Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Ahora Persio una vez más va a pensar, sólo que contrariamente a la costumbre de todo desconcertado, no pensará en concertar lo que lo rodea, los faroles amarillos y blancos, los mástiles, las boyas, sino que pensará un desconcierto todavía más grande, abrirá en cruz los brazos del pensar y rechazará hasta profundamente dentro del río todo lo que se ahoga en formas dadas, en camarote pasillo escotilla cubierta derrota mañana crucero. No cree Persio que lo que está ocurriendo sea racionalizable: no lo quiere así. Siente la perfecta disponibilidad de las piezas de un puzzle fluvial, de la cara de Claudia o los zapatos de Atilio Presutti, del garcon de cabine que merodea (puede ser) por el corredor de su camarote. Una vez más siente Persio que en esa hora de iniciación lo que cada viajero llama mañana puede instaurarse sobre bases decididas esta noche. Su única ansiedad es lo magno de la elección posible: ¿guiarse por las estrellas, por el compás, por la cibernética, por la casualidad, por los principios de la lógica, por las razones oscuras, por las tablas del piso, por el estado de la vesícula biliar, por el sexo, por el carácter, por los palpitos, por la teología cristiana, por el Zend Avesta, por la jalea real, por una guía de ferrocarriles portugueses, por un soneto, por La Semana Financiera, por la forma del mentón de don Galo Porrino, por una bula, por la cabala, por la necromancia, por Bonjour Tristesse, o simplemente ajusfando la conducta marítima a las alentadoras instrucciones que contiene todo paquete de pastillas Valda?

Persio retrocede con horror ante el riesgo de forzar una realidad cualquiera, y su titubeo continuo es el del insecto cromófilo que recorre la superficie de un cuadro en actitud resueltamente anticamáleónica. El insecto atraído por el azul avanzará contorneando las partes centrales de la guitarra donde imperan los amarillos sucios y el verde oliva, se mantendrá en el borde, como si nadara al lado del barco, y al llegar a la altura 4el orificio central por el puente de estribor, encontrará la zona azul interrumpida por vastas superficies verdes. Su titubeo, su búsqueda de un puente hacia otra región azul, serán comparables a las vacilaciones de Persio, temeroso siempre de incurrir en secretas transgresiones. Envidia Persio a quienes sólo se plantean egocéntricamente la libertad como problema, pues para él la acción de abrir la puerta de la cabina se compone de su acción y de la puerta indisolublemente amalgamadas, en la medida en que su acción de abrir la puerta contiene una finalidad que puede ser equivocada y lesionar un eslabón de un orden que no alcanza a entender suficientemente. Para decirlo con más claridad, Persio es un insecto cromófilo y a la vez ciego, y la obligación o imperativo de recorrer solamente las zonas azules del cuadro se ven trabados por una permanente y abominable incertidumbre. Se deleita Persio en estas dudas que él llama arte o poesía, y cree de su deber considerar cada situación con la mayor latitud posible, no sólo como situación sino desde todos sus desdoblamientos imaginables, empezando por su formulación verbal en la que tiene una confianza probablemente ingenua, hasta sus proyecciones que él llama mágicas o dialécticas según ande de palpitos o de hígado.

Probablemente el blando hamacarse del Malcolm, y las fatigas del día acabarán venciendo a Persio, que se acostará encantado en la perfecta cama de madera de cedro y jugará a conocer y a probar los diversos artefactos mecánicos y eléctricos que contribuyen a la comodidad de los señores pasajeros Pero por el momento se le ha ocurrido una elección previa y de carácter un tanto experimental, apenas atisbada unos segundos antes cuando decidió plantearse el problema.,Vo hay duda de que Persio sacará de su portafolios lápices y papeles, una guía ferroviaria, y que pasará un buen rato trabajando con todo eso, olvidado del viaje y del barco precisamente porque se habrá propuesto dar un paso más hacia la apariencia y entrar en sus proemios de realidad posible o alcanzable, a la hora en que los otros a bordo habrán aceptado ya esa apariencia al calificarla y fijarla como extraordinaria y casi irreal, medidas del ser que bastan para darse de. narices y seguir convencido de que no ha sido otra cosa que un mero estornudo alérgico.

XIV

– Eksta vorbeden? You two married? Etes vous ensemble?

– Ensemble plutôt que mariés -dijo Raúl-. Tenez, voici nos passeports.

El oficial era un hombre de pequeña estatura y modales resbaladizos. Tildó los nombres de Paula y de Raúl e hizo una seña a un marinero de cara muy roja.

– Acompañará a ustedes a su cabina -dijo textualmente, y se inclinó antes de pasar al siguiente pasajero.

Mientras se alejaban tras del marinero, oyeron hablar al unísono a la familia Trejo. A Paula le gustó en seguida el olor del barco y la forma en que los pasillos ahogaban los sonidos. Resultaba difícil imaginar que a pocos metros de ahí estaba el sucio muelle, que el inspector y los policías aún no se habrían marchado.

– Y más allá empieza Buenos Aires -dijo-. ¿No parece increíble?

– Incluso parece increíble que digas «empieza». Muy rápido te has situado en tu nueva circunstancia. Para mí el puerto fue siempre donde la ciudad se acaba. Y ahora más que nunca, como cada vez que me he embarcado y ya van algunas.

– Empieza -repitió Paula-. Las cosas no acaban tan fácilmente. Me. encanta este olor a desinfectante a la lavanda, a matamoscas, a nube mortífera contra las polillas. De chica me gustaba meter la cara en el armario de tía Carmela; todo era negro y misterioso, y olía un poco así.

– This way, please -dijo el marinero.

Abrió una cabina y les entregó una llave luego de encender las luces. Se fue antes de que pudieran ofrecerle una propina o darle las gracias.

– Qué bonito, pero qué bonito -dijo Paula-. Y qué alegre.

– Ahora sí parece increíble que ahí al lado estén los galpones del puerto -dijo Raúl, contando las valijas apiladas sobre la alfombra. No faltaba nada, y se dedicaron a colgar ropa y distribuir toda clase de cosas, algunas bastante insólitas. Paula se apropió de la cama del fondo, debajo del ojo de buey. Recostándose con un suspiro de contento, miró a Raúl que encendía la pipa mientras continuaba distribuyendo cepillos de dientes, pasta dentífrica, libros y latas de tabaco. Sería curioso verlo acostarse a Raúl en la otra cama. Por primera vez dormirían los dos en una misma habitación después de haber convivido en miles de salas, salones, calles, cafés, trenes, autos, playas y bosques. Por primera vez lo vería en piyama (ya estaba prolijamente colocado sobre la cama). Le pidió un cigarrillo y él se lo encendió, sentándose a su lado y mirándola con aire entre divertido y escéptico.

– Pas mal, hein? -dijo Raúl.

– Pas mal du tout, mon choux -dijo Paula.

– Estás muv bonita, así relajada.

– Que te recontra -dijo Paula, y spltaron la carcajada.

– ¿Si diéramos una vuelta exploratoria? -dijo Raul.

– Hm. Me gusta más quedarme aquí. Si subimos al puente veremos las luces de Buenos Aires como en la cinta de Gardel.

– ¿Qué tenes contra las luces de Buenos Aires? -dijo Raúl-. Yo subo.

– Bueno. Yo sigo arreglando este florido burdel, porque lo que vos llamas arreglar… Qué bonita cabina, nunca pensé que nos iban a dar semejante hermosura.

– Sí, por suerte no se parece a la primera de los barcos italianos. La ventaja de este carguero es que tiende a la austeridad. El roble y el fresno reflejan siempre una tendencia protestante.

– No está probado que sea un barco protestante, aunque en realidad debes tener razón. Me gusta el olor de tu pipa.

– Tené cuidado -dijo Raúl.

– ¿Por qué cuidado?

– No sé, el olor de la pipa, supongo.

– ¿El joven habla en enigmas, si se puede saber?

13
{"b":"125397","o":1}