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«Deben tener algo en las glándulas que no les funciona bien», pensó tirando el cigarrillo. Al asomarse un segundo a la puerta del bar había visto a Paula charlando con López, y los había mirado envidiosamente. Estaba bueno, el taita López no perdía un minuto en trabajarse a la pelirroja, ahora faltaba ver corrió iba a reaccionar Raúl. Ojalá que López se la sacara, se la llevara a su camarote y se la devolviera bien revolcada como la mujer del abogado. Todo se resolvía en términos muy simples: tirarse el lance, apilarse, engranar, encamarse con la mina, y el otro podía hacer lo que quisiera, reaccionar como macho o aguantarse los cuernos. Felipe se movía satisfecho dentro de un esquema donde cada cosa estaba bien iluminada y en su "sitio. No como Alfieri, esas palabras de doble sentido, eso de no saber nunca si el tipo hablaba en serio o estaba buscando otra cosa… Vio a Raúl y al doctor Restelli que se asomaban a la cubierta, y les dio la espalda. Que no viniera ése con su pipa inglesa a joderle la paciencia. Bastante lo había tirado a matar por la tarde. Ah, pero no se la habían llevado de arriba, ya estaba enterado por su padre del fracaso de la expedición. Tres hombres hechos y derechos, y no habían sido capaces de abrirse paso hasta la popa y ver lo que sucedía.

Se le ocurrió de golpe, lo pensó apenas un segundo. En dos saltos se escondió detrás de un rollo de cuerdas para que Raúl y Restelli no lo vieran. Aparte de evitar encontrarse con Raúl se salvaba de un posible diálogo con Gato Negro, que debía estar más que resentido por su falta de… ¿cómo decía en clase?… de civilidad (¿o era urbanidad? Bah, cualquier gansada). Cuando los vio inclinados sobre la borda, echó a correr hacia la escalerilla. La Beba lo miró pasar con inmensa lástima. «Ni que tuvieras tres años -murmuró-. Corriendo como un chiquilín. Nos vas a hacer quedar mal a todos.» Felipe se volvió en lo alto de la escalera y la insultó seca y eficazmente. Se metió en su cabina, que quedaba casi al lado del pasadizo de comunicación entre los pasillos, y acechó por un resquicio de la puerta. Cuando estuvo seguro, salió rápidamente y tanteó la puerta del pasadizo. Estaba abierta como antes, la escalera esperaba. Era ahí donde Raúl lo había tuteado por primera vez, parecía mentira, verdaderamente mentira. Al cerrar la puerta lo envolvió una oscuridad mucho mayor que por la tarde; era raro que ahora el lugar le pareciera más oscuro, la lámpara brillaba igual que antes. Vaciló un segundo en mitad de la escalera, escuchando los ruidos de abajo; las máquinas latían pesadamente, llegaba un olor como de sebo, de betún. Por ahí habían andado hablando de la película del barco de la muerte, y Raúl había dicho que era de un tal… Y después había estado de acuerdo en que era una lástima que Felipe tuviera que aguantarse a la familia. Se acordaba muy bien de sus palabras: «Me hubiera gustado más que vinieses solo.» Para lo que le importaba si había venido solo o acompañado. La puerta de la izquierda estaba abierta; la otra seguía cerrada como antes, pero se oía golpear adentro. Inmóvil frente a la puerta, Felipe sintió que algo le resbalaba por la cara, se secó el sudor con la manga de la camisa. Aferrándose a un nuevo cigarrillo, lo encendió rápidamente. Ya les iba a mostrar a esos tres ventajeros.

XXVIII

– El mes pasado terminó el quinto año del conservatorio -dijo la señora de Trejo-. Felicitada. Ahora va a seguir de concertista.

Doña Rosita y doña Pepa encontraron que eso era regio. Doña Pepa había querido alguna vez que la Nelly siguiera también de concertista, pero era una lucha con esa chica. Como tener facilidad, tenía, desde chiquita cantaba de memoria todos los tangos y otras cosas, y se pasaba horas escuchando por la radio las audiciones de clásico. Pero a la hora del estudio, ni para atrás ni para adelante.

– Créame, señora, si le habré dicho… Una lucha, créame. Si le cuento… Pero qué va a hacer, no le gusta el estudio.

– Claro, señora. En cambio la Beba se pasa cuatro horas diarias al piano y le aseguro que es un sacrificio para mi esposo y para mí, porque a la larga tanto estudio cansa y la casa es chica. Pero una tiene su recompensa cuando vienen los exámenes y la nena sale felicitada. Ustedes la oyeran… A lo mejor la invitan a tocar, parece que en los viajes se estila que algún artista dé un concierto. Claro que la Beba no trajo las músicas, pero como sabe de memoria la Polonesa v el Claro de luna, siempre las está tocando… No es porque yo sea la madre, las toca con un sentimiento.

– El clásico hay que saber tocarlo -dijo doña Rosita-. No como esa música de ahora, puro ruido, esas cosas futuristas que pasan a la radio. Yo en seguida le digo a mi esposo, le digo: «Ay Enzo, saca esa porquería que me hace venir el dolor de cabeza.» La deberían prohibir, yo digo.

– La Nelly dice que la música de hoy ya no es como la de antes, Beethoven y todo eso.

– Lo mismo dice la Beba, y está autorizada para juzgar -dijo la señora de Trejo-. Hoy en día hay demasiado futurismo. Mi esposo ha escrito dos veces a la Radio del Estado para que mejoren Tos programas, pero ya se sabe, hay tantos favoritismos… ¿Cómo está, m'hijita? La noto des mejorada.

Nora estaba bastante bien pero la observación de la señora de Trejo la turbó. Al entrar en el salón de lectura se había topado de golpe con las señoras, y no sabía cómo hacer para dar media vuelta y volver al bar. Tuvo que sentarse entre ellas, sonriendo como si se sintiera muy feliz. Pensó si tendría algo en la cara que… Pero no podía ser que se le notara nada.

– Esta tarde me sentí un poco mareada -di jo-. Poca cosa, se me pasó en seguida que tomé una Dramamina. ¿Y ustedes están bien?

Suspirando, las señoras informaron que la calma del mar las ayudaba a soportar el té con leche, pero que si volvía a agitarse como a mediodía… Ah, felices los jóvenes como ella que sólo pensaban en divertirse porque todavía no sabían lo que era la vida. Claro, cuando se viajaba con un muchacho tan simpático como Lucio se veía la vida de color de rosa. Feliz de ella, pobrecita. Y bueno, mejor así. Nunca se sabe lo que vendrá después, y mientras haya salud…

– Porque ustedes se deben haber casado hace muy poco, ¿no es verdad? -dijo la señora de Trejo, mirándola atentamente.

– Sí, señora -dijo Nora. Sentía que iba a ru borizarse y no sabía cómo hacer para que no se notara; las tres la estaban mirando con sus sonrisas de tapioca las manos fofas apoyadas en las barrigas prominentes. «Sí, señora.» Optó por fingir un violento ataque de tos, se tapó el rostro con las manos y las damas le preguntaron si es taba acatarrada y doña Pepa aconsejó unas fricciones de Vaporub. Nora sentía en la boca del estómago la mentira, y sobre todo no haber tenido el valor de soportar de frente la pregunta. «¿Qué importa lo que piensen si después nos vamos a casar?», había dicho tantas veces Lucio. «Es la mejor prueba de que me tenes plena confianza, y además está en contra de los prejuicios bur gueses y hay que luchar contra eso…» Pero no podía, ahora menos que nunca. «Sí, señora, hace muy poco.»

Doña Rosita explicaba que a ella la humedad le hacía mucho daño y que si no fuera por el tra bajo de su esposo ya le habría pedido que se fue ran de la isla Maciel. «Me agarra como un reuma por todo el cuerpo -informaba a la señora de Trejo que seguía mirando a Nora-, y nadie me lo puede sacar. Mire que habré visto médicos, y hasta vino el Pantaleón que es famoso como cu randero, pero nada. Es la humedad, sabe. Es malo para los huesos, le hace venir como un sarro por dentro y por más que usted se purgue y tome agua de hongo hepático no le hace nada…» Nora vio una apertura en la conversación y se levantó, mi rando el reloj pulsera con el aire de quien tiene una cita. Doña Pepa y la señora de Trejo cam biaron una mirada de inteligencia y una sonrisa Comprendían, claro, cómo no iban a comprender… Vaya, m'hijita, que la estarán esperando. La se ñora de Trejo lamentaba un poco que Nora se fuera, porque de todas maneras se veía que era de su clase, no como estas señores tan buenas, pobres, pero tan por debajo de su condición… Va gamente la señora de Trejo empezaba a sospechar que no iba a tener con quién alternar en el viaje y estaba inquieta y desasosegada. La madre del chiquilín no hacía más que hablar con los hom bres, se veía que debía ser alguna artista o escritora porque no le interesaban las cosas verdade ramente femeninas, y estaba todo el tiempo fumando y hablando de cosas incomprensibles con Medrano y López. La otra chica pelirroja era una antipática y además demasiado joven para enten der la vida y poder hablar de cosas serias con ella, aparte de que no pensaba más que en exhi birse con esa bikini más que inmoral, y flirtear hasta con Felipe, nada menos. De eso tendría que hablar con su marido porque no era cosa de que Felipe fuera a caer en manos de esa vampiresa Y al mismo tiempo se acordaba de los ojos del señor Trejo cuando Paula se había tendido en la cubierta para tomar sol. No, no era un viaje como había soñado.

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