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– ¿No le gusta sentirse responsable?

– Creo que no, quizá tengo una idea demasiado alta de la responsabilidad. Tan elevada que le huyo. Una novia, una muchacha seducida… Todo se convierte en puro futuro, de golpe hay que ponerse a vivir para y por el futuro. ¿Usted cree qué el futuro puede enriquecer el presente? Quizá en el matrimonio, o cuando se tiene sentido de la paternidad… Es raro, con lo que me gustan los chicos -murmuró Medrano, mirando la cabeza de Jorge hundida en la almohada.

– No se crea una excepción -dijo Claudia- En todo caso usted corre rápidamente hacia ese. producto humano calificado de solterón, que tiene sus grandes méritos. Una actriz decía que los solterones eran el mejor alimento de las taquillas, verdaderos benefactores del arte. No, no me estoy burlando. Pero usted se cree más cobarde de lo que es.

– ¿Quién habló de ser cobarde?

– Bueno, su rechazo de toda posibilidad de noviazgo o de seducción, de toda responsabilidad, de todo futuro… Esa pregunta que me hizo hace un momento… Creo que el único futuro que puede enriquecer el presente es el que nace de un presente bien mirado cara a cara. Entiéndame bien: no creo que haya que trabajar treinta años como un burro para jubilarse y vivir tranquilo, pero en cambio me parece que toda cobardía presente no sólo no lo va a librar de un futuro desagradable sino que servirá para crearlo a pesar suyo. Aunque sea un poco cínico en mi boca, si usted no seduce a una muchacha por miedo a las consecuencias futuras, su decisión crea una especie de futuro hueco, de futuro fantasma, bastante eficaz en todo caso para malograrle una aventura.

– Usted piensa en mí, pero no en la muchacha.

– Por supuesto, y no pretendo convencerlo de que se convierta en un Casanova. Supongo que hace falta firmeza para resistir al impulso de seducción; de donde la cobardía moral seria una fuente de valores positivos… Es para reírse, realmente.

– El problema es falso, no hay ni cobardía ni valor sino una decisión previa que elimina la mayoría de las oportunidades. Un seductor busca seducir, y después seduce; eliminando la búsqueda… Para decirlo redondamente, basta con prescindir de las vírgenes; y hay tan pocas en los medios en que yo me muevo…

– Si esas pobres chicas supieran los conflictos metafísicos que son capaces de crear con su sola inocencia… -dijo Claudia-. Bueno, hábleme entonces de las otras.

– No, así no -dijo Medrano-. No me gusta la manera de pedírmelo ni el tono de su voz. Ni me gusta lo que he estado diciendo y mucho menos lo que ha dicho usted. Mejor será queme vaya a beber un coñac al bar.

– No, quédese un momento. Ya sé que a veces digo tonterías. Pero siempre podemos hablar de otra cosa.

– Perdóneme -dijo Medrano-. No son tonterías, muy al contrario. Mi malhumor viene precisamente de que no son tonterías. Usted me trató de cobarde en el plano moral, y es perfectamente cierto. Empiezo a preguntarme si amor y responsabilidad no pueden llegar a ser la misma cosa en algún momento de la vida, en algún punto muy especial del camino… No lo veo claro, pero desde hace un tiempo… Sí, ando con un humor de perros y es sobre todo por eso. Nunca creí que on episodio bastante frecuente en mi vida me empezara a remorder, a fastidiar… Como esas aftas que salen en las encías, cada vez que uno pasa la lengua, un dolor tan desagradable… Y esto es como un afta mental, vuelve y vuelve… -se encogió de hombros y sacó los cigarrillos-. Se lo contaré, Claudia creo que me va a hacer bien.

Le habló de Bettina.

XXX

A lo largo de la cena se le fue pasando el enojo, reemplazado por la sorna y las ganas de tomarle el pelo. No que tuviera una razón precisa para tomarle el pelo, pero le seguía molestando que él la desarmara así, nada más que con su manera de mirarla. Por un momento había estado dispuesta a creer que López era inocente y que su fuerza nacía precisamente de su inocencia. Después se burló de su ingenuidad, no era difícil advertir que en López estaban bien despiertas las aptitudes para la caza mayor, aunque las manifestara sin énfasis. A Paula no la halagaba el efecto inmediato que había provocado en López; por el contrario (qué diablos, un día antes no se conocían, eran dos extraños en la inmensa Buenos Aires), la irritaba verse reducida tan pronto a la tradicional condición de presa real. «Y todo porque soy la única realmente disponible e interesante a bordo -pensó-. A lo mejor no se hubiera fijado en mí si nos presentan en una fiesta ó en un teatro.» La reventaba sentirse incorporada obligatoriamente a la serie de diversiones del viaje. La clavaban en la pared como un cartón de tiro al blanco, para que el señor cazador ejercitara la puntería. Pero Jamaica John era tan simpático, no podía sentir verdadero fastidio hacia él. Se preguntó si él por su parte estaría pensando algo parecido; sabía de sobra que podía tomarla por coqueta, primero porque lo era y segundo porque tenía una manera de ser y de mostrarse fácilmente malentendidas. Como buen porteño, el pobre López podía estar pensando que quedaría mal frente a ella si no hacía todo lo posible por conquistarla. Una situación idiota pero con algo de fatal, de muñecos de guiñol obligados a dar y a recibir los bastonazos rituales. Tuvo un poco de lástima por López y por ella misma, y a la vez se alegró de no engañarse. Los dos podían jugar el juego con su máxima perfección, y ojalá Punch fuera tan hábil como Judy.

En el bar, donde Raúl los había invitado a beber ginebra, sobrevolaron a los Presutti aglutinados en un rincón, pero se dieron de frente con Nora y Lucio que no habían cenado y parecían preocupados. La menuda fatalidad de las sillas y las mesas los puso frente a frente, y charlaron de todo un poco, cediendo con alivio la personalidad de cada uno al cómodo monstruo de la conversación colectiva, siempre por debajo de la suma de los que la forman y por eso tan soportable y solicitada. Lucio agradecía para sus adentros la llegada de los otros, porque Nora se había quedado melancólica después de escribir una carta a su hermana. Aunque decía que no era nada, recaía en seguida en una distracción que lo exasperaba un poco puesto que no encontraba la manera de evitarla. Nunca había hablado mucho con Nora, era ella quien hacía el gasto; en realidad tenían gustos bastante diferentes, pero eso, entre un hombre y una mujer… De todas maneras era un lío que Nora se estuviera afligiendo por pavadas. A lo mejor le hacía bien distraerse un rato con los otros.

Paula casi no había charlado con Nora hasta ese momento, y las dos cruzaron sonrientes las armas mientras los hombres pedían bebidas y repartían cigarrillos. Refugiado en un silencio sólo cortado por una que otra observación amable, Raúl las observaba, cambiando impresiones con Lucio sobre el mapa y el itinerario del Malcoím. Veía renacer en Nora la alegría y la confianza, el monstruo social la acariciaba con sus muchas lenguas, la arrancaba del diálogo, ese monólogo disfrazado, la sumía en un pequeño mundo cortés y trivial, chispeante de frases ingeniosas y risas no siempre explicables, el sabor del chartreuse y el perfume del Philip Morris. «Un verdadero tratamiento de belleza», pensó Raúl, apreciando cómo los rasgos de Nora recobraban una animación que los hermoseaba. Con Lucio era más difícil, seguía un poco reconcentrado mientras el pobre López, ah, el pobre López. Ese sí que estaba soñando despierto, el pobre López. Raúl empezaba a tenerle lástima. «So soon -pensaba-, so soon…» Pero quizá no se daba cuenta de que López era I feliz y que soñaba con elefantes rosados, con enormes globos de vidrio llenos de agua coloreada.

– Y así ocurrió que los tres mosqueteros, que esta vez no eran cuatro, fueron por popa y volvieron trasquilados -dijo Paula-. Cuando usted quiera, Nora, nos damos una vuelta nosotras dos y en todo caso agregamos a la novia de Presutti para componer un número sagrado. Seguro que no paramos hasta las hélices.

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