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– Pero si le creo -dijo López, que no le creía en absoluto-. ¿Qué tiene que ver?

Un gongo sonó afelpadamente en el pasillo, y repitió su llamado desde lo alto de la escalerilla.

– Si es así -dijo López livianamente-, ¿me acepta en su mesa?

– De pirata a pirata, con mucho gusto.

Se detuvieron al pie de la escalerilla de babor. Enérgico y eficiente, Atilio ayudaba al chófer a subir a don Galo que movía afablemente la cabeza. Los otros lo siguieron en silencio. Ya estaban arriba cuando López se acordó.

– Dígame: ¿usted ha visto a alguien en el puente de mando?

Paula se quedó mirándolo.

– Ahora que lo pienso, no. Claro que estar anclado frente a Quilmes no creo que requiera el ojo de águila de ningún argonauta.

– De acuerdo -convino López-, pero es raro de todos modosa ¿Qué hubiera pensado Senaquerib Edén?

XXIII

Hors d'oeuvres variés

Putage Impératrice

Poulet á l'estragon.

Salade tricolore

Fromages

Coupe Melba

Gateaux, petits fours

Fruits

Café, infusions

Liqueurs

En la mesa 1, la Beba Trejo se las arregla para quedar de frente al resto de los comensales, que en esa forma podrán apreciar su blusa nueva y su pulsera de topacios sintéticos,

la señora de Trejo considera que los vasos tallados son tan elegantes,

el señor Trejo consulta los bolsillos del chaleco para cerciorarse de que trajo el Promecol y la tableta de Alka Seltzer,

Felipe mira lúgubremente las mesas contiguas, donde se sentiría mucho más contento.

En la mesa 2, Raúl dice a… Paula que los cubiertos de pescado le recuerdan unos nuevos diseños italianos que ha visto en una revista,

Paula lo escucha distraída y opta por el atún en aceite y las aceitunas,

Carlos López se siente misteriosamente exaltado y su mediocre apetito crece con los camarones a la vinagreta y el apio con mayonesa.

En la mesa 3, Jorge describe un círculo con el dedo sobre la bandeja de hors d'oeuvres, y su orden ecuménica merece la sonriente aprobación de Claudia,

Persio lee atento la etiqueta del vino, observa su color y lo husmea largo rato antes de llenar su copa hasta el borde.

Medrano mira al maître, que mira servir al mozo, que mira su bandeja,

Claudia prepara pan con manteca para su hijo y piensa en la siesta que va a dormir, precedida de una novela de Bioy Casares.

En la mesa 4, la madre de la Nelly informa que a ella la sopa de verdura le repite, por lo cual prefiere un caldo con fideos finos,

Doña Pepa tiene la sensación de estar un poco mareada y eso que no se puede decir que el barco se mueva,

la Nelly mira a la Beba Trejo, a Claudia y a Paula, y piensa que la gente de posición siempre está vestida de una manera tan diferente,

el Pelusa se maravilla de que los panes sean tan pequeños y tan individuales, pero cuando parte uno se decepciona porque son pura costra y no tienen nada de miga.

En la mesa 5, el doctor Restelli llena las copas de sus contertulios y opina con galanura sobre los méritos del borgoña y el Cote du Rhône.

Don Galo chasquea los labios y recuerda al mozo que su chófer comerá en la cabina y que es hombre de rotundas apetencias,

Nora está afligida por tener que sentarse con los dos señores mayores, y se pregunta si Lucio no podrá arreglar algo con el maître para que los cambien,

Lucio deja que le llenen el plato de sardinas y atún, y es el primero en percibir una leve vibración en la mesa, seguida de la progresiva desaparición de la chimenea roja que cortaba en dos la circunferencia del ojo de buey.

La alegría fue general, Jorge saltó dé la silla para ir a ver la maniobra, y el optimismo del doctor Restelli se dibujó como un halo en torno a su sonriente fisonomía, sin que por eso cejara en la mueca de reservado escepticismo de don Galo. Sólo Medrano y López, que se habían consultado con una mirada, siguieron esperando la llegada del oficial. A una pregunta en voz baja de López, el maître alzó las manos con un gesto de desaliento y dijo que trataría de enviar a un camarero para que insistiera. ¿Cómo que trataría de enviar? Sí, porque hasta nueva orden las comunicaciones con la popa eran lerdas. ¿Y por qué? Al parecer, por cuestiones técnicas. ¿Era la primera vez que ocurría eso en el Malcolm? En cierto modo, sí. ¿Qué significaba exactamente «en cierto modo»? Era una manera de decir.

López aguantó con esfuerzo su porteño deseo de decirle: «Vea, amigo, vayase al carajo», y aceptó en cambio que le sirvieran una rebanada de hediondo y delicioso Robíola.

– Nada que hacerle -dijo a Medrano-. Esto vamos a tener que arreglarlo nosotros mismos, che.

– No sin antes café y coñac -dijo Medrano-. Reunámonos en mi cabina y avísele a Costa. -Se volvió a Persio que hablaba volublemente con Claudia-. ¿Cómo ve las cosas, amigo?

– Como verlas, no las veo -dijo Persio-. He tomado tanto soi que me siento luminoso por dentro. Estoy más para ser contemplado que para contemplar. Toda la mañana pensé en la editorial, en mi oficina, y por más que hice no logré concretarlas, realizarlas. ¿Cómo es posible que dieciséis años de trabajo diario se conviertan en un espejismo, nada más que porque el río me rodea y el sol me recalienta el cráneo? Habría que analizar muy cuidadosamente el lado metafísico de esta experiencia.

– Eso -dijo Claudia- se llama sencillamente vacaciones pagas.

La voz de Atilio Presutti se alzó sobre las demás para celebrar con entusiasmo la llegada de una copa Melba. En ese mismo instante la Beba Trejo rechazaba la suya con una mueca de elegante desdén que sólo ella sabía cuánto le costaba. Mirando a Paula, a la Nelly y a Claudia que saboreaban el helado, se sintió martirizadamente superior; pero su triunfo supremo era aplastar a Jorge, ese gusano de pantalón corto que la había tuteado de entrada y que tragaba el helado con un ojo fijo en la bandeja del mozo donde quedaban otras dos copas llenas.

La señora de Trejo se sobresaltó.

– ¡Cómo, nena! ¿No te gusta el helado?

– No, gracias -dijo la Beba, resistiendo la mirada omnisciente y divertida de su hermano.

– Pero qué tonta es esta chica -dijo la señora de Trejo-. Ya que no lo querés vos…

Colocaba la copa frente a su no pequeño busto, cuando la diestra mano del maître se la arrebató.

– Ya está un poco derretido, señora. Sírvase éste.

La señora se ruborizó violentamente para felicidad de sus hijos y esposo.

Sentado al borde de su cama, Medrano balanceó un pie siguiendo el casi imperceptible rolido. El aroma de la pipa de Raúl le recordaba las veladas en el Club de Residentes Extranjeros y las charlas con míster Scott, su profesor de inglés. Ahora que lo pensaba, se había ido de Buenos Aires sin avisar a los amigos del club. Tal vez Scott les diría, tal vez no, según el humor del momento. A esa hora ya Bettina habría telefoneado al club, con una voz cuidadosamente distraída. «Volverá a llamar mañana y preguntará por Willie o por Márquez Cey -pensó-. Los pobres no van a saber qué decirle, realmente se me ha ido la mano.» ¿Por qué, al fin y al cabo, mandarse mudar con tanto secreto, callándose lo del premio? Ya se le había ocurrido la noche anterior, antes de dormirse, que en su juego había gato y ratón, que la crueldad andaba de por medio. «Es casi más una venganza que un abandono -se dijo-. ¿Pero poi qué si es tan buena chica, a menos que sea justamente por eso?» También había pensado que en los últimos tiempos no veía más que los defectos de Bettina: era un síntoma demasiado común, demasiado vulgar. El club, por ejemplo, Bettina no quería entender. «Pero vos no sos un residente extranjero» (con un tono casi patriótico). «Con todos los clubs que hay en Buenos Aires, te metes en uno de gringos…» Era triste pensar que por frases así no la volvería a ver nunca más. En fin, en fin.

68
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