El vuelo a Nueva Orleans era directo, y dos horas y media más tarde el reactor aterrizó en el aeropuerto internacional de la ciudad. Sidney Archer no se había movido de su asiento en todo el vuelo, algo que Lee Sawyer agradeció de todo corazón. Había hecho varias llamadas y su equipo ya estaba preparado. En cuanto se abrió la escotilla, Sawyer fue el primero en salir.
Sidney salió del aeropuerto. Hacía una noche cálida y la joven no se fijó en el coche negro con los cristales oscuros aparcado al otro lado de la estrecha carretera ocupada por la hilera de taxis. Subió a un Cadillac gris destartalado con el cartel de Cajún Cab Company pintado en un lado del mismo, se aflojó el cuello de la camisa y se secó unas gotas de sudor de la frente.
– Por favor, al Lafitte Guest House, en Bourbon Street.
El coche negro esperó un momento a que el taxi se apartara de la acera y después arrancó. En el interior, Sawyer informó de la situación a los demás agentes, sin apartar la mirada ni un momento del Cadillac destartalado.
Sidney miraba ansiosa por la ventanilla del taxi. Salieron de la autopista y se dirigieron al Vieux Carré. A lo lejos, el perfil urbano resplandecía contra el cielo oscuro. La inmensa mole del Superdome destacaba sobre todos los demás edificios.
Bourbon Street era angosta y estaba flanqueada por edificios de aspecto chillón que, al menos para las normas americanas, pertenecían al «viejo» barrio francés. En esta época del año, las treinta y seis manzanas del barrio estaban relativamente tranquilas, aunque el olor a cerveza predominaba por doquier. Los turistas que paseaban por las aceras llevaban jarras de cerveza que bebían mientras caminaban. Sidney se apeó del taxi delante de la puerta del Lafitte Guest House. Echó una rápida ojeada a ambos lados y después entró en el hotel.
En el interior olía a muebles y objetos antiguos. A la izquierda había un salón grande, decorado con buen gusto. El recepcionista enarcó un tanto las cejas al ver que Sidney no traía equipaje, pero asintió con una sonrisa cuando ella le explicó que se lo traerían más tarde. Le dieron a elegir entre subir en el pequeño ascensor o por las escaleras, y optó por estas últimas. Subió los dos pisos con la llave en la mano. Su habitación tenía una cama con cuatro postes, una mesa escritorio, bibliotecas en tres de las paredes y un sofá de estilo Victoriano.
En el exterior, el coche negro aparcó en una callejuela media manzana más allá del hotel. Un hombre vestido con pantalón vaquero y un anorak se bajó del coche, caminó hasta el hotel y entró en el edificio. Al cabo de cinco minutos estaba otra vez en el coche.
– ¿Qué pasa allí dentro? -preguntó Sawyer.
El hombre se desabrochó el anorak y dejó a la vista la pistola metida en la pretina del pantalón.
– Sidney Archer ha alquilado una habitación para dos días. La habitación está en el segundo piso, directamente en frente del rellano. Dijo que el equipaje llegaría más tarde.
El conductor miró a Sawyer, que ocupaba el asiento del pasajero.
– ¿Crees que ha venido a encontrarse con Jason Archer? -le preguntó.
– Digamos que me sorprendería mucho que hubiese venido hasta aquí sólo para relajarse y pasear un poco.
– ¿Qué quieres que hagamos?
– Vigilaremos este lugar con discreción. En cuanto Jason Archer aparezca lo detenemos. Mientras tanto, a ver si podemos meter el equipo de vigilancia en la habitación contigua a la suya. Después encárgate de pincharle el teléfono. Utiliza un equipo mixto para que los Archer no sospechen. Sidney Archer no es una persona a la que se pueda subestimar. -El tono de Sawyer reflejaba una admiración forzada. Miró a través de la ventanilla-. Salgamos de aquí. No quiero darle a Jason Archer ningún motivo para no presentarse.
El coche salió lentamente del callejón.
Sidney Archer se sentó en una silla junto a la cama y contempló a través de la ventana que daba a uno de los balcones laterales del edificio. Esperaba a su marido. Cuando no pudo aguantar más, se levantó para pasearse arriba y abajo. Creía haber despistado a los agentes del FBI en el metro pero no estaba completamente segura. ¿Y si la habían seguido? Tembló. Desde aquella llamada telefónica su vida había sufrido un segundo cataclismo. Tenía la sensación de que unas paredes invisibles la encajonaban.
Sin embargo, las instrucciones de Jason habían sido muy explícitas y estaba dispuesta a seguirlas al pie de la letra. Creía firmemente que su marido no había hecho nada malo, algo que él le había corroborado. Necesitaba su ayuda; por ese motivo había tomado un avión y ahora se paseaba por un cuarto de hotel en la ciudad más famosa de Luisiana. Todavía tenía fe en su marido, a pesar de unos acontecimientos que muy a su pesar habían sacudido esa confianza, pero nada que no fuera la muerte podría impedir que lo ayudara. ¿La muerte? Su marido ya había escapado de sus tentáculos en una ocasión. Por el sonido de su voz, ella tenía algunas dudas sobre su seguridad actual. El no había podido darle más detalles. Al menos, no por teléfono; había dicho que se los daría personalmente. Ella deseaba tanto verle, tocarlo, confirmar que no era una aparición…
Volvió a sentarse en la silla y a mirar por la ventana abierta. Una ligera brisa ayudaba a disipar la humedad. No oyó a la pareja joven, cortesía de la oficina del FBI en Nueva Orleans, que se instalaron en el cuarto contiguo. Mientras los vecinos le pinchaban la línea del teléfono e instalaban los equipos que les permitirían grabar todos los sonidos de su habitación, Sidney se quedó dormida en la silla alrededor de la una de la mañana. Jason Archer todavía no había llegado.
La casa estaba a oscuras. La capa de nieve fresca brillaba a la luz de la luna llena. La figura salió del bosque y se aproximó a la casa por la parte trasera. En cuestión de segundos la puerta de atrás y la vieja cerradura sucumbieron a las hábiles manipulaciones del intruso vestido con ropas oscuras. El desconocido se quitó las botas de nieve y las dejó afuera; después encendió una linterna y alumbró su camino por la casa desierta. Los padres de Sidney se habían marchado a su casa con la pequeña Amy poco después de que Sidney emprendiera su viaje.
El intruso se dirigió directamente al estudio de Jason. La ventana del cuarto daba al patio trasero, así que el desconocido se arriesgó a encender la lámpara de mesa. Dedicó varios minutos a revisar los cajones y las pilas de disquetes de ordenador. Luego, encendió el ordenador. Revisó todos los archivos del disco duro y miró en pantalla los archivos grabados en los disquetes. Hecho esto, el desconocido sacó un disquete del bolsillo de su chaqueta y lo metió en la disquetera del ordenador. En un par de minutos acabó con el trabajo. Ahora el rastreador instalado en el ordenador de Jason captaría cualquier información que entrara en el sistema. En menos de cinco minutos, la casa volvió a quedar desierta. Las pisadas en la nieve que conducían hasta el bosque desde la puerta trasera también habían desaparecido.
Pero el visitante nocturno de los Archer no sabía que Bill Patterson había hecho algo, de la manera más inocente, antes de marcharse a su casa de Hanover. Mientras salía marcha atrás por el camino hasta la calle, había visto llegar el camión blanco, rojo y azul del correo. El cartero dejó la correspondencia en el buzón y continuó su recorrido. Patterson había vacilado pero después tomó una decisión. Le evitaría una molestia a su hija. Echó una ojeada a algunos de los sobres antes de meterlos en una bolsa de plástico. Miró hacia la casa y entonces recordó que ya había cerrado y que las llaves estaban en el bolso de su esposa. Pero la puerta del garaje estaba abierta. Patterson entró en el garaje, abrió la puerta del Explorer y dejó la bolsa sobre el asiento delantero. Cerró la puerta del vehículo, y después cerró con llave la puerta del garaje.
Bill Patterson no se había dado cuenta de que entre la correspondencia había un sobre acolchado especial para el envío de objetos frágiles. La escritura en el sobre le hubiera resultado inconfundible a Sidney Archer.