes no ocurría. Creo que sos un gran tipo, y-que-el-cielo-me-juzgue si esto se lo he dicho a muchos antes que a vos. Por lo regular tengo de los hombres una idea perfectamente teratológica. Imprescindibles pero lamentables, como las toallas higiénicas o las pastillas Valda.

Hablaba haciendo muecas divertidas, como si quisiera quitarle todavía más peso a sus palabras.

– Creo que te equivocas -dijo López, hosco-. No soy un gran tipo como decís, pero tampoco me gusta tratar a una mujer como si fuera un programa.

– Pero soy un programa, Jamaica John.

– No.

– Sí, convéncete. Lo sabés con los ojos, aunque tu buena educación cristiana pretenda engañarte. Conmigo nadie se engaña, en el fondo; es una ventaja, créeme.

– ¿Por qué esa amargura?

– ¿Por qué esa invitación?

– Pero si no te he invitado o nada -porfió López furioso.

– Oh, sí, oh, sí, oh, sí.

– Me dan ganas de tirarte del pelo -dijo él con ternura-. Me dan ganas de mandarte al demonio.

– Sos muy bueno -dijo Paula, convencida-. Los dos, en realidad, somos formidables.

López se puso a reír, era más fuerte que él.

– Me gusta oírte hablar -dijo-. Me gusta que seas tan valiente. Sí, sos valiente, te expones todo el tiempo a que te entiendan mal, y eso es el colmo de la valentía. Empezando por lo de Raúl. No pienso insistir: le creo. Ya te lo dije antes, y te lo repito. Eso sí, no entiendo nada, a menos que… Anoche se me ocurrió…

Le habló de la cara de Raúl cuando volvían de su expedición, y Paula lo escuchó en silencio, reclinada en la banqueta) mirando cómo la ceniza crecía poco a poco entre sus dedos. La alternativa era tan sencilla: confiar en él o callarse. En el fondo a Raúl no le importaría gran cosa, pero se trataba de ella y no de Raúl. Confiar en Jamaica John o callarse. Decidió confiar. No habta vuelta que darle, era la mañana de las confidencias.

XXXVI

La noticia del desagradable altercado entre el profesor y el oficial corrió-como-un reguero de pólvora entre las señoras. Qué extraño en López, tan cortés y bien educado. Realmente a bordo se estaba creando una atmósfera muy antipática, y la Nelly, que volvía de una amable charla con su novio al abrigo de unos rollos de cuerda, se creyó en el caso de clamar que los hombres no hacían más que echar a perder las cosas buenas. Aunque Atilio se esforzó virilmente por defender la conducta de López, doña Pepa y doña Rosita lo arrollaron indignadas, la señora de Trejo se puso violenta de rabia, y Nora aprovechó la excitación general para volverse casi corriendo a la cabina, donde Lucio seguía penosamente una condensación de las experiencias de un misionero en Indonesia. No levantó la vista, pero ella se acercó al sillón y esperó. Lucio acabó por cerrar la revista con aire resignado.

– Ahí afuera ha habido un altercado muy desagradable -dijo Nora.

– ¿Qué me importa?

– Bajó un oficial y el señor López lo trató muy mal Lo amenazó con romper los vidrios a pedradas si no se arregla el asunto de la popa.

– Va a ser difícil que encuentre piedras -dijo Lucio.

– Dijo que iba a tirar un fierro.

– Lo meterán preso por loco. Me importa tres pitos.

– Claro, a mí tampoco -dijo Nora.

Empezó a cepillarse el pelo, y de cuando en cuando miraba a Lucio por el espejo. Lucio tiró la revista sobre su cama.

– Ya estoy harto. Maldito el día en que me saqué esa porquería de rifa. Pensar que otros se ganan un Chevrolet o un chalet en Mar de Ajó.

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