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– Nos contagiaremos el tifus -dijo Nora, que tendía a tomar en serio a Paula.

– Oh, yo tengo Vick Vaporub -dijo Paula-. ¿Quién iba a creer que estos gallardos hoplitas morderían el polvo como unos follones cualesquiera?

– No exageres -dijo Raúl-. El barco está muy limpio y no hay nada que morder por el momento.

Se preguntó si Paula faltaría a su palabra y sacaría a relucir los revólveres y la pistola. No, no lo haría. Good girí. Completamente loca pero tan derecha. Un poco sorprendida, Nora pedía detalles sobre la expedición. López miró de reojo a Lucio.

– Bah, no te conté porque no valía la pena -dijo Lucio-. Ya ves lo que dice la señorita. Pura pérdida de tiempo.

– Vea, no creo que hayamos perdido el tiempo -dijo López-. Todo reconocimiento tiene su valor, como habrá dicho algún estratego famoso. A mí por lo menos me ha servido para,convencerme de que hay algo podrido en la Magenta Star. Nada truculento, por cierto, no es que lleven un cargamento de gorilas en la popa; más bien un contrabando demasiado visible o algo por el estilo.

– Puede ser, pero en realidad no es cosa que nos concierna -dijo Lucio-. De este lado todo está bien.

– Al parecer sí.

– ¿Por qué al parecer? Está bien claro.

– López, muy juiciosamente, duda de la excesiva claridad -dijo Raúl-. Como lo afirmó un día el poeta bengalí de Santiniketán, no hay como]a excesiva claridad para dejarlo a uno ciego.

– Bueno, esas son frases de poetas.

– Por eso la cito, incluso incurriendo en la modestia de adjudicársela a un poeta que no la dijo jamás. Pero volviendo a López, comparto sus dudas que son también las del amigo Medrano. Si algo no anda bien en la popa, la proa se va a contaminar tarde o temprano. Llamémosle tifus 224 o marihuana a toneladas: de aquí al Japón hay una larga ruta salina, queridos míos, y muchos peces voraces debajo de la quilla.

– ¡Brr…, no me hagas temblar! -dijo Paula-. Miren a Nora, pobrecita, se está asustando de veras.

– Yo no sé si hablan en broma -dijo Nora, lanzando una mirada de sorpresa a Lucio-, pero vos me habías dicho…

– ¿Y qué querías que te dijera, que Drácula anda suelto por el barco? -protestó Lucio-. Aquí se está exagerando mucho, y eso será muy bonito como pasatiempo, pero no hay que hacer creer a la gente que se habla en serio.

– Por mi parte -dijo López-, hablo muy en serio, y no pienso quedarme con los brazos cruzados.

Paula aplaudió burlonamente.

– ¡Jamaica John solo! No esperaba menos de usted, pero realmente ese heroísmo…

– No sea tonta -dijo francamente López-. Y déme un cigarrillo, que se me han acabado.

Raúl disimuló un gesto de admiración. Ah, pibe. No, si la cosa iba a estar buena. Se dedicó a observar cómo Lucio trataba de recobrar el terreno perdido y cómo Nora, dulce ovejita inocente, lo privaba del placer de aceptar sus explicaciones. Para Lucio la cosa era sencilla: tifus. El capitán enfermo, la popa contaminada, ergo una elemental precaución. «Es fatal -pensó Raúl-, los pacifistas tienen que pasarse la vida en guerra, pobres almas. Lucio va a comprarse una ametralladora en el primer puerto de escala.»

Paula parecía más compasiva, y aceptaba los criterios de Lucio con una cara muy atenta que Raúl conocía de sobra.

– Por fin encuentro alguien con sentido común. Me he pasado el día rodeada de conspiradores, de los últimos mohicanos, de los dinamiteros de Petersburgo. Hace tanto bien dar con un hombre de convicciones sólidas, que no se deja arrastrar por los demagogos.

Lucio, poco seguro de que eso fuera un elogio, arreció en sus puntos de vista. Si algo cabía hacer, era enviar una nota firmada por todos (por todos los que quisieran, bien entendido) a fin de que el primer piloto supiera que los pasajeros del Malcolm comprendían y acataban la situación insólita planteada a bordo. En todo caso se podía insinuar que el contacto entre oficiales y pasajeros no había sido todo lo franco…

– Vamos, vamos -murmuró Raúl, aburrido-. Si los tipos tenían el tifus a bordo en Buenos Aires, se portaron como unos cabrones al embarcarnos.

Nora, poco habituada a las expresiones fuertes, parpadeó. A Paula le costaba no soltar la carcajada, pero ocra vez se alió con Lucio para conjeturar que la epidemia debía haber estallado con vehemencia apenas salidos de la rada. Llenos de confusión e incertidumbre, los honestos oficiales se habían detenido frente a Quilmes, cuyas bien conocidas emanaciones no habrían contribuido probablemente a mejorar el ambiente de la popa.

– Sí, sí -dijo Raúl-. Todo en radiante tecnicolor.

López escuchaba a Paula con una sonrisa entre divertida e irónica; le hacía gracia, pero una gracia agridulce solamente. Nora trataba de entender, desconcertada, hasta que acabó por meter los ojos en la taza de café y no los sacó de ahí por un buen rato.

– En fin, en fin -dijo López-. El libre juego de las opiniones es uno de los beneficios de la democracia. Yo, de todas maneras, suscribo el robusto epíteto que ha empleado Raúl hace un momento. Y ya veremos qué pasa.

– No pasará nada, eso es ló malo para ustedes -dijo Paula-. Se van a quedar sin su juguete, y el viaje les va a resultar horriblemente aburrido cuando nos dejen pasar a popa uno de estos días. Hablando de lo cual yo me voy a ver las estrellas, que han de estar de lo más fosforescentes.

Se levantó sin mirar a nadie en particular. Empezaba a aburrirse de un juego demasiado fácil, y la fastidiaba que López no la hubiera ayudado en pro o en contra. Sabía que él no veía el momento de seguirla, pero que no se movería de 5a mesa hasta más tarde. Y sabía algo más que iba a ocurrir y empezaba otra vez a divertirse, sobre todo porque Raúl se daría cuenta y las cosas eran siempre más divertidas cuando las compartía Raúl.

– ¿No venís, vos? -dijo Paula, mirándolo.

– No, gracias. Las estrellas, esa bisutería…

Pensó: «Ahora él se va a levantar y va a decir…»

– Yo también me voy a cubierta -dijo Lucio, levantándose-. ¿Vos venís, Nora?

– No, prefiero leer un rato en la cabina. Hasta luego.

Raúl se quedó con López. López se cruzó de brazos con el aire de los verdugos en las láminas de las Mil y una Noches. El barman se puso a recoger las tazas mientras Raúl esperaba a cada instante el silbido de la cimitarra y el golpe de alguna cabeza en el piso.

Inmóvil en el punto extremo de la proa, Persio los oyó acercarse precedidos por palabras sueltas, quebradas en el viento tibio. Alzó el brazo y les mostró el cielo.

– Vean qué esplendor -dijo con entusiasmo-. Este no es el cielo de Chacarita, créanme. Allá hay siempre como un vapor mefítico, una repugnante tela aceitosa entre mis ojos y el esplendor. ¿Lo ven, lo ven? Es el dios supremo, tendido sobre el mundo, el dios lleno de ojos…

– Sí, muy hermoso -dijo Paula-. Un poco repetido, a la larga, como todo lo majestuoso y solemne. Sólo en lo pequeño hay verdadera variedad, ¿no le parece?

– Ah, en usted hablan los demonios -dijo cortésmente Persio-. La variedad es la auténtica promesa del infierno.

– Es increíble lo loco que es este tipo -murmuró Lucio cuando siguieron adelante y se perdieron en la sombra.

Paula se sentó en un rollo.de soga y pidió un cigarrillo; les llevó un buen rato encenderlo.

– Hace calor -dijo Lucio-. Curioso, hace más calor aquí que en el bar.

Se quitó el saco y su camisa blanca lo recortó claramente en la penumbra. No había nadie en ese sector de la cubierta, y la brisa zumbaba por momentos en los cables tendidos. Paula fumaba en silencio, mirando hacia el horizonte invisible. Cuando aspiraba el humo, la brasa del cigarrillo hacía crecer en la oscuridad la mancha roja de su pelo. Lucio pensaba en la cara de Nora. Pero qué sonsa, qué sonsa. Y bueno, que empezara a aprender desde ahora. Un hombre es libre, y no tiene nada de malo que salga a dar una vuelta por el puente con otra mujer. Malditas convenciones burguesas, educación de colegio de monjas, oh María madre mía y otras gansadas con flores blancas y estampas de colores. Una cosa era el cariño y otra la libertad, y si ella creía que toda la vida lo iba a tener sujeto como en esos últimos tiempos, solamente porque no se decidía a ser suya, pues entonces… Le pareció que los ojos de Paula lo estaban mirando, aunque era imposible verlos. Al bueno de Raúl no parecía importarle demasiado que su amiga se fuera sola con otro; al contrario, la había mirado con un aire divertido, como si le conociera ya los caprichos. Pocas veces había encontrado gente tan rara como ésta de a bordo. Y Nora, qué manera de quedarse con la boca abierta al escuchar las cosas que decía Paula, las palabrotas que soltaba por ahí, su manera tan inesperada de enfocar los temas. Pero por suerte, en la cuestión de la popa…

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