Recorrió el primer piso, buscando la chaqueta de cuero que llevaba Sidney, pero no la encontró. Había dejado el bolso sobre el mostrador, pero lo que él buscaba no estaba allí dentro. Empezó a subir la escalera que conducía al segundo piso. Se detuvo y ladeó la cabeza. Por encima del rugido del viento, el sonido que llegó hasta sus oídos, procedente del segundo piso, le hizo sonreír de nuevo. Era el sonido del agua llenando la bañera. En esta fría y cruda noche invernal, en la rústica Maine, la única ocupante de la casa se preparaba para tomar un agradable baño relajante y tranquilizador. Avanzó en silencio escalera arriba. La puerta del dormitorio, en lo alto del rellano, estaba cerrada, pero pudo escuchar con claridad el sonido del agua en el cuarto de baño adjunto. Entonces, el sonido se apagó. Esperó unos segundos más y se imaginó a Sidney Archer metiéndose en la bañera, permitiendo que el agua caliente reconfortara su agotado cuerpo. Avanzó unos pasos hacia la puerta del dormitorio. Scales conseguiría primero la contraseña y luego se ocuparía durante un rato de la dueña de la casa. Si no conseguía encontrar lo que andaba buscando, le prometería que la dejaría con vida a cambio de su secreto, y después la mataría. Se preguntó por un momento qué aspecto tendría desnuda aquella atractiva abogada. Por lo que había podido ver, llegó a la conclusión de que sería muy bueno. Y ahora ya no tenía ninguna prisa. Había sido un viaje muy largo y agotador desde la costa Este hasta Maine. Se merecía un poco de relajación, pensó, mientras se regodeaba con lo que estaba a punto de suceder.
Scales se situó al lado de la puerta, de espaldas contra la pared, con el cuchillo preparado, y colocó una mano sobre el pomo, haciéndolo girar sin efectuar el menor ruido.
No fue tan silencioso el atronador disparo que desintegró la puerta e incrustó varios trozos de la bala explosiva de la Magnum en su antebrazo izquierdo. Lanzó un grito y se arrojó escalera abajo, rodando atléticamente sobre sí mismo, para caer virtualmente de pie, mientras se sujetaba el brazo ensangrentado. Miró rápidamente hacia arriba, en el momento en que Sidney Archer, completamente vestida, salía precipitadamente del dormitorio. Apretó de nuevo el gatillo y él apenas si tuvo tiempo de lanzarse a un lado, apartándose, antes de que otro disparo alcanzara el lugar donde se encontraba un instante antes. La casa estaba casi totalmente a oscuras, pero si volvía a moverse, ella podría localizar su posición. Se acurrucó detrás del sofá. Lo delicado de su situación era evidente. En algún momento, Sidney Archer se arriesgaría a encender una luz y la capacidad mortífera de la escopeta devastaría rápidamente todo lo que se encontrara en la habitación, incluido él mismo.
Sin dejar de respirar con serenidad, sujetó el cuchillo con la mano buena, miró a su alrededor y esperó. El brazo le producía terribles pinchazos; Scales estaba mucho más acostumbrado a causar daño que a recibirlo. Oyó los pasos de Sidney, que bajaban con precaución la escalera. Estaba seguro de que la escopeta oscilaba de un lado a otro para cubrir la zona. Desde la oscuridad que lo envolvía, asomó con mucha precaución la cabeza por encima del respaldo del sofá. Su mirada se fijó instantáneamente en ella. Se encontraba a mitad de la escalera. Estaba tan concentrada en localizarlo, que no vio un trozo de la puerta del dormitorio que había caído sobre uno de los escalones. Al depositar el peso de su cuerpo sobre él, el trozo se deslizó y los dos pies se levantaron en el aire. Lanzó un grito y cayó rodando por la escalera, mientras la escopeta se estrellaba contra la barandilla. Saltó de su escondite en un instante. Cuando los dos rodaron sobre el suelo de madera dura, golpeó la cabeza de Sidney. Ella pateó furiosamente contra su pecho y las costillas, con sus pesadas botas. Luego, se retorció salvajemente, apartándose en el instante en que él golpeaba con el cuchillo. El cuchillazo falló por poco y le desgarró el interior de la chaqueta, en lugar de su carne. Un objeto blanco, que había estado en el bolsillo de Sidney, se desprendió a causa del impacto y cayó al suelo.
Sidney consiguió apoderarse de la escopeta y lanzó un golpe horrible contra la cara de Scales, con la culata de la sólida Winchester, rompiéndole la nariz y varios dientes frontales. Atónito, Scales dejó caer el cuchillo y retrocedió por un momento. Luego, furioso, agarró la escopeta y se la arrebató de una fuerte sacudida, volviéndola de inmediato contra una aturdida Sidney Archer. Llena de pánico, ella se arrojó a varios pasos de distancia, pero seguía encontrándose a tiro. El dedo de Scales apretó el gatillo, pero el cañón del arma permaneció en silencio. La caída por la escalera y el forcejeo que le siguió tuvo que haber dañado el arma. Sidney, con la cabeza a punto de estallarle de dolor a causa del golpe anterior, se alejó desesperadamente, a rastras. Con una mueca maligna en su rostro, Scales arrojó a un lado el arma ahora inútil y se incorporó. De la boca desgarrada y de la nariz rota le brotaba la sangre que le manchaba la camisa. Recogió el cuchillo del lugar donde había caído y avanzó con una mirada asesina hacia Sidney. Al levantar la hoja para golpear a Sidney, el revólver de nueve milímetros le apuntó directamente. Pero una fracción de segundo antes de disparar, él efectuó un asombroso salto acrobático que le hizo caer al otro lado de la mesa del comedor. Ella mantuvo apretado el gatillo, colocando el arma en fuego automático. Las balas trazaron un dibujo explosivo a través de la pared, mientras intentaba desesperadamente seguir el camino seguido por Scales en su improvisada huida. Scales golpeó con dureza el suelo de madera, y el impulso lo envió contra la pared, con la cabeza por delante. Tras rebotar el torso hacia un lado, después del impacto con la pared, se derrumbó entre las patas de una ornamentada cómoda de caoba. Las delgadas patas de caoba se rompieron como cerillas de madera y el pesado mueble se derrumbó sobre él, vertiendo su contenido sobre el suelo de la habitación cuando los cajones salieron volando en la caída. Después de eso, Scales no volvió a moverse.
Sidney se levantó de un salto, cruzó la cocina a toda velocidad, tomó el bolso que había dejado sobre el mostrador y bajó rápidamente la escalera que conducía al garaje. Unos momentos más tarde, la puerta del garaje estallaba en astillas hacia el exterior y el Land Rover se abría paso a través de la brutal apertura, efectuaba un giro de 180 grados en el camino de acceso a la casa y desaparecía en plena ventisca.
Mientras avanzaba rápidamente por la carretera, Sidney se estremeció al recordar el temor que le había recorrido todo el cuerpo cuando observó el aliento gélido en un rincón del garaje.
Al mirar ahora por el retrovisor, observó un par de luces. El corazón le dio un vuelco al ver el gran Cadillac que aparecía en el camino de acceso a la casa que acababa de abandonar. La sangre le desapareció repentinamente de la cara. ¡Oh, Dios mío! Sus padres acababan de llegar, y el momento no habría podido ser peor. Hizo girar de nuevo el Land Rover, atravesando un remolino de nieve, y regresó a toda velocidad hacia la casa de sus padres. Entonces, su problemática situación se vio complicada al ver otro par de faros que bajaban por la carretera, desde la misma dirección por la que habían llegado sus padres. Observó con creciente temor el sedán blanco que descendía por la calle, con sus ruedas aplastando lentamente las huellas dejadas por el Cadillac. Era la misma gente que había seguido a sus padres desde Virginia. Con tantas cosas como ocurrían, se había olvidado por completo de ellos. Sidney apretó a fondo el acelerador del Land Rover. Tras patinar un momento sobre la nieve, el sistema de tracción a las cuatro ruedas se agarró al pavimento y los engranajes impulsaron aquel pequeño tanque hacia delante, como si fuera una bala de cañón. Al abalanzarse sobre el sedán, Sidney vio reaccionar al conductor. Se llevó una mano al interior de la chaqueta. Pero llegó tarde por una fracción de segundo. Ella pasó volando, dirigiéndose hacia la casa de sus padres, dio un volantazo para atravesarse en el camino y se estrelló de costado con un crujido metálico contra el vehículo más pequeño, empujándolo con la fuerza de su impulso sobre la deslizante calzada y arrojándolo por una escarpada zanja. El airbag del Land Rover se infló. Con un esfuerzo enfurecido, Sidney lo arrancó de la barra de dirección y, con un manotazo, puso la marcha atrás. Se pudo escuchar con claridad el sonido del metal al liberarse, cuando los dos vehículos se desacoplaron.