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– ¿Sidney?

– Hola -dijo la voz, tenue, pero firme.

– ¿Dónde está? -preguntó Sawyer casi de forma automática, aunque en seguida lo lamentó.

– Lo siento, Lee, esto no es una lección de geografía.

– Está bien, está bien. -Sawyer se sentó en su gastado sillón reclinable-. No necesito saber dónde está. Pero ¿se encuentra a salvo?

Sidney casi se echó a reír.

– Supongo que razonablemente a salvo, pero no es más que una suposición. Estoy armada, si es que eso puede suponer una diferencia. -Hizo una breve pausa, antes de añadir-: Vi las noticias en la televisión.

– Sé que usted no les mató, Sidney.

– ¿Cómo…?

– Sólo confíe en mí sobre eso.

Sidney emitió un profundo suspiro cuando el recuerdo de aquella noche horrorosa acudió de nuevo a su mente.

– Siento mucho no habérselo dicho cuando llamé la otra vez. Yo… no podía hacerlo.

– Cuénteme lo que ocurrió esa noche, Sidney.

Sidney guardó silencio, debatiendo consigo misma si debía colgar o no. Sawyer percibió sus dudas.

– Sidney, no estoy en el edificio Hoover. No puedo seguir la pista de la llamada para encontrarla. Y, además, resulta que estoy de su parte. Puede hablar conmigo durante todo el tiempo que quiera.

– Está bien. Es usted el único en quien confío. ¿Qué quiere saber?

– Todo. Sólo tiene que empezar desde el principio.

Sidney tardó unos cinco minutos en volver a contar los acontecimientos ocurridos aquella noche.

– ¿No vio usted al que disparó?

– Llevaba un pasamontañas que le cubría la cara. Creo que fue el mismo tipo que trató de matarme más tarde. Confío al menos que no haya dos tipos por ahí con unos ojos así.

– ¿En Nueva York?

– ¿Qué?

– El guardia de seguridad, Sidney. Fue asesinado.

– Sí. En Nueva York -asintió Sidney frotándose la frente.

– Pero, en definitiva ¿se trataba de un hombre?

– Sí, a juzgar por su constitución y por lo que pude ver de sus características faciales a través del pasamontañas. Además, dejó al descubierto la parte inferior del cuello. Pude ver algunos pelos de la barba.

Sawyer quedó impresionado por su capacidad de observación, y así se lo dijo.

– Una tiende a recordar hasta los detalles más pequeños cuando cree estar a punto de morir.

– Sé a qué se refiere. Yo mismo me he encontrado en esa situación. Mire, encontramos la cinta, Sidney. ¿Su viaje a Nueva Orleans?

Sidney miró a su alrededor, en el interior en penumbras del Land Rover y del garaje.

– De modo que todo el mundo sabe…

– No se preocupe por eso. En la cinta, su esposo parecía estar alterado y nervioso. Contestaba a algunas de sus preguntas, pero no a todas.

– Sí, estaba muy angustiado. Sentía pánico.

– ¿Cómo fueron las cosas cuando habló por teléfono con él en Nueva Orleans? ¿Qué impresión le causó entonces? ¿Era diferente o el mismo?

Sidney entrecerró los ojos y reflexionó.

– Diferente -contestó finalmente.

– ¿Cómo? Explíquemelo con la mayor exactitud que pueda.

– Bueno, no me pareció nervioso. En realidad, habló con un tono de voz casi monótono. Me dijo que no podía decir nada, que la policía estaba alerta. Se limitó a darme instrucciones y luego colgó. Fue un monólogo más que una conversación. Yo no dije nada.

Sawyer suspiró.

– Quentin Rowe está convencido de que usted estaba en el despacho de Jason, en Tritón, después de que se estrellara el avión. ¿Es así? -Sidney guardó silencio- Sidney, en realidad me importa un bledo que estuviera allí o no. Pero si estaba sólo deseo hacerle una pregunta sobre algo que pudo haber hecho mientras se encontraba allí. -Sidney continuaba silenciosa-. ¿Sidney? Mire, es usted la que me ha llamado. Hace un momento dijo que confiaba en mí, aunque comprendo que en estas circunstancias no quiera confiar en nadie. No se lo recomendaría, pero puede colgar ahora mismo el teléfono y tratar de continuar sola.

– Estaba allí -dijo ella con voz serena.

– Está bien. Rowe mencionó la existencia de un micrófono en el ordenador de Jason.

– Lo golpeé accidentalmente -dijo Sidney con un suspiro-. Se dobló. No pude volver a ponerlo bien.

Sawyer se reclinó en el asiento.

– ¿Utilizó Jason el dispositivo microfónico del ordenador? ¿Tenía, por ejemplo, uno en casa?

– No. Podía teclear mucho más rápidamente de lo que era capaz de hablar. ¿Por qué?

– Entonces, ¿por qué tenía un micrófono en su ordenador de trabajo?

Sidney pensó en ello por un momento.

– No lo sé. Creo que era algo bastante reciente. Debía de tenerlo sólo desde hacía unos pocos meses, quizá algo más. Los he visto en otras oficinas de Tritón, si es que eso le ayuda en algo. ¿Por qué?

– Ya llegaré a eso, Sidney, sólo tenga un poco de paciencia con alguien viejo y cansado. -Sawyer se tironeó del labio superior-. Cuando habló con Jason, las dos veces en que lo hizo, ¿estuvo segura de que se trataba de él?

– Pues claro que era él. Conozco la voz de mi esposo.

El tono de voz de Sawyer fue pausado y firme, como si tratara de grabar en Sidney aquellas palabras.

– No le he preguntado si estaba segura de que era la voz de su esposo. -Hizo una breve pausa, respiró un momento y continuó-: Le he preguntado si estaba segura de que se trataba de su esposo en las dos ocasiones.

Sidney se quedó petrificada. Cuando finalmente encontró su propia voz, ésta surgió como un susurro furioso.

– ¿Qué está sugiriendo?

– Escuché su primera conversación con Jason. Tiene razón, parecía sentir pánico y respiraba pesadamente. Mantuvieron ustedes una verdadera conversación. Pero ahora me dice que la segunda vez él parecía diferente, y que no mantuvieron una verdadera conversación. El se limitó a hablar, y usted a escuchar. No detectó ningún pánico. Muy bien, conocemos ahora la existencia de ese micrófono en el despacho de Jason, algo que él no utilizaba nunca. Si nunca lo usaba, ¿por qué lo tenía?

– Yo… ¿qué otra razón podría haber?

– Un micrófono, Sidney, se utiliza para grabar cosas. Sonidos…, voces.

Sidney apretó el teléfono celular con tal fuerza que la mano se le enrojeció.

– ¿Quiere decir…?

– Lo que quiero decir es que estoy convencido de que en ambas ocasiones escuchó la voz de su esposo por el teléfono, de acuerdo. Pero creo que lo que escuché la segunda vez fue una compilación de palabras de su esposo, extraídas de las grabaciones tomadas con el micrófono, pues estoy bastante seguro de que ése era su propósito. Había una grabadora.

– Eso no es posible. ¿Por qué?

– Todavía no sé por qué. Pero, en todo caso, parece bastante claro. Eso explica por qué su segunda conversación con él fue tan diferente. Supongo que el vocabulario que empleó la segunda vez fue bastante ordinario, ¿verdad? -Sidney no le contestó-. ¿Sidney?

Sawyer oyó un sollozo desde el otro lado de la línea.

– Entonces…, ¿cree usted…, está convencido de que Jason… ha muerto?

Sidney hizo esfuerzos por contener las lágrimas. Ya había pasado por una ocasión en la que creyó que su esposo había muerto, sólo para descubrir repentinamente que estaba vivo. O eso fue lo que creyó. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas, mientras contemplaba la idea de lamentar de nuevo la pérdida de su esposo.

– No tengo forma de saber eso, Sidney. El estar convencido de que se utilizó la voz grabada de Jason, porque no fue la voz real, me induce a pensar que él no estaba presente para decir por sí mismo lo que tuviera que decir. Pero no lo sé. Dejémoslo así por el momento.

Sidney colgó el teléfono y se llevó las manos a la cabeza. Ahora le temblaban las extremidades, como olmos jóvenes bajo una ventisca.

Alarmado, Sawyer habló con tono preocupado por el teléfono.

– ¿Sidney? ¿Sidney? No cuelgue, por favor. ¿Sidney?

La comunicación se había interrumpido, y Sawyer colgó con un golpe.

– ¡Maldita sea! ¡Hijo de puta!

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