– Y he mirado a la tierra, donde altas márgenes se han aplanado en los valles, y hondos valles se han alzado en montañas, y el agua de los ríos y los lagos fluye eternamente noche y día hacia Levante, al mar. Fang P'ing ( [67]) ha dicho: “Desde que tomé mis funciones, he visto tres veces que el mar se mudaba en campo de moreras, y viceversa."
– He mirado también a las cosas vivas de este mundo: cómo nacen y envejecen y enferman y mueren, molidas en el molino de yin y yang como el aceite en una sartén que, calentado por el fuego, se seca en breve rato; o como un cirio que aletea al viento y pronto se extingue, secas ya sus lágrimas y caído su hollín en la mesa; o como un bote que se deja a la deriva en la mar picada, adelantado por olas sucesivas y flotando no se sabe adonde. Además, los siete deseos del hombre siguen quemándole y le reducen los placeres de la carne; está a veces demasiado decepcionado y a veces demasiado entusiasmado, y por lo común demasiado preocupado. Sin más de un centenar de años a su disposición, proyecta vivir mil años, y mientras está sentado, como aceite al fuego, sus ambiciones se extienden allende el universo. ¿Por qué extrañarse, pues, de que su ser se deteriore rápidamente cuando llegue la ancianidad y se gaste su energía vital y su espíritu se aleje de su albergue?
– He visto príncipes y duques y generales y ministros cuyos techos complicados forman un horizonte como el de las nubes. Cuando suena la campana de la comida, se ve a mil personas que comen juntas, y cuando se abren sus portales de mañana, multitudes de visitantes entran por ellos. Día y noche dan fiestas y sus salones están llenos de mujeres pintadas. Cuando pasa de largo un monje, le gritan con voz de trueno, y ni siquiera se atreve a mirar a la casa. Pero al cabo de veinte o treinta años el monje pasa otra vez, y ve sólo césped silvestre y rotas tejas cubiertas de rocío y de helada, y un sol frío brilla sobre el lugar y pasa el gemido del viento, y ni un solo techo ha quedado en pie. Lo que otrora fue escena de canciones y danzas y placeres es hoy campo de pastoreo para unos pocos animales. ¿Comprendieron acaso aquellos que reían y danzaban, cuando estaban en lo mejor de su prosperidad, que llegaría ese día? Y ¿por qué transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos las grandes glorias de este mundo? ¿Fueron acaso solamente el Jardín de Chinku, la Torre de T'ungt'ai, el Palacio de P'ihsiang, y el Estanque de T'aiyí ( [68]) los que se convirtieron gradualmente en ruinas con el pasaje de centenares o millares de años? En mis días de holganza, he salido de la ciudad y subido las colinas hasta donde veía unos montículos de tumbas. ¿Pertenecen a Yen o a Han o a Chin o a Wei? ¿Eran príncipes y duques, o eran pajes y sirvientes? ¿Eran héroes o eran tontos? ¿Cómo puedo saberlo por un montón de tierra amarilla? Pensé que todos ellos, cuando vivían, se aferraban a la gloria y las riquezas, pujaban unos con otros en sus ambiciones y pugnaban por la fama; pensé cómo proyectaron cosas que jamás pudieron lograr, y adquirieron cosas que jamás pudieron usar. ¿Cuál de ellos no se preocupó y forjó proyectos y luchó? Una mañana se cerraron sus ojos para el sueño eterno, y tras ellos dejaron todas sus preocupaciones.
– Me he detenido en las residencias de los funcionarios y me he preguntado cuántos han ocupado el lugar de otros como huéspedes de ellas. He mirado los archivos del personal de la corte y me he preguntado cuántas veces se han borrado viejos nombres e inscrito otros nuevos. He estado en pasos de montañas y en cruces de ríos, y he subido a una altura para mirar a la llanura, y he visto continuos cortejos de botes y carruajes y me he preguntado cuántos viajeros han conducido. Y así suspiraba yo en silencio, y a veces me caían las lágrimas y los deseos de mi corazón se enfriaban como cenizas.
– He oído decir a Yentsé -responde el amigo- que Sangch'iu era feliz porque no había muerte, y que el Rey Ching de Ch'i vertía lágrimas y se afligía por causa de la muerte, y que la gente sabia criticábale por no comprender la vida. ¿No te falta también a tí la sabiduría de quienes comprenden la vida, cuando te entristeces y viertes lágrimas porque el tiempo transcurre veloz y porque la vida es inestable?
– No -asegura Mingliaotsé-. Me he entristecido por la Sensación de inestabilidad de la vida, pero he despertado de este sentimiento de tristeza. El Rey Ching de Ch'i temía que sa poder y su gloria fueran temporales y quería gozar de ellos para siempre y agotar la felicidad de la vida humana. Yo, por el contrario, siento la inestabilidad de la riqueza y el poder y quiero mantenerlos a distancia, a fin de seguir el curso normal de mi vida. Nuestros fines son diferentes.
– ¿Has logrado ya el Tao, entonces?
– No, no he logrado el Tao. Sólo soy uno que lo ama.
– ¿Por qué vagas así, si amas el Tao?
– Oh, no. No confundas mis andanzas de vagabundo con el Tao -responde Mingliaotsé-. Estaba cansado de las restricciones de la vida oficial y las molestias de los asuntos mundanos, y viajo tan sólo para librarme de ellas. En cuanto a concluir el "gran negocio de la vida" ( [69]), tendré que esperar mi regreso y mi encierro.
– ¿Te sientes feliz, al ambular como un vagabundo, con una calabaza y una sotana, mendigando y cantando por el sustento.
– He oído decir a mi maestro -responde Mingliaotsé- que el arte de lograr la felicidad consiste en tener placeres apacibles. Cuando alguien llega a un festín donde se sirven corderos y terneras y todas las delicadezas que vienen de la tierra y del mar, goza de todo al principio, pero cuando alcanza el punto de la saciedad empieza a sentir repulsión. Mucho mejor es una comida de arroz sencillo y verduras, una comida suave y sencilla y buena para la salud, y que tiene un sabor duradero, después que uno se acostumbra.
También goza la gente, al principio, en las fiestas donde hay hermosas mujeres y mozos, donde algunos golpean el tambor y otros tocan el sheng y suceden muchas cosas en la sala. Pero después de perdido el ánimo primero, se gana, por el contrario, una sensación de tristeza. Es mucho mejor encender incienso y abrir un libro y sentarse a solas y en holganza manteniendo la calma en el espíritu, pues el encanto se ahonda con el tiempo. Aunque en un tiempo de mi vida fui un funcionario, no tenía propiedades ni riquezas, fuera de unos pocos libros. Al principio viajé con estos libros, pero temeroso de que causaran envidia a los espíritus del agua los arrojé al río. Y ahora no tengo nada más que este cuerpo. ¿No perdura, pues, para mí el encanto de la vida, cuando han desaparecido mis cargas, cuando lo que me rodea es la calma, cuando está libre mi cuerpo y ocioso mi corazón? Con una sotana y una calabaza voy por doquiera me plazca, me quedo en el lugar que elijo, y tomo lo que consigo. Cuando estoy en un lugar, no pregunto por su dueño, y cuando me marcho no dejo mi nombre. No me siento incómodo cuando se me desdeña, y no me contamino cuando estoy en ruidosa compañía. Por lo tanto, el propósito de mis ambulaciones es, también, aprender el Tao.
Después de oír esto, el amigo dice con una feliz sonrisa:
– Tus palabras hacen que me sienta como si hubiera tomado un remedio refrescante. La molesta fiebre ha salido de mí cuerpo sin que yo lo supiera.
(Aquí sigue una discusión sobre la identidad de las Tres Religiones y la existencia de Dios y de Buda y de hadas y de duendes.)
Al cabo de un rato llega un hombre joven y, apuntando un dedo a Mingliaotsé, grita:
– ¡Márchate de aquí, mendigo! Un monje debe irse en cuanto recibe su comida. Si sigues diciendo tonterías te he de considerar un brujo y te denunciaré a los tribunales.
El mozo se recoge una manga, como si fuera a golpear a Mingliaotsé, pero éste no hace más que sonreír, sin responder. Algún, transeúnte resuelve la disputa.