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Puso el motor en marcha, apretó el botón del mando a distancia para abrir la puerta del garaje y salió marcha atrás. Después de mirar a un lado y otro de la calle para ver si había algún transeúnte o vehículos, maniobró en el jardín para dar la vuelta y salió a la carretera. Aceleró a medida que dejaba atrás el tranquilo vecindario.

En menos de veinte minutos había llegado a la interestatal 95. Había mucho tráfico y tardó un poco más de la cuenta en salir de Connecticut. Atravesó Rhode Island y rodeó Boston a la una de la mañana. El Land Rover estaba equipado con un teléfono móvil; sin embargo, después de los comentarios de Jeff Fisher, no se atrevía a utilizarlo. Además, ¿a quién iba a llamar? Hizo una parada en New Hampshire para tomar un café y poner gasolina. Nevaba con fuerza, pero el Land Rover no tenía problemas; el ruido de los limpiaparabrisas le ayudaba a mantenerse despierta. Así y todo, a las tres de la mañana, daba tantas cabezadas que tuvo que detenerse en un área de servicio. Metió el Land Rover entre dos enormes camiones semirremolque, cerró las puertas, se tendió en el asiento trasero con una pistola en la mano y se quedó dormida.

El sol ya estaba alto cuando abrió los ojos. Desayunó deprisa y al cabo de unas horas ya había dejado atrás Portsmouth, Maine. Dos horas más tarde llegó a la salida que buscaba y abandonó la autopista. Ahora estaba en la nacional 1. En esta época del año el tráfico era muy escaso y tenía la carretera casi para ella sola.

En medio de la nevada vio el cartel que anunciaba: Bell Harbor, población 1.650 habitantes. Durante su infancia, la familia había pasado muchos veranos maravillosos en este pacífico pueblo: magníficas playas abiertas, helados y bocadillos suculentos en los mil y un bares y restaurantes, representaciones de teatro, largos paseos en bicicleta y caminatas por Granite Point, donde se podía contemplar muy de cerca el tremendo poder del océano en las tardes ventosas. Ella y Jason soñaban con poder comprar algún día una casa cerca de la de sus padres. Habían esperado con ansia el momento de pasar los veranos aquí, y contemplar a Amy corriendo por la playa y haciendo agujeros en la arena como había hecho Sidney veinticinco años antes. Eran pensamientos muy agradables. Todavía confiaba en poder convertirlos en realidad. Pero ahora mismo no parecía ni remotamente posible.

Condujo hacia el océano y aminoró la marcha cuando dobló hacia el sur por Beach Street. La casa de sus padres era un edificio grande de dos plantas, construido en madera con ventanas de gablete y balcones a todo lo ancho de la casa por el lado marítimo y el de la calle. Tenía un garaje en la planta baja. El viento se encajonaba entre las casas veraniegas; era tan fuerte que sacudía el Land Rover, que pesaba dos toneladas. Sidney no recordaba haber estado nunca en Maine en esta época del año. El cielo estaba plomizo. Cuando miró la inmensa extensión oscura del Atlántico se dio cuenta de que era la primera vez que veía nevar sobre el océano.

Disminuyó todavía más la velocidad en cuanto avistó la casa de sus padres. Todas las demás viviendas de la calle estaban vacías. En invierno, Bell Harbor era lo más parecido a una ciudad fantasma. Además, la fuerza policial en esta época del año se reducía a un único agente. Si el hombre que había matado a tres personas en una limusina en Washington y la había seguido hasta Nueva York decidía venir a buscarla aquí, sin duda no tendría ningún problema para acabar con el solitario representante de la ley. Cogió la bolsa de municiones y sacó un cargador para la pistola. Entró en el camino particular y se apeó. No había ninguna señal de la presencia de sus padres. Sin duda se habían demorado por culpa del mal tiempo. Metió el Land Rover en el garaje y cerró la puerta. Descargó sus cosas y las subió por las escaleras interiores hasta la casa.

No podía saber que la nevada había cubierto las huellas frescas en el jardín. Tampoco entró en el dormitorio donde estaban apiladas numerosas maletas. Cuando entró en la cocina se perdió la ocasión de ver el coche que pasó lentamente por delante de la casa y siguió su camino.

En las instalaciones de pruebas del FBI el ritmo era febril. Una técnica con bata blanca que daba vueltas en torno a la limusina invitó con un gesto a Sawyer y Jackson a que la siguieran. La puerta trasera del lado izquierdo estaba abierta. Habían trasladado los cadáveres al depósito. Junto al vehículo había un ordenador con una pantalla de veintiuna pulgadas. La joven comenzó a teclear las órdenes mientras hablaba. Ancha de caderas, con una preciosa piel morena y una boca generosa, Liz Martin era una de las mejores y más trabajadoras ratas de laboratorio del FBI.

– Antes de retirar físicamente cualquier rastro, repasamos el interior con el Luma-lite, como tú querías, Lee. Encontramos algunas cosas interesantes. También filmamos en vídeo el interior del vehículo mientras hacíamos el examen y lo metimos en el sistema. Así lo podréis seguir mejor. -Dio unas gafas a cada uno de los agentes y se puso unas ella-. Bienvenidos al espectáculo; las gafas son para que veáis mejor. -Sonrió-. Lo que hacen es filtrar las diferentes longitudes de onda que puedan haber aparecido durante el examen y que podrían oscurecer la filmación.

Se encendió la pantalla. La imagen mostraba el interior de la limusina. Estaba muy oscuro, una condición necesaria para usar el Luma-lite. La prueba que se hacía con un láser muy potente convertía en visibles muchas cosas de la escena del crimen.

Liz movió el ratón y los agentes esperaron mientras la flecha se movía por la pantalla.

– Empezamos utilizando una sola fuente de luz, sin usar reactivos. Buscábamos la fluorescencia intrínseca y después pasamos a una serie de polvos y tinturas.

– Dijiste que habías encontrado algunas cosas interesantes, ¿no es así? -El tono de Sawyer sonó un poco impaciente.

– Algo lógico en un espacio cerrado como éste, si tienes en cuenta lo que pasó. -La joven miró por un segundo la limusina mientras llevaba la flecha del ratón hasta lo que parecía el asiento trasero del vehículo. Apretó unas cuantas teclas más y aparecieron primero unas cuadrículas y a continuación la imagen señalada fue aumentando hasta resultar visible. Sin embargo, del hecho de ser visible a ser identificable distaba un abismo.

– ¿Qué coño es eso? -preguntó Sawyer.

Parecía un hilo de algún tipo pero, ampliado como estaba, tenía el grosor de un lápiz.

– En términos sencillos, una fibra. -Liz apretó una tecla y el objeto apareció en una imagen tridimensional-. Por lo que se ve, diría que es lana, animal, auténtica, nada de sintética, y de color gris. ¿Les recuerda algo?

Jackson chasqueó los dedos.

– Sidney Archer vestía una chaqueta aquella mañana. -De color gris.

– Así es -afirmó Sawyer.

Liz volvió a mirar la pantalla y asintió pensativa.

– Una chaqueta de lana. Encaja bastante bien.

– ¿Dónde la has encontrado exactamente, Liz? -preguntó Sawyer.

– En el lado izquierdo del asiento trasero, en realidad un poco más hacia el centro. -Con el ratón trazó una línea en la pantalla que medía la distancia desde el punto donde estaba la fibra hasta el extremo izquierdo del asiento trasero-. Sesenta y siete centímetros y medio hasta el borde del asiento, y diecisiete y medio contando del asiento hacia arriba. Con esa ubicación parece lógico que proceda de una chaqueta. También recogimos algunas fibras sintéticas junto a la puerta del lado izquierdo. Corresponden a las prendas que vestía el hombre muerto que ocupaba esa posición. -Se volvió otra vez hacia la pantalla-. No nos hizo falta el láser para encontrar las otras muestras. Se veían con toda claridad. -Cambió la pantalla y Liz empleó el ratón para señalar varios pelos.

– Deja que lo adivine -dijo Sawyer-. Largo y rubio. Natural, no teñido. Encontrados muy cerca de la fibra.

– Muy bien, Lee, todavía podremos hacer un buen científico de ti. -Liz sonrió complacida-. Después utilizamos un leucocristal violeta para identificar la sangre. Como te puedes imaginar, encontramos litros. El trazado de la dispersión es muy evidente y en realidad muy explicativo en este caso, una vez más debido a las pequeñas dimensiones de la escena del crimen.

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